^Biblioteca de « la nación > ARTHUR CONAN DOYLE EL SABUESO »E LOS BASKERVILLE W* *• ¥ ml BUENOS AIRES 1909 INDICE I.— Ei señor Sherlock Holmes H.— La maldición de los Baskerville m.-BÍ problema IT,— Sir Enrique Baskerville V#— Tres hilos rotos VL-Baekerville Hall VII. — Los Stapleton de Merripit Houae. . . .. . TIII.— Primer informe del dootor Wafcson. . . IX, — Segundo informe del dootor Wataon.. X. — Extracto del diario del dootor Watson hombre del picacho 5&L— La muerte en el páramo XJIL^Tendiendo las redes 'ÍIV*— El sabueso de los Baskerville XV.— Una ojeada retrospectiva. . + Después de Emilio Ola b o riau que, continuando la obra de Pon son du Terrail, cultivó la novela de folletín creada por Ale- jandro Dumas t y le dió vigoroso impulso al descubrir , nuevos elementos de emoción y de interés en las funciones secretas do la policía, este género de literatura impresionista, fundado en la exaltación mórbida de las pasiones, ha sido objeto durante cincuenta años de una explotación sin tregua: y falto de nue- vos recursos, y ahito de exageraciones enormes, de atentados contra la moral y el buen sentido, contra el estilo y el i dio mar ha ido decayendo gradualmente desde entonces, hasta hundir- se en el descrédito irredimible que envuelve hoy en los cuatro idiomas latinos los nombres de Montépin, do Fernández y Gon- zález, de Joaquina. Manoel de líacedo y de Carolina Inverniazio. Entretanto, en los países de habla inglesa la literatura popu- lar tomaba un camino más afortunado, Frederick John Fergus (Hugo Oonuray), continuando la obra de Wilkíe Collins, des- arrollaba la novela policial oreada por Edgar Poe, y le daba ca- rácter propio al poner en primer lugar, como elemento de emo- ción y de interés, la nota misteriosa y la fantástica, antes que la pasional y la patética; y Se formó asi el tipo complejo de la novela impresionista en esta lengua. Ensanchando luego el es- cenario, yendo á buscar en todos los ámbitos del mundo loa personajes nuevos y las situaciones raras, el novelista se halló entonces en condiciones do poder explotar, sin agotarlo, un gé- nero que de tantos recursos disponía. Algunos, muy pocos, adoptaron el tipo complejo; pero la tendencia á la especialidad llevó á los más á tomar de él algún elemento particular; y, al ramiñcárse asi este género literario, se distribuyó entre sus partés la carga de satisfacer las volubilidades del gusto público que pesa sobre él: cada género especial siguió por cuenta pro- $ ; i iiPillP pía las alternativas caprichosas del favor popular; y, como á es- ta ventaja se agregaba la de la discreción del novelista, respe- tuoso siempre de la vertid, de la moral y del lenguaje, el re- sultado ha sido que todos los géneros: la novela pasional, la de aventuras, la de intriga, la criminal, la policial, la fantástica, todas viven y prosperan hoy todavía, ante un público -que no ha tenido por qué estragarse. Eider Haggar, Carlota Braemé, Clark Kuasell, Conan Doy le, H. <3-. Wells, Floren ce W arden, Fergas Hume («El misterio de un coche de plaza»), Anthony Hopo («El prisionero de Zenda»), Guy JJoothby («El doctor NT1- kola»), son todos escritores do folletín (¿erial writer») afortuna- dos y prósperos, cuya popularidad ha llegado hasta nosotros no obstante la muralla china de su idioma. Esta superioridad, en cuestión de favor público entre nos- otros, da la literatura popular inglesa sobre sufcongénere lati- na, no se explica solamente por la inferioridad relativa de esta última en intensidad de interés y en arte literario; hay tam- bién otra causa. La novela popular inglesa tiende 4 especular con la aventura, esto es, con la lucha de la inteligencia y del valor contra la astucia y la audacia, y las peripecias de esta lu- cha sana y noble retemplan los nervios del lector y los fortifi- can, La novela popular latina tiende & especular con la pasión y el vicio, esto es, con la porfía de un ente desequilibrado en pugna con el buen sentido; y las vicisitudes de esta luoha inú- til (que arrastra 4 posar de todo, 4 los espíritus ingenuos) estru- jan los nervios del lector y los relajan. Esto y otras consideraciones que podrían hacerse sobre lo que tíeno da lo moral y lo instructivo la novela popular france- sa de estos tiempos, justifica el hecho de que el público lector . entre nosotros muestre ahora una predilección especial por la novel» inglesa* «El Sabueso do los Baskerville», el último libro de Arthur Conan Doyie, es precisamente uno de los que se han hecho po- pulares entre nosotros. Esto antecedente, nos exime de la tarea de enumerar los méritos do la obra; aparte de que, como tra- ductor y parte interesada, estamos tan inhibidos como el autor para hablar de ella. Al presentar la obra nos limitaremos 4 re- ; % oordar que Oonan Doyie es un escritor inglés, ya maduro, 4 , quien han dado celebridad mundial sus novelas policiales. Que r es el autor de «La señal de los cuatro», «La mancha de sangre* ^ y «Las aventuras de Sherlock Holmes». Que el héroe de esta no- vela es este Sherlock Holmes, el famoso agente privado de pes-» anisas,' ouyo nombre se ha hecho proverbial en ios pafaeaá®. habla Inglesa; personaje dotado de tan portentosas faonltddfW de observación y de razonamiento, de tal sagacidad é ingenfl^, que 4 su lado palidece aquel célebre M. Dupin que no» presen- tó Edgar Poe en «Los crímenes de la Bu e Morgue*. Y, en un, que esta novela habla de un nuevo é intrincado misterio, cuya acertada solución agrega un florón más 4 la corona de triunfos do este investigador inimitable. A. Costa Alvarez. EL SABUESO DE LOS BASKERVILLE EL SEÑOR SHBRLOCK HOLMES El señor Sherlock Holmes, que generalmente se levantaba muy tarde por la mañana, salvo eti \sb no raras ocasiones en que pasaba en pie toda la noche, estaba sentado á la mesa, tomando su desayuno. Yo, de pie junto á la estufa, examinaba el bastón olvidado por nuestro visitante de la no- che anterior. Era un trozo de madera vistoso, grue- so, de cabeza bulbiforme. Inmediatamente deba- jo del puño tenía un ancho aro de plata, de cerca de una pulgada de alto. «A Jaime Mortimer, M. R. C. S. — Sus amigos del C. 0. H.,» estaba gra- bado en él, con la fecha «1884.» Era un bastón tal como el que solía usar el antiguo médico de familia : digno, sólido y confortante. —Y bien, Watscm; ¿ qué deduce usted de él? Holmes me daba -eíi aquel momento la espalda, y yo no le había dicho una sola palabra sobre lo estaba haciendo. — ¿Cómo Jtft sabido usted que nae ocupaba del bastón ? Esf&y por creer que usted tiene o jos de- trás de la cabeza. — Tengo en cambio, por delante, una cafetera plateada, bien pulida — dijo Holmes. — Pero vamos a ver, Watson, ¿qué deduce usted del bastón de nuestro' visitante ? Desde que hemos tenido la ma- la suerte de deseneontramoB con él, quedándo- nos sin el menor indicio del motivo de su visita, este recuerdo que nos ha dejado por casualidad se hace importante. Veamos un poco cómo re- construye usted ai hombre por el examen del bas- tón. — Pienso — dije, siguiendo lo mejor que podía los procedimientos de mi famoso amigo, — que el doc- tor Morfcimer es un médico anciano, afortunado, , y querido, puesto que los que lo conocen le hacen esta demostración de aprecio. — I Muy bien ! — exclamó Holmes. — i Excelen- te ! — Pienso, también, que lo más probable es que sea un médico rural que hace & pie muchas de sus visitas. —¿Por qué? — Porque este bastón, aunque muy bonito cuan- do nuevo, está ahora tan estropeado que no pue- do creer que haya médico urbano que lo use. Tie- ne muy gastado el grueso regatón de acero, lo que prueba que el hombre ha hecho largas caminatas con él. — d Perfectamente sensato ! — dijo Holmes. . — Tenefeos ahora esto de loe «amigos del C. C« H.» Presumo que se trata de algún oíub;'del club de cazadores* de H***, á cuyos miembros habí prestado él tal vez sus servicios de cirujano, -''ti.. ÜVjí •• . : jj - ... . . ■ -i — 13 — lo que, en señal de agradecimiento, se le ha feéV cho este pequeño obsequio. —Realmente, Watson, usted se excede á sí mis- mo — dijo Holmes, haciendo retroceder su silla y encendiendo un cigarrillo. — Me considero más que nunca en el deber de declarar que en todos los relatos que usted se ha tomado la molestia de es- cribir para dar cuenta de mis pequeños triunfos, usted ha estado rebajando sistemáticamente su propia habilidad. Puede ser que usted no sea un astro con luz propia, pero lo cierto es que es buen conductor de la luz. Hay quienes, sin estar do- tados de genio precisamente, tienen, sin embar- go, notables faoultadea para estimularlo. Le ase- guro, mi querido amigo, que mi deuda con usted es muy grande. Nunca había dicho Holmes tanto, y debo con- fesar que sus palabras me causaron un placer muy vivo ; porque en otras ocasiones más bien me ha- bía picado con su indiferencia respecto á la ad- miración que mo causaban sus procedimientos y á los esfuerzos que bacía yo para dar publicidad á éstos. Me sentía orgulloso, también, al pensar que dominaba ya á tal punto ei sistema de mi amigo, que había llegado á aplicarlo en aquel ca- so en una forma que había merecido bu comple- ta aprobación. Holmes me sacó el bastón dé las manos y se puso á examinarlo á simple vista por unoj» minu- tos. Después, asumiendo, una expresión de inte- rés; dejó sobre la mesa el cigarrillo, y.J^yándose el bastóp á la ventana lo examinó de nuevo con níp lente. — Interesante, aunque sencillo— dijo, yendo á |g$ntarse en su sitio favorito en el sofá.— El bas- ;; y. '"•*** * 7 ; ! ' ' - ' ¡ *'.■ i '• . '■ ". '• ' : .’ '. : *.' ^ :;:• í f ; ; : ^ 5 •• 4^ :■■> '"Hfcy. — 14 — tón ofrece positivamente uno que otro dato. Esto puede servuno* de base para algunas deducciones, ■—¿be me hfc, escapado algo?— pregunté con ster"'*'- 1581 ’'» «5J -3.“ ma-JO? g “? nd J ° Wataon > mucho me temo que la mayor parte de sus conclusiones sean erróneas Al decir hace, un momento que usted me servía frecuentemente da estímulo, .quise manifestar, voy á fccr franco, que las equivocaciones de usted me guiaban muchas veces hacia la verdad. No creo que usted se haya equivocado por completo en mídico?,; ^° rqUe 61 h ° mbre ^ seguramente un médico rural, y que camina bastante. — -Entonces, yo tenía razón. —Hasta ese punto solamente. , j Pero, si eeo fué todo ! ,m _ ^v’ ü °’ mi .3 uerido Watsou, éso no fué to- do. . Yo presumiría, por ejemplo, \u& es más pro- bable que un regalo hecho á\ui médico proceda sum,V<ÍT Plt f-z qUe de Un Club do cazad <>ms P y pre- también que, cuando las iniciales «C. C.» preceden a la «H.» do este hospital, las palabras SwS* 4 ? - *- Hospital > 3ur ¿ n natura? uieme por sí mismas. —Tal vez tenga usted razón. recdóin^A J aS P K° babÍlidades a P unta “ en di- 2Hn¿!r a t b 7 : 81 consideram os aceptable de ’ tandremoa eQ nn nuevo punto £&!£$$££ «i,,. —Bueno* Suponiendo que lo de «C. C. H » re- ^nmr¿ 0 6feCt r anleDte oe mis procedimientos. Aplíquelos. Ál 86 . m j 0C . UI ?’ 6 I a obvia conclusión de que r “Ombre ha de haber estado ejerciendo su pro- fesión en Londres antes de marcharse al campo Creo que podríamos aventuramos un poco pas lejos todavía. Vea las cosas bajo esta lu¡T en qué ocasión es más probable que se haya he- í? ™ re & ak> «orno éste? ¿En qué ocasión es ni» probable que se hayan puesto de acuerdo es- os señores de un hospital para ofrecer á un ami- ,o. una muestra de sus simpatías? Claro está que l!t,Vv C Tl n i, en Tí el doCt ° r Moríimer dejaba el rvicio del hospital para empezar á ejercer su JhSj? ** CUe f a í? r °P ia - Sabemos, pues, que' a ^ bdo un r f? oJo ’7 suponemos que se ha pro- uc^do un cambio: de un hospital urbano á una neníela rural. ¿ Sería, entonces, llevar demasia- “ ueafaa inferencia el d¿eir que el o!£e- uio fué hecho en ocasión del cambio? ~ ftZ tr ™ mentí> , seto parece lo más probable. ’ „ b a bien , : j wted convendrá en que el hom- fírZÍJf P ue f* baber pertenecido al «estado ma- , ^P 1 */ 1 ’> de8de qn® una posición como tS Ia -,P Ued ? °° u ^ un médico bien esta- í' róndo P^ n i C1 r Londres - médico que, es- k taIea condiciones, no habría de marchar- campo - ¿ Q u . é f 13 - «do él allí, entonces? Si é£2 a , en u “ hospital y no formaba parte del per- SÓ,0 ,P. uedo haber sido un ciruja- t ( po interno ó un médico interno, es decir, poco jjnás que un estudiante de último año. Y salió de "ífk ba °? <**«> a^os... la fecha está en el bastón Brí q “ 6 el módico de familia que pintaba fa rave, maduro, se desvanece en el aire, mi M £ ' ^ or razón muy sencilla de que estoy vien- mr° eJ perro en el misrao umbral de nuestra puerta i,v ; de calle; y el dueño de él es el que acaba de hacer í . sonar la campanilla. Hágame el favor de no irse, . Watson. he trata de un colega suyo. .. y {quién j^-sabe! la presencia de usted puede serme útil. Es- íí. tbs son momentos dramáticos de la suerte, Wat- •v ^° n cuando so oyen en la escalera pasos que en- traív en la vida de uno, y no se sabe si ello e* L para bien ó para mal de uno. ¿Qué ea lo que vie- n&á pedir el doctor Jaime Mortimer, hombre de El Sabueso.— 2 — ie — ciencia, á Sherlock Holmes, especialista en crírn^ ties?... ¡Adelante! El aspecto de nuestro visitante fue para mí una y sorpresa, pues yo esperaba ver un médico rural \ típico. El recién llegado era un hombre muy alto y delgado, con una nariz larga como un pico, que \\ se destacaba entre dos ojos grisee, perspicaces, muy juntos uno del otro, chispeando vividamen- te detrás de un par de anteojos de oro. Vestía el traje profesional, pero con cierto desaliño, pues la levita estaba manchada y loe pantalones roza- dos. Aunque era joven tenía la alta espalda en- corvada, y al andar echaba para adelante la ca- beza. Ea expresión que predominaba en su sem- blante era de curiosidad benévola. Al entrar, sus miradas dieron en el bastón que Holmes conser- vaba en la mano, y el hombre se abalanzó hacia bu prenda, soltando una exclamación de gozo. — ¡ Cuánto me alegro ! — dijo. — No sabía con se- guridad si lo había dejado aquí ó en la agencia marítima. Por nada del mundo perdería yo este bastón. •^-Veo que es un regalo — dijo Holmes. — Sí, señor. — ¿Bel hospital de Charing Cross? —Be unos amigos de allí, con motivo de mi ca- samiento. — ¡ Hola, holal Esto sí que es malo — dijo IJol- mes meneando la cabeza. El doctor Mortimer pestañeó detrás de sus an- teojos, con expresión de suave asombro. * — -¿Por qué malo? — preguntó. — Me refiero á que ha desconcertado usted núes- tras pequeñas deducciones. ¿Dice usted que se casó? — 19 — — Si, señor. Me casé, y por eso dejé el hospital, y con él todas mis esperanzas de abrir un con- sultorio. Ante todo tenía que formarme un ho- gar. — | Vaya, vaya ! Después de todo no hemos an- dado tan descaminados — dijo Holmes. — ¿Y bien, doctor Jaime Mortimer?... — Señor solamente, señor... un humilde Miem- bro del Colegio Peal de Cirujanos. — Y hombre de inteligencia precisa, evidente- mente. —Un chapucero de la ciencia, señor, un pesca- dor de conchas en las playas del grai* océano des- conocido, Supongo que es con el señor Sherlock ■ Holmes con quien estoy hablando ; ó quizá el se- ñor. . . —No; el señor es mi amigo, el doctor Wat son. —Me alegro de conocerlo, doctor. He oído men- cionar el nombre de usted junto con el de su ami- go. Usted me interesa mucho, señor Holmes. No me k> había figurado con un cráneo tan dodicocé- falo, ni con un desarrollo supraorbital tan rnar- C cado. ¿Tendría usted inconveniente en que le pa- sara el dedo por la grieta parietal? Un molde de í su cráneo, señor Holmes, mientras no se pueda disponer del original, soría una joya en cualquier p museo antropológico. No es mi intención fasti- diario con ponderaciones excesivas, señor, pero le | confieso que codicio su cráneo. Sherlock Holmes indicó una Billa á nuestra ex- traña visita. — Veo, señor, que es usted un entusiasta por su |v género de estudios, como yo lo soy por el mío — - le dijo. — Su dedo índice me dice que usted mismo — 20 — m hace los cigarrillos. No tenga, pues, escrúpu- los para encender uno. El hornee sacó papel y tabaco, y lió su ciga- rrillo con sorprendente destreza. Sus dedos eran largos y nerviosos, tan ágiles é inquietos como las antena» de un insecto. Holmes guardaba silencio, pero sus miraditas penetrantes me revelaban el interés que le inspi- raba tan original cliente. — -Supongo, señor — dijo al fin á éste, — que no ha sido simplemente para examinarme el cráneo para lo que me ha hecho usted el honor de venir aquí anoche y hov también. — No señor, no ; aunque celebro mucho haber tenido la oportunidad de hacer también eso. Ven- go á verlo, iseñor Holmes, porque me considero un hombre muy poco práctico, y me encuentro de repente ante un problema de los más serios y ex- traordinarios. Reconociendo, como reconozco, que usted es el segundo de los más grandes especialis- tas de Europa... — \ Hola, señor ! ¿ Y puedo preguntar quién tie- ne el honor de. ser el primero? — interrumpió Hol- mes con alguna aspereza. — Al hombre de espíritu estrictamente científi- co ha de atraerlo siempre, decididamente, la obra de monsieur Bertillon. — Entonces ¿no sería mejor que lo consultase usted á él? — He dicho, señor, que monsieur Bertillon in- teresa á los espíritus estrictamente científicos. Pe- ro, como hombre práctico, de acción, es bien sa- bido, señor, que usted es único. Espero, señor, que no habré sin querer... — Utn poco apenas — se anticipó Holmes. — Me :: oí LA MALDICIÓN DE LOS BASKERVILLE v Tengo en el bolsillo un manuscrito... — em- pezó eJ doctor Mortimer. Lo noté cuando entró usted en la pieza — in- terrumpió Holmes. — Ee un manuscrito antiguo. He principios del siglo décimoctavo, á me- nos que. sea una falsificación. ¿Cómo ha podido saber la época, señor? ¿ j tenido constantemente delante de los ojos una ó dos pulgadas de él, durante todo el tiempo que ha estado usted hablando. Sería un pobre especialista el que no pudiera dar la fecha de un manuscrito con una década más ó menos de tole- rancia. Probablemente ha de haber leído usted mi pequeña monografía sobre la materia. Calculo que la fecha de éste es 1780. —La fecha exacta es 1742^-dijo el doctor Mor- timer, sacando el manuscrito del bolsillo del pe- cho de su levita.— Este documento de familia fué connado a mi custodia por sir Carlos Baskerville, ■f. s- ■ v i* 'Tí/ , ¡K'. 22 cuya muerte repentina y trágica, Ocurrida hace tres meses, causó tan gran sensación en Devom shire. ^ Puedo decir que yo he áervido á sir Carlos, tan- to en mi carácter de módico como en el de amigo íntimo; Sir Carlos era, señor, un hombre resuel- to, sagaz, práctico y tan poco imaginativo como yo. Sin embargo, tomó muy por lo serio este do- cumento, de manera que su espíritu estaba ya pre- parado para un fin tan triste como el que tuvo. Holmes extendió el brazo, tomó el manuscrito y lo planchó sobre sus rodillas. — Note usted, Watson, el uso alternado de la ese larga y de la corta. Éste es uno de los diver- sos detalles que me dieron á conocer la fecha del manuscrito. Miró por encima de su hombro el papel amari- llento y la borrosa escritura. Tenía por encabeza- miento las palabras «Baskerville Hall,» y debajo de éstas, en grandes cifras garabateadas, la fecha « 1742 .» — Parece ser una especie de declaración — dije. — Sí ; es el relato de cierta leyenda corriente en la familia de los Baskerville. — Pero tenía entendido que era algo más mo- derno, más práctico, lo que había usted venido á consultarme. — De lo más moderno. Una cuestión de las más prácticas, de las más urgentes, que debe estar re- suelta dentro de veinticuatro horas. Pero el ma- nuscrito- es breve, y está est re chamen te ligado con * el asunto. Con su permiso, voy á leérselo. Holmes se airellanó en su asiento, juntó las ma- nos en las yemas de los dedos y cerró los ojos 'con expresión resignada. El doctor Mortimer puBo el Uscrito de cara á la luz, y leyó, en Voz altd Vibrante, la curiosa narración siguiente : «Son muchas las versiones que existen sobre el ngen del sabueso de loa Baskerville, y he oído 3a historia en los labios de mi padre, que á sü Vez la conoció de. boca del suyo, voy á sentarla por escrito, plenamente convencido de que el he- cho ocurrió tal como se verá más adelante. Y quisiera que tuvieseis fe, hijos míos, en que la ajusticia que castiga el pecado, puede también ¿perdonarlo magnánimamente; porque no hay ¿anatema, por terrible que sea, que la plegaria j arr epentimientü no puedan levantar. Apren- ded, pues, por esta historia, no á temer los frn- »tos del tiempo pasado, sino á ser circunspectos en ¿el futuro, á fin de que no vuelvan á desatarse, *para ruma nuestra, las impuras pasiones, por cu- >ya causa ha sufrido tan dolorosamente nuestra »f amiba. >Sabed, pueB, que en la época de la gran Rebe- »lión (cuya historia, escrita por el erudito lord ‘ >olareQ don, recomiendo á vuestra atención muy ^encarecidamente), esta mansión feudal de los > askeryiile, era tenida por Hugo de esto nom- ‘ábre, quien (no puede negarse), era un hombre de , licenciosos, de los más blasfemos y de p los impíos. Esto, en verdad, se lo hubieran f «perdonado sus vecinos, visto que nunca han flo- . Mecido santos en estos parajes ; pero su carácter ; >era perverso y cruel, á tal extremo que su nom- , «ore se hizo proverbial en toda la región, í "Í ® Sucedió que este Hugo llegó á amar (si es que ¿puede darse un nombre tan brillante á una pa- rf *sión tan negra) á la hija de un plebeyo que te. i« n a sus tierras cerca del dominio, Pero la joven adoncella (q$e era discreta y de buena repu- tación), huía siempre de él, pues lo temía. Acón- »teció entonces que un día de San Miguel, este »Hugo, acompañado de cinco ó seis de sus ociosos »y malvados compañeros, se introdujo furtivamen- te en la granja y sacó de allí á la doncella, en »momentos en que el padre y los hermanos se ha- chaban fuera de la casa, como ól bien lo sabía. »Una vez en el Hall, la doncella fué encerrada »en un aposento de i piso alto, y Hugo y sus ami- »gos se entregaron abajo á una interminable orgía, »como acostumbraban hacer todas las noches. » Ahora bien ; es probable que la pobre muchacha >se trastornara con los cantos y gritos y terribles ajuramentoB que llegaban á sus oídos, puesto que » (según se dice), Isa palabras que. profería Hugo »Baskerville cuando estaba ebrio eran como para afulminar al que las dijera. Al fin, en el colmo del » terror, la infeliz hizo algo que hubiera intimida- ndo al más valiente y ágil de los hombres ; porque, ^asiéndose de los tallos de la hiedra que cubría (y acubre aún) el muro del Sur, se. desprendió al sue- to, casi desde el tejado, y echó á correr hacia su ncasa á través del páramo; tres leguas había entre »el Hall y la granja. »Quiso el azar que, un momento después, Hugo nse separara de sus convidados para llevar alim en- jutos y bebida (y otra^ cosas peores tal vez), á su ncautiva, y entonces halló la jaula vacía ; el pája- nro se le había escapado. Parece que, al ver esto, nel hombre se puso como un poseído ; porque, pre- cipitándose escaleras abajo, entró en la sala de nfe atines, saltó sobre la gran mesa, haciendo volar »á un lado y á otro los cántaros y las bandejas de nlos manjares, é hizo saber á gritos á los convida- • : : £f • 4 |>áos que aquella misma noche «daría su alma al ndiablo con tal que pudiera alcanzar á la mozue- nla.n Y mientras los comensales se quedaban pas- I >mados ante la furia de aquel hombre, uno, más r ^perverso (ó máa borracho tal vez) que los demás, -i) jf »dijo á gritos que había que echar á los sabuesos ;] ^detrás de ella. Al oir lo cual, Hugo salió corrien- J »do de la casa, gritando á sus caballerizos que le ensillaran la yegua y soltaran la jauría : y enton- »ces, presentando á los sabuesos una pañoleta de »la doncella, los puso sobre la pista, y él y toda la acuadrilla se precipitaron al páramo, iluminado v »por la luna. - »Ahora bien ; por un tiempo, los depravados co- Mnerusales se quedaron boquiabiertos, sin poder p »darse cuenta exacta de todo lo que había pasado $ »en tan pocos momentos. Pero, en seguida, sus 4 extraviados cerebros comprendieron la naturaleza »da la escena que probablemente iba á desarrollar- la *se en el páramo. En un instante, aquello se trans- : " » formó en un tumulto ; unos reclamaban sus pis- » tolas, otros sus caballos, y otros un frasco de vi- % »no. Pero, al fin, sus enloquecidos cerebros reco- ; »braron un poco de cordura, y todos ellos (en nú- J »mero de trece), saltaron á caballo y se lanzaron ^también al páramo. La luna brillaba clara arri- aba de sus cabezas, mientras corrían, nn línea, si- guiendo la dirección que tenía que haber toma- : /; »do necesariamente la doncella, si se había pro- apuesto llegar á su casa. »Habrían hecho unas cuantas millas, cuando pa- usaron por juiito á uno de los pastores nocturnos ;? ■ . »del páramo. Lo llamaron á gritos para preguntar- \ >le si había visto á Hugo y á sus sabuesos. Y (se- »gún cuenta la tradición) el hombre estaba tan ? i 2$ -«*■» ítrastoriiáclo de terror, que apenas podía hablar; »al nn, dijo nue había visto, efectivamente, á la «infeliz donofila y á los sabuesos -sobre gn rastro ««¿■ero he visto algo más todavía— agregó.— Hu- »go Baskervilie ha pasado por junto á mí, monta- ndo en bu yegua negra, y detrás de él corría en si- « encio un sabueso infernal, como X)ios no permi- »ta que vea yo nunca sobre mi huella.» «Entonces los caballeros, beodos, vociferaron «maldiciones contra el pastor, y siguieron adelan- »te. Pero pronto se les heló la sangre, porque se «oyó un galope á través del páramo, y la yegua «negra, cubierta de espuma pasó junto á ellos, en «dirección contraria, arrastrando la brida y sin ji- «nete. Entonces, todos se apretaron unos contra «otros, porque les asaltó un gran miedo; pero con- «tinuaron corriendo por el páramo, aunque cual- «quiera de ellos, si hubiera estado Bolo, habría «vuelto grupas con mucho gusto. Avanzando, po- »co á poco, en esta forma, llegaron, al fin, adonde «estaban los sabuesos. Estos, aunque valientes y «bien adiestrados, se arrimaban unos contra otros «aullando lastimeramente, á la entrada de una «profunda hondonada: unos trataban de escabu- «Ihrse, y otros, con los colmillos salientes y los «ojos azorados, miraban con fijeza cuesta abajo, «por la angosta garganta que se abría delante de »ellos. «Los caballeros habían hecho alto, más despeja- «dos entonces (como podéis suponer) que en el mo- «mento de su partida. En su mayor parte no «quisieron avanzar de ningún modo"; pero tres de «ellos, los más audaces (ó tal vez los más borra- »chos), bajaron por la hondonada. Esta iba á ter- «minar en un ancho valle, en el que había dos ^ftgf&ndes piedras (que pueden verse allí todavía) Hiele aquellas que ciertos pueblos ya olvidados eri- ^wgían en los antiguos tiempos. La luna iluminaba ^Blbrillant emente este espacio descubierto, y en el H» centro de él estaba tendida la infeliz doncella, en ^P^el sitio donde había caído muerta de tenor y de H »Pero no fuá este cadáver, ni tampoco el de KitHugo Baskerville que yacía también al lado, lo B¿tque les puso los pelos de punta á aquellos tres Bf ^desalmados matachines ; sino el ver que, echado bre Hugo, y prendido con sus colmillos á la [^garganta de éste., había allí un ser horrendo, una [Abestia enorme, negra, con las formas de un sa- í >bueso, pero de un sabueso tan gigantesco como C »no han visto nunca igual ojos mortales. Y, mien- p itras ellos estaban allí mirando, el monstruo des- j jMsrozó de una dentellada el cuello de Hugo Bas- * ikervjlle ; al ver lo cual, y como el animal vol- »viera entonces la cabeza mostrándoles bus ojos \ ^fulgurantes y sus quijadas chorreando sangre, los »tres lanzaron un alarido de terror, y espoleando á : »sus caballos, salieron como alma que lleva el dia- v »blo, gritando en todo el trayecto hasta que lie- I »garon ai Hall. Dice la tradición que uno de ellos | imurió aquella misma noche (á causa de lo que | »había visto) y que los otros dos fueron hombres p ^inútiles para todo el resto de su vida. »Esta es la historia, hijos míos, de la aparición i¡ t »del Sabueso que (según dicen) ha torturado tan f ‘^cruelmente á nuestra familia desde entonces. Si ^me he decidido á escribirla es porque lo que se ^conoce claramente causa siempre menos terror r »que aquello que, por haber sido apenas insinuá- is hay que conjeturar. No es posible negar el 28 »hecho de qu6 muchos de los de nuestra familia »han tenido una muerte desdichada, porque ha »sido repehjma, sangrienta y misteriosa ; pero aoo- »jámonos $ la infinita bondad de la Providencia, »que no ha de castigar eternamente al inocente, 8 de , la tercera ó cuarta genearción ame- »nazadas en las Sagradas Escrituras. A esta Pro- cidencia, hijos míos, os encomiendo aquí y os ^aconsejo que, precavidamente, os abstengáis de ruzar el páramo en aquellas horas tenebrosas en »que ei Espíritu del Mal anda suelto. »(Esto escribe Hugo Baskerville para bus hijos oge 10 y Juan, recomendándoles toda reserva «respecto á su hermana Isabel.)» Cuando el doctor Mortimer hubo acabado de eer este singular relato, se levantó los anteojos sobre la frente y clavó los ojos en Sheriock Hol- ^rrillo Ste b ° eteZÓ y tiró al fue g° punta del c¡- — ¿ Y... ? — dijo. ■ ¿Nole parece á usted interesante ? — bí. Para un compilador de cuentos de hadas. codobSr M ° rtimer 8acó del bolsillo un periódi- —Ahora, señor Holmes, voy á darle á usted al- Pf°; uas recicr, te. Este es el Devon Countv ' ühromcle de mayo 14 de este año. Contiene una c!n V mnr SeUa i d 1 ° S ' hechos Prestos en evidencia con motivo de la muerte de sir Carlos Baskervi- lle, oeurnda pocos días antes de aquella fecha. Holmes se enderezó en su asiento, y asumió S 6 iw“ f® Íntet ¡ és P rofundo - Nuestro visi- tante se bajo otra vez los anteojos, y empezó- Urjr — 29 — *La reciente muerte repentina de sir Carlos Bas- erville, á quien se daba por probable candidato e los liberales por el distrito de Devon Centro n las próximas elecciones, ha llenado de aflic- ión toda la provincia. Aunque hacía relativa- mente poco tiempo que sir Carlos residía en Bas- kerville Hall, la afabilidad de su carácter y bu ^extremada generosidad le habían conquistado el .^cariño y el respeto de todos, : *£n estos tiempos de nouveaux viches es con- ^solador ver que el vastago de una antigua familia ;;>de la provincia, que atraviesa por momentos difí- ciles, es capaz de formarse por sí solo una fortu- na, y de emplearla en restaurar la decaída gran- deza de su casa. Sir Carlos Baskerville había ga- znado, como es notorio, grandes sumas de dino- r , *ro en Sud- Africa ; más prudente, que aquellos que ;¡.>B© afanan en perseguir á la fortuna hasta que ésta ase vuelve contra ellos, sir Carlos liquidó sus ga- nancias y volvió á Inglaterra. Hace apenas dos »añoy que vino á establecer su residencia en Bas- f skerville Hall, y todos saben cuán vastos eran los ^trabajos de. reconstrucción y de mejoramiento ? >que había empezado á realizar, y que por su muér- ete han quedado ahora interrumpidos. Corno no ► atenía hijos, el deseo abiertamente expresado de í >sir Carlos era que, mientras él viviera, toda la ^comarca aprovechara su gran fortuna ; y muchos *hán de ser los que tengan que. lamentar, por ra- nzones íntimas, su fin prematuro. Das generosas ^donaciones que hacía frecuentemente á los esta- »bleeimientos de caridad locales y de la provincia ^han sido consignadas siempre en estas columnas. aNo se puede decir que el sumario haya aclara- ndo. por completo las circunstancias en que se pro- »dujo la muerte de sir Carlos, pero, por lo menos, »ha sido Suficiente en el sentido de dar fin á los »nimores que la superstición local había creado. ha J 7 a razón aJ «una para suponer un ase»,- »nato ó para pensar que el fatal accidente haya ® Be r Provocado por otras causas que las na- + blr ^“ los ® ra viudo > y de un carácter ta8ta . °! ert P P boí ?, podría llamarse excén- tnoo no obstante sus riquezas considerables, era »senciUo en sus gustos, y e l personal de su strim^n'i^Tt 611 Baskervi116 Hal1 se limitaba al rna- Ban ? Ia T : 61 marido era el mayordo- IT’aZ 8 mu]e u el ama de llav ®s. El testimonio l corroborado por el de varios amigos de »9ir Carlos, tiende á probar que la salud del fi. »nado se había alterado desde hacía algún tiem- »p°, y senaía especialmente el hecho de que pa- »tah! a nn. Una «I corazón que se manifes- taba por cambios de color, sofocación y agudos »ataques de depresión nerviosa. El doctor Jaime ^Mortimer amigo y médico del difunto, ha decía- »rado en este mismo sentido. R 60 ^ 06 ,1 u ® resultan del sumario son sen- Slr Carlos Baskerville tenía la costumbre *tarsT°U 6 -fl á P1 ° l T noche8 ’ antes de acos- starse, la famosa alameda de los Teioa en Ras. HaU ' Io establece el testimonio de »su intenpió° r ^ ^ v do mayo, sir Carlos anunció ^ f 6 , Sa ir al SI guiente día para Lon- dres, y ordenó i su mayordomo que le preparara i AqueUa steiwFl 0 ’ á * ar 3 u pa j S6 ° noctu rno, durante el cual tenía la costumbre de fumar un cigarro. De este »paseo no volvió nunca. A las doce de ia noche «como viera abierta todavía la puerta ¿riídp¿ — 31 — «el mayordomo se alarmó, y encendiendo un farol »sahó en busca de su amo. El día había sido hú- y las pisadas de sir Carlos en la alameda »podían seguirse fácilmente. A mitad de esta ald- »meda, en una de las cercas que forman los tejos, »hay un portillo lateral que da salida al páramo. »Se veían señales de que sir Carlos se había de- stenido allí por algún tiempo. Después había se- guido por ia alameda, y en el extremo de ésta «era donde el mayordomo encontró el cadáver V , he ° ho < i ue 1 mayordomo no explica en su , es eI , de que las pisadas de su amo «cambiaban de carácter más aUá del portillo ; des- VU A t0 A eQ ade,ard ? parecía que sir Carlos «hubiera andado en puntillas. Un tal Murphy, ¡A- tano, tratante de caballos, declara haberse eu- «contrado en aquel momento en el páramo, á cor- distancta de la alameda; pero por su propia »nwif Sl0I R J - 6SU í a que es t a t*a entonces completa- Gbno; dlC6 que oyó gritos, pero que no «pudo preciBar de qué dirección partían. En el m Mr - Carl ° S °° 86 de8cubri ° señal algu- Xr M^ nCla ’ 7 aUDqUe la declara ción del doc- P ^ e en evid6ncia una distorsión «facial casi increíble, tan grande que, según dice »t principio se resistió á creer que fuera efectiva! 8U aml 8° ^ paciente el que tenía delante, «rítt d^ 6 ha qU6dad ° es teblecido que el síntoma «citado no es raro en casos de disnea y muerte por >SI 1 í amien í° Ca ^ ía °°' Esta explicación fué £ s , Q ? lada .P? r la autopsia, que reveló una enferme- «lvto an,0a ^ nie ?’ 7 en secuencia el jurado «di^f ve rodicto de acuerdo con el informe mé- «Má s vale que haya sido así, porque tiene evi- — 82 — »dentemonte muy grande, importancia el hecho de »que el heredero de eir Carlos venga á establecer- »se en el ]|all y á continuar la buena obra tan tris- » teniente interrumpida. Si Ja sencilla y natural »conciuSión del coroner no hubiera dado cuenta »de una manera definitiva, de las románticas his- » tonas que han estado circulando con motivo de *oste asunto, habría sido difícil encontrar un arren- »datano para Baskeryjllo Hall. »Parece que el pariente más cercano del difunto »es ei Reñor Enrique Baskerville, si es que aún »vive, hijo del segundo hermano de sir Carlos. Las »ultimas noticias que hay de este joven lo hacen »en Norte América, y se han tomado ya las me- »diaas del caso para comunicarle- que los valiosos «bienes de los Baskerville están á su disposición.» Ei doctor dobló otra vez su periódico, y volvió á metérselo en el bolsillo. —Estos son los hechos públicos, señor Holmes, que se relacionan con 1» muerte de sir Carlos Bas- kerville. —Tengo que agradecerle ante- todo— dijo Hol- mes, el que me haya hecho conocer un caso que presenta en realidad algunos rasgos interesantes. ; a ha ° ío un <> que otro comentario al respec- to en los díanos de aquellos días, pero estaba en- tonces tan preocupado por el asunto de loa carna- íeos del Vaticano, que por mi empeño en servir al " a Pa perdí vanos casos importantes en Ingla- terra. ¿Dice usted que el artículo contiene todos los hechos públicos? — Así es. “-^toncee, hágame nooer los privados. i Holmes se arrellanó de nuevo en su asien - > y ' juntó otra vez las manos en las yemas de los edos, y asumió la expresión más impasible ó in- quisidora. v —Al hacerlo — dijo el doctor Mortimer, que ha- ífeía empezado á dar muestras de una fuerte emo- pión , — voy á referir lo que hasta hoy no había Confiado á nadie. El motivo que he tenido para ca- llar estas cosas en mis declaraciones ante el co- toner es el de que un hombre de ciencia debe evi- |tár siempre el colocarse públicamente en una si- tuación que pueda hacerlo aparecer como apoyan- do una superstición popular. Tenía, además, otra - razón para obrar así; la de que, como dice bien ÍrI periódico, Baskerville Hall quedaría seguramen- | abandonado si ocurría algo que tendiera á acre- ¿i^ntar su fama ya siniestra. Por estas dos razo- 'pos consideré que mi proceder estaría justificado »í decía más bien menos de lo que sabía, tanto cuanto que ningún beneficio poritivo podía ‘recitar da contarlo todo ; pero ahora, con usted teúgo que ser completamente franco. cEl páramo en que está situado Baskerville Hall |*tiene muy escasos moradores, y los que vivimos jfcceroa uno del otro somos muy unidos. Por esta [>razón veía yo frecuentemente á sir Carlos Bas- ilkerville. Excepción hecha del señor Frankland, pde Lafter Hall, y del señor Stapleton, de Merri- *pit House, no hay ^llí hombres cultos en un ra- edlo de muchas millas, Sir Carlos era un hombre - retirado, pero la circunstancia de su enfermedad me acercó á él, y desde entonces una comunidad de intereses por la ciencia nos mantuvo juntos. El había traído de Sud -Africa un gran caudal de informaciones científicas, y han sido muchas las Veladas deliciosas que hemos pasado los dos disr s ■ El Sabueso.— 3 ys m ■J fiíjf.’: • i ({. :* ■ «1:. ;íH ¿¿¿K iínV :. ■I ’l jij ) fl •Alri'rifr -«■ ** >»"«*. •tema nervioso de sir cÍr&%TCteí' q '“ *' »tado de tensión extre™* ifx- haUaba en un es- »do á pechos, de una man'pr 1 ami ?° toma- »que he leído ; á tal punto aua*? 881 ™’ Ia %enda »pre habría estado, eifwSJi ’ “ n ouaudo siem- «podido inducirlo ¿ salir de noch Pl °í D ¿ da hubiera increíble que el hecho n„pl he aI ,P ár£ ™o. Por «mes, sir Carlos ftflt T? P d P a «cerle, señor Hol- »de que una cdaSfií .familia, y, 4 j a V erdAH i ni ^ e P es aba sobre bu » de bus antepasados no er^f n^ 08 , que citaba & »idea de un fantasma mi* i Üa< * a a ^ 0nta dores. La «sesión constante, y mfe deun?” 6 ®^ era su ob ' «si en . mis exoum one^tojLrn»/ 6 " me pte ^ ntó »nu profesión, no babí a v ^ ’. í ? r razone * de «trafio, ó no había oído el ladrtd a § dn animal ex- isto último, lo del sa b¡ Jf)J J^ ndo , da un sabueso «ohas veces, siempre con ° P re ^ untó mu- «Recuerdo bien P lo ^ U s n! a x lbrant f de emoción . »á verlo, como (■«.„ qUa P asd una tarde que ful *S?®0- 1-0 encontr é presamente te8 í^ 1 ffttal 8U ' «Hall. Yo había baSdeSf^ la puerta del ‘ ; «Para saludarlo cua^d» M buh J me acercaba S »de pronto, encima d^ T T 8 8& fijaban 2 «que daba á S, ¿mbW? i ““ h ° mbro > e* algo. »*nás espantosa. Me volví rá?^ 681011 de horror «tiempo apenas para entre vpv pi f amente y tuve «gran ternero negro nm Pr , , a ^° asi como un «en sentido transversal ( f | mzaba en su extremo y ; ¡¡ «que acababa yo de rerorrer Sb^r° ? am carrua J e s . "i ° ' sMo “ * % ■%(.* i... .f * •: • V-;’ i f.-x- i 1 ■' •■." ’• •: •'-/■'i* ' • . - que ir hasta el sitio por donde había pasado el tratan!? d Ve I Ja d l 1 P ar 1 ue > y mirar ¿todos lados I tratando de descubrirlo. Pero no vi nadaPl n S d.„te c.u*5 1» m4s gr „ 8 S,“ ¡í„ „ ntu de sir Carlos. Estuve con él toda la noche oCr e u a ÜOaeiÓn x fué CuaDdo me confió, para ex-' fc, la T P ?t m qU0 había sufrido, él manus- h ° e do ya á ustedes. He referido este pequeño episodio porque adquiere cierta im^? Rancia en vista de lo que ocurrió después p^ó ÉS 2Ítí ^ 68taba ssgurisimo de P que ™ , te í abía “do perfectamente trivial v | 8 e justificabaíd 011 ^ ^h™ 8 ® 1 * 0 d « sir Carlos ’nó ,»sc justificaban de ninguna manera. &Ti*; d vj bi raa1 ’ * i q u ® vivía, por quimérica que pudiera ser &est2e q nM la prwo « aba ^ estaba cauMndo & ma- llh d® t ? *f, una serfa perturbación en su sa- ItLf d 7 ?H ouId . qus > después de unos cuantos me- teií STfd ^ 88 ’ ^^temwKucSTtembS |njón. El - írTn^r e ? tO 1 O0UrriÓ ,a fBtaI desgracia? ÉnS£ A T h6 d6 l & muerte de sir Carlos, Barry- totte anidó T ay °k d n m °, que descubrió el cadáver Jipie envió á caballo al cochero Perkins * v ?B\ s “erS n Hl) leV8 \ tad0 - todavía ' Pude fic^? una hora justa después de ha- ^ Pmducido la catástrofe. He verificado v he comprobado en persona todos loe hech^s citldoa » *en el sumario. Seguí las huellas por la alameda »de los Tejos ; vi el sitio junto al portillo donde sir »Carlo8 parecía haberse detenido ; observé el oam- »bio de forma de las pisadas desde este punuo; »me cercioré de que no había en el suelo arenoso »de la alameda más rastros que el de sir Carlos y »el de Barrymore, y, por último, examiné minu- , ociosamente el cadáver, que no había sido tocado abasta entonces. Sir Carlos estaba tendido boca >absgo, hieo irta declaración errónea en el sumario ; dijo >que jwito al cadáver no había huellas en el sue- * l0 - El no vió ninguna, es cierto ; pero yo sí.,, á ; Acorta distancia, muy frescas y muy claras.» —¿Pinadas? — Pisadas. ¿ Devhombre ó ||É mu jer ? El doctor Mortim^jos miró por un instante de una manera extraña!;® bu voz se hizo casi un su- sürro al contestar : W . , "'“I Señor Holmes $jp3ran las pisadas de un sa- bueso gigantesco í . . . ■;^|v ^ .m í . EL PROBLEMA P, Confieso que al oir estas palabras sentí un es- calofrío en todo el cuerpo. La voz del doctor tem- blaba de una manera que hacía ver lo profunda- mente emocionado que estaba él también por lo ue nos contaba. Holmes se incorporó bruscamen- y sus ojos adquirieron ©1 brillo duro, seco, que era característico cuando mi amigo llegaba a Interesarse vivamente en algo. E —¿Usted vió eso? — preguntó al doctor Morti- % -4-Tan claramente como estoy viendo á usted lihora. •? Y no ha dicho nada? ^ — ¿Qué necesidad había? K — ¿ Cómo es que nadie más lo vió? £ —Las huellas estaban á dos ó tres yardas del í Cadáver, y nadie lea dió importancia. Me parece que yo tampoco me habría fijado en ellas á no Saber sido que conocía la leyenda. - — ¿ Hay perros ovejeros en el páramo? p —Indudablemente. Pero aquél no era un perro •¡ovejero. ¿Dice usted que era grande? —Enorme. ^ Y no se había acercado al cuerpo? ■ — No mucho. 38 - — ¿ Cómo estaba la noche ? — Húmeda y muy fría* — ¿ Perq.no llovía? —No. v —¿Cómo es la alameda? — Hay dos hileras de añosos tejos que forman cercas impenetrables, de doce pies de alto. El ca- mino entre ambas cercas tiene unos ocho pies de anchura. ¿Hay algo entre fas cercas y el camino? -Sí ; á cada lado hay una faja de césped corno de seis pies de ancho. r . ‘ Ha dicho usted que una de estas cercas está '■ mtennunpida en un punto, por un portillo ? —Sí; por el portillo que da salida al páramo.. —¿Hay alguna otra abertura en toda la ala- meda ? — Ninguna. —¿Be modo que para entrar en ella hay que sa- lir de la casa, ó pasar por el portillo que da al pá- ramo? r Tiene otra comunicación, es cierto. . . en el ex- tremo opuesto á la casa, á través de una glorieta del parque. . 6 * ~ xr Y h * bí * llegado 8ir Carl <* ¿ esta salida? .No ; había caído como ¿ cincuenta yardas de ella. —Bueno. Dígame ahora, doctor Mortimer; las’ huellas que usted vió ¿estaban en el camino ó en la faja de césped? No habrían podido verse huellas en el césped. ¿ Y aparecían del lado de la cerca donde eetá el portillo, ó del otro lado? tüJ — Estaban j” n to al césped, del lado del por- Ah ! [esto es muy interesante! Otro punto. [¡¿Estaba cerrada la barrera del portillo? I —Cerrada y con candado. I?; — ¿ Qué altura tiene la barrera? b, —Unos cuatro pies. p . — ¿De modo que alguien podría haber pasado £por encima? gj ¿Y qué huellas vió usted junto a la barrera? J — Ninguna en particular. & — | Santo Dios 1 ¿ Nadie examinó aquel sitio ? f — Sí ; yo mismo lo examiné. £ • — ¿Y no descubrió nada? —Todo estaba muy confuso. Pero era evidente que sif Carlos se había detenido allí unos cinco o ^ diez minutos. C — ¿Cómp lo sabe? ^ —Porque la ceniza del cigarro se había desprcn- li dido dos veces. — j Magnífico! Amigo Watson, éste sí que es l iin colega nuestro á pedir de boca. Pero ¿y las huellas en el suelo? | f — No había más que las de sir Carlos en todo aquel pequeño parche de terreno arenoso. No pu- ^ de descubrir otras. Sherlok Holmes hizo un gesto de impaciencia y se dió una palmada en la rodilla. f. — ¡Si hubiera estado yo allí! — exclamó.— Este Vea á todas luces un caso de extraordinario interés que hubiera ofrecido oportunidades inmensas á un Especialista científico. Aquella página de arena, en $ía cual tanto habría podido leer yo, hace ya mucho | tiempo que habrá sido borroneada por la lluvia y V raspada por los zuecos de los campesinos curiosos. ¿Oh, doctor Mortimer, doctor Mortimer! ¡Pensar Üll que usted no me l] 8m ó entonces! .. rMuv es su responsabilidad, por eierto i ^ g d tt T Y ° DO faabría P°dido llamarlo entonces BPÍ w f^5££u“*“ ”°“* á “4T /“* reTO, “ rTd8,i ^ “«&"* P sr br^íSral? "» 1“ •« oon. ., «>. No he dicho tanto. —No ; pero es evidente que lo piensa SSISSl- ¿ Qué hechos ? —He sabido que antes de que ocurriera el te. historia detesta ar»an'eWn°f m .® cuentan la misma ««chuñe,,,» ,] ¿ bm ¿ ¡D fo"2 e d’l, e Krí • hombro qúe y 8 e atímál “ uy mtré P ido «1 do noche C a á cruzar ahora el páramo "tom ’£f ; 'V V — 41 — ^ usted, hombre de ciencia experimentado, |cree que la cosa sea sobrenatural ? j ~ No sé creer; es todo lo que le puedo de- Hoimes se encogió de hombros. ( rt J “Hasta ahora he limitado mis investigaciones « este mundo — dijo.— En una esfera muy modes- ta he combatido al mal ; pero tomar por mi cuen- ta nada menos que el Espíritu del Mal en esencia, ésto sería, quizá, una empresa demasiado ambi- ciosa. Usted tiene que admitir, sin embargo, que las pisadas eran materiales. , t —El sabueso primitivo era suficientemente ma* i tenal para destrozarle la garganta á un hombre, EjJVflin embargo, también era diabólico, il .“Veo, doctor Mortimer, que usted Be ha pasa- |ruo por completo á las filas de los oredulones. Pe- ||po, darnos á ver, doctor, dígame un poco. Si esas |^on bus vistas ¿ quó es lo que ha venido usted á ^Consultarme ? Me dice usted á un mismo tiempo pué es inútil investigar la muerte de su amigo y pque desea que yo haga la investigación... no he pedido á usted que haga investiga- roión alguna. 5 I —Entonces, ¿ qué es lo que quiere de mí? |¿^Q ue me aconseje lo que debo hacer con &ir ^Enrique Baskerville, que. llega á la estación Wa- Lterloo — y el doctor Mortimer consultó su reloj... justamente dentro de una hora y cuarto. —¿Es ese el heredero? Sí. Después de la muerte de sir Carlos hici- mos averiguaciones respecto á este caballero y jjupimos que estaba en el Canadá, ocupado en ira- 8 ^ 0O ^ a8 * Por informes que noe han He- lgado, es un joven excelente en todo sentido. No — 42 *£«+¿ é 5£? — ■*— - . Ninguno* F? — 7 ° tros Pretendientes... “ Crs£: Jos era el mavor Pl li hermanoe - Sir Car- el ríAdra ^ segundo, que murió joven es i Fuñí de »f«*« KlSoTS “ 8Ún di0 “’ " »Stod?fai,í .’ cosaa Dar ?f° Hugo , como calentaran mucho las TíSSZ ftrí/' í * «quoe.;p„^«£VtafcíS‘l5": éí°en 6 la D estSn di W^T* 08 ^ 6ncontraró «*» sidere & u s te d 1 ’ ¿no 68 cier *o? Pero con- ffss¿ tzíT s ilXbitSÍ temo det^i U 8i f 1 Halt <^ da - ™ ¡ ° “^ín'TíeX; 1 —- • í-^ft . . !h ;>i£: :&j¿í M ,jfe- I : venido á exponer A usted el caso y A pedirle con- j. , : 4 Holmes reflexionó durante un momento. — En pocas palabras, la cuestión es ésta — dijo, — A juicio de usted existe una influencia diabólica que hace de. Baskerville Hall una morada peligrosa para alguno de la familia, ¿no es así ? —Puedo decir, por lo menos, que hay pruebas de que es así. — Perfectamente. Pero es indudable que, si su teoría de un agente sobrenatural es la cierta, este agente puede, causar males al joven heredero tanto en Londres, y tan fácilmente, como en Devons- hire. Un demonio con poderes puramente locales, como un alcalde de barrio, sería algo completamen- te inconcebible. — Trata usted la Guestión con más ligereza, se- ñor Holmes, de la que emplearía probablemente si llegara á estar en contacto personal con estas cosas. Su parecer, entonces, según entiendo, es que el joven, estará tan seguro en Devonshire co- mo en Londres. Sir Enrique llega 4 dentro de cin- cuenta minutos. ¿Qué me aconseja? —Le aconsejo, señor, que tome un cab , que re- coja á su perro que me está arañando la puerta de calle y que se vaya ¿ la estación á recibir á sir En- rique Baskerville. — ¿Y después? —Después no le dirá usted á él absolutamente nada hasta que yo haya hecho mi juicio sobre el asunto. — ¿Y cuánto tiempo necesitará usted para ha- cer su juicio? ' . —Veinticuatro horas. Mañana, á las diez de la mañana, doctor Mortimer, le estaré muy agradecí- :¡ ; ir.-; — 44 íúS.tS muJeSl,Z ‘ \ ! > cUit “* ”» sigo á s ir Enrique* bÍSSA ?" 6 ^ U8ted «*- íiXÍ» h " é > ^r Hoimes. j. «ÍS.^Sr.ís? 4 1- °"v" «- p»«o manera singular inrmícífí andando- de la propia. Al llegar a^desían^de 1 ?^®'. qUe Ie era de Hoimes le detuvo : de a esca l 6r « la voz ¿HT&u^quefu^vkri 00 ^ Mort,mer - aquella aparición en el f que vieron de su amigo? P autestde la muerte —Tras personas Ja vieron. u S ?V éB la ha visto alguien? -No he oído decir nada aigU,en? Holmí “vofff • Haeta toafia **- tranquila de íntima satigfefí;^, °° n *í na ex presión ,e er « aimpátioo el oaso ou« ba ? ÍB ver que -¿ Se va, WatsonT° * ^ P° r delante -t"T,trir.tr’ W6 *; -*>• obrar es cuando reSrST»» e V J “«^ento de • este es espléndido realnw p ero el caso ■■} puntos de vista. Cuando™!? desde al g un os ¿ quiere pedir que me trmn!u P ° r C< ^ de Brad lcy, ,i picadura, del más f,,^ u ? a 1,bra de teb a ™ í desde luV. SeriátaSfnr tengan? lacias, ?M usted conveniente no vol™ ueno q ue considerase che. Entonces fendré mucho hasta la n <" í remos nuestras imíre^onÍ ^ en m pa - ¡'- ta 2s te ;;r r£ a z blema * 45 , concentración mental intensa, durante las cuales analizaba partícula por partícula los hechos com- E^To^h 8 ’) COnstruía te orías disyuntivas, poniéndo- las en balanza una con otra, y llegaba á una con- clusión respecto á loe puntos que eran esenciales díf «n B P! u° ° eran ,‘ Por ««siguiente, pasé el día en el club y no volví á nuestra casa de la ca- O aker hasta la noche. Estaban por dar las nue- ve cuando llegué á la puerta de la sala. “ de mif hSfP 1I f 1 ?, re j ión q ue 9entí ai abrirla fué la de que había estallado un incendio; porque la nie íSTSílt de humo ; <>»• >» LT,';C: Fade P¿f a 1 j eHa ’ a P ar0e ia completamente ve- ada. Pero cuando entré se disiparon mis temores pues-fué el humo acre del tabaeE fuerte y ord“ó rn , r, me Tf 6 la garganta y lo que me prodmo 'vLam^eíw 08 !' A tmV í S dñ la 1116,518 entreveía v e n T s Sl , ¿ neS ’ 6n batade ca8a ’ acurrucado 11 v!“ríi ’ a “t gra p ,'P a de en la boca, ffiKSdl d ¿ papeI flBteb “ tírad< * en eI suei °> —¿Se ha resfriado, Watson?— me preguntó. No, ea esta atmósfera envenenada. ueted habla ToS^ ba8taDtS P0Sada ’ ah ° ra que —¿Pesada? ¡ Insoportable í flo 7' Ab f a , la v ^tana, entonces. Parece que ha pa~ «ado usted el día en el club,. . 4 P — í Mi querido amigo f ¿Estoy en lo cierto? —Seguramente. Pero, ¿cómo?... ^Hoimes se rió al ver mi expresión desconcer- V —Eg usted tan deliciosamente ingenuo Wateon qU0 eiento slem P re verdadero placer en ejercitar á expensas de usted las pequeñas facultades que poseo 4 Un caballero sale á la calle un día lluvioso y fangoso, y vuelve por la noche, inmaculado, con el sombrero y los botines siempre brillantes. Por consiguiente, ha estado de plantón todo el día. Anora, bien : no es hombre que tenga amigos fn- timos. ¿ Dónde puede haber estado entonces ? i No salta a la vista ? ° — Sí ; salta á la vista. —El mundo eetá lleno de cosas que saltan á la vista, _y que nadie, ni por casualidad, observa nun- ca. ¿Donde, cree usted que he estado yo? — De plantón también. Al contrario, he ido á Devonshire. — ¿pon el pensamiento ? ' Exactamente. Mi cuerpo ha permanecida en este sillón, y en mi ausencia ha consumido, lamen- to notarlo ahora, dos grandes potes de café, y una mcreíble cantidad de tabaco. Cuando usted se fué mandé á casa de Stamford por el mapa militar de b!TÍ Parte w 1 P á ™ mo Dart, y mi espíritu ha estado revoloteando por encima de óate todo el día. Me jacto de que ahora podría recorrer aque- Uos parajes con toda seguridad. Un mapa en grande escala, supongo. mU L y « rande escala— dijo Holmes, y po- niéndolo sobre sus rodillas lo desarrolló en parte. Aquí ti©ne usted el distrito especial que nos in- teresa. Esto, en el centro, eá BaskerviUe Hall. ¿Con un bosque alrededor? —Exactamente. Me imagino que la avenida de los lejos, aunque aquí no está el nombre, ha de extenderse d lo largo de esta línea, con el páramo, como usted ye, á ln derecha. Este pequeño grupo de casas es l a aldea de Grimpen, donde tiene su — 4 ? íóüartel general nuestro ^migo el doctor Mortimer. pComo usted ve, en un. radio de cinco millas no hay Itn&a que unos cuantos edificios aislados. Este es Lafter Hall, citado por' el doctor Mortimer. Esta cása señalada aquí debe ser Merripit House, la re- sidencia del naturalista... Stapleton, se llamaba si mal no recuerdo. Aquí, siempre en el páramo, hay dos granjas «Picacho Alto» y «Cenagal Pér- fido». Aquí, á catorce millas de distancia, está el gran presidio de Princetown. Entre todos estos puntos aislados, y alrededor de cada uno de ellos, se extiende el páramo, desolado y yermo. Este es, ■ pues, el escenario en que. se ha estrenado una tra- gedia, cuya segunda representación en el mismo si- tio podríamos provocar. — Debe ser un lugar salvaje. J — Sí, la decoración es apropiada. Si el demonio ^hubiera querido meter su mano en los asuntos fde loe hombres. . . H — ¿ Se inclina usted, entonces, á dar a) caso una Explicación sobrenatural? : — Loa agentes del demonio pueden ser de carne y hueso, ¿no es así?... Pero hay dos cuestiones que debemos resolver ante todo. La primera es si ha habido crimen efectivamente ; la segunda, cuál es el crimen y cómo se ha cometido. Por supuesto, si la suposición del doctor Mortimer fuera correcta, y se tratara de fuerzas extrañas á las leyes ordina- rias de la Naturaleza, nuestra investigación ha- bría terminado ya, antes de empezar. Pero para aceptar esto, tenemos que haber agotado todas las hipótesis posibles en el sentido de dar una explica- ción natural al caso. . . Creo quo podemos volver á cerrar aquella ventana, si á usted la es lo mis- mo. Es extraño, pero me consta que una atmós- lera concentrada facilita la concentración del pea. samienlo. No he llevado las cosas al extremí de encerrarme en un cajón para pensar peralta sena la consecuencia lógica de mis convicciones al 3E¡£j£ dSd ° U8 “ - ~ « rn fv ll 6 /f nsado b « stan *e en él durante el día, '¿ * qué le. parece? —Es muy embrollado. — Tiene ciertamente su carácter propio Pero hay puntos resaltantes. Aquel cambio eí las sa a *> pQf ejemplo. ¿Qué deduce usted de él 9 P — Moi-timer dijo que sir Carlos había andado de puntillas por aquella parte de la alameda. * , Mortimer no hizo más que repetir k> ntío ¡al 1 gun loco habrá dicho en el sumaria ¿Por qué ba- m1dar dad ° 61 dd P»^illaa ¿ ^rat —¿Y, entonces? co^a C S ft, Jk a «l° n i'' C ° rrí L de ? eB í )eradflnwnt0 > rflVAn*/ 00 ? ««a el alma, corría hasta que se le Ír 0 ° ra f Ín L 0 ? 6 de bmoes > muerto, i por qué corría? —Ese e* el problema. Hay indicios de aua *1 hombre, estaba loco de terror ¿tes de que ociara á — ¿Qué indicios? in d7tH gam ° S Ti 6 ha eeÉa ' do esperando algo del ?: ^do del páramo. Ahora bien: si lo que vió en el ptatülo no le hubiera causado terror /C ómo ’ r¿!^r qU6 P f d - eS ? Ia cabeza al extremo de echS tmrío 9 i> D ° a casa ’ smo en direcoión con- w * si se da crédito á la decía- tos aux1ho gl R ,n0 ’ sir 9 arlos corría P'diendo á gri- tos auxilio. Bueno: ¿á quién eneraba él aqullla noche, y por qué lo esperaba en Iá^álameda y no en su propia casa? —¿Cree usted entonces que estaba esperando á alguien? ¡ > — El hombro era viejo y achacoso, y el suelo es- taba ^ húmedo y la noche destemplada. En tale* condiciones ¿ es natural que se dejara estar aJlí uno* qinco ó diez minutos, como el doctor Mortimer, con más sentido práctico del que yo le hubiera su- puesto, ha deducido de la ceniza del cigarro? — Pero sir Carlos salía todas las noches. — Creo poco probabíe que todas las noches es- perara en el portillo, for el contrario, lo que está comprobado es que evitaba el páramo. Aquella noche esperó allí. Erada noche anterior al día de su partida á Londres. La cosa va tomando for- mas, Watson. Se hace coherente. ¿Quiere hacer- me el favor de alcanzarme e! violín? Y aplacemos tóda otra reflexión sobre el asunto hasta mafiana, cuando hayamos tenido la oportunidad de ver al doctor Mortimer y á sir Enrique Baekerville. >• rf SIR ENRIQUE B^tfefeVILLE La mesa de nuestro desayunó había sido despe- jada temprano, y Holmes, en su bata de casa, es- peraba la prometida visita. Nuestros clientes fue- ron puntuales, porque apenas habían dado las diez El Sabueso.— 4 I#v ■ Cuando apartf$ el doctor Mortimer, seguido flor . el baronet. Bate era un joven como de treinta años, delgado, ¿gil, de complexión muy robusta, oíos negrofttoejas gruesas, también negras, y facciones dura»* agredas. Vestía bn traje de lanilla, de tinte rojizo, y teníala tez curtida del. que ha pasa- do la mayor parte de su vida al aire libre ; pero había algo en la fijeza de su mirada y en la tran- ST firmeza de< 8U porte, que denunciaba al ca- . tor Koíimer^ EnriqU6 B&8k6rvill ^ di Í<> el doc- v fc®® c * ÍTaiü ente— dijo el presentado y lo cu- daI cafi o. señor Sherlock Holmes, es que si ; mi Mfiigo no me hubiera propuesto venir á ver á usted, yo lo habría hecho por propia iniciativa. i engo entendido que usted sabe descifrar pequeños ¡enigma», y yo he recibido uno esta mañana que - bez? maS eavilBCÍOnes de que caben en mi ca- , —Sírvase tomar áeiento, sir Enrique. ¿Debode- i ducir de sus palabras que Je ha sucedido á usted * á íondre?? a extraordiaaria después de sil llegada —Nada que sea importante, señor Holmes. Só- to se trata de una broma, que tal vez no sea bro- rn a ' carta, si se puede llamar carta á esto t ^ 1111,5 ízanos esta mañana, jtl baronet puso un sobre encima de la mesa v todos nos acercamos ú verlo. Era un sobro común , c ?„ or B&ns&do. La dirección : «Sir Enriaue Bhr’ kerviUe, Northumberland Hotel», estaba escSfca con letra muy tosca ; el «ello postal decía : «Cha- nng Cross» y tema la fecha y la hora de la noche I iba á aojarse en el reguntó líolmes, cía- e Baskerville. )ido. Esto sólo se re- >s con el doctor Mor- ir ya estaba parando . jpllül, sin duda. . . ; ^ fc; •" No ; yo me alojaba en casa de un amigo — dijo doctor. — Antes que entráramos m $\ hotel ora | absolutamente imposible que alguien supiera que tífbamoe á alojarnos allí. >/ — iHum!... Parece que hay quien está. protun- . ^.Sámente interesado en seguir á ustedes los pasos predijo Holmes. * ¿ fe/ Y tomando el sobre sacó de él una inedia carilla '• |;'3e papel de oficio, plegada en cuatro. La abrió y asentó sobre la mesa. En el centro aparecía una pisóla frase, y para escribirla se había recurrido al ^expediente de pegar, unaa tras otras, palabras re- cortadas de algún impreso. La frase era ésta: «Si ' ^aprecia en algo bu vida ó su razón no vaya al pú- r éramos La palabra «páramo» era la única manus. Ahora bien — dijo sir. Enrique Baskerville ; — í.¿¡tal vez usted pueda decirme, señor Holmes, qué & ¿demonios significa esto, y quién es el que se toma tanto interés por mí. — ¿Qué' piensa usted al respecto, doctor Mortí- ? Tiene usted que empezar por confesar que en f l^sto no hay, de ningún modo, nada de sobreña^ tural. ^ — Así es, señor. Pero muy bien puede haber sa- ifido de alguien que esté convencido de que lo que Sucedió fué sobrenatural. 4 — ¿Qu¿ é¿ Jo que ha sucedido ?— preguntó viva- mentefir Enrique,— Me está pareciendo que todo el mundo sabe aquí mucho” más que yo Bobre mi B propios asuntos. •—Usted sabrá tanto como nosotros, sir Enrique antes de que salga de esta pieza ; se lo prometo^ dijo bnerlock Holmes. — Pero, con su permiso, va- mos á limitamos por el momento á este documem to tan interesante, que debe haber sido preparado ayer, desde que fué puesto anoche en el correo* ¿ usted el Times de ayer, Watson ? ~Eetá allí, en aquel rincón, . , ¿ Quiere usted alcanzármelo ?. , . El pliego in- tenor, hágame el servicio; la página de los edito* nales... ;Ajáí Holmes recorrió rápidamente la hoja idápresá, paseando la mirada de arriba abajo, columna por columna. Y “I Pf primer orden el artículo este sobre librea cambio I— dijo de pronto. — Permítanme ustedes que les lea un párrafo: «Pero no vaya uno á alu- cinarse pensando que su ramo particular en el campo del comercio ó de la industria tendría nue- *va vida , ó, por lo menos, mejoraría en algo , di .i ^adoptarse el régimen proteccionista ; porque si se ? * aprecia el resultado que en definitiva tendría éste >se verá que su pretendida superioridad carece to- ‘ cálmente de razón de ser...» —-¿Qué me dice de esto, Watson? — exclamó " Holtnes alborozado, soltando el diario y frotándo- % se las manos fieramente.— ¿ Tendrá razón el ar- ticulista? ¿Qué le parece? ^ El doctor Mortimer miró á Holmes oon un inte- I rés que me pareció profesional, y sir Enrique fijó É en mí un par de ojos azorados. í-r-v — No conozco gran c-osa en materia de protec- ¿ionismo ó librecambio, ó asuntos por el estilo— ¿i jo sir Enrique ; — pero lo que me parece es que nos 'temos salido un poco de la cuestión de la carta. ' — Por el contrario, estamos bien metidos dentro de ella, sir Enrique. Mi amigo Watson, conoce me- jor que usted mis procedimientos ,pero temo mu- cho que ól tampoco haya entendido bien el signifi- cado de esta frase. — No ; confieso que no veo la relación. -i — Y, sin embargo, mi querido Watson, la rela- ción ea tan estrecha que una' cosa no es más que el extracto de la otra. No vaya , su, ó, vida , en digo, al, ai, aprieta, su razón, ¿No ve usted aho- ra de dónde han sido sacadas las palabras? ■{i: — i Bayos y truenos I \ Tiene usted razón ! | Esta que es perspicacia! — exclamó sir Enrique* — Si pudiera haber alguna duda — observó Hol- anes, — la disipa el hecho de que las palabrea «no vaya y ten algo» han. sido cortadas juntas* |A ver, á ver!... ;Es cierto! — confirmó el baronet, -^Realmente, señor Holmes, esto supera á cuan- ta podía haberme imaginado — dijo el doctor Mortimer mirando oon asombro é mi amigo. — Me infiera explicado que alguno dijese que las pala- bras procedían de un diario ; pero que usted haya nombrado el diario, y haya agregado que habían sido recortada^ de un artículo editorial, esto es verdaderamente una de laa cosas más notables que be conocido en mi vida. ¿ Cómo ha llegado usted á saberlo? — Supongo, doctor, que usted podría distinguir el cráneo de un negro del de un esquimal... —Seguramente . — Pero .. ¿por qué, cómo? —Porgue e se es mi pasatiempo predilecto. Las aiierenciás entre, uno y otro son manifiestae La protuberancia frontal, el ángulo facial, I a curva maxilar, la... Pues éste es también mi pasatiempo predilec- to, y las diferencias son igualmente manifiestas, Hay tanta diferencia á míe ojos entre el tipo bour- geoi* interlineado de 'un editorial del Times y la 1 desaliñada impresión de un diario vespertino 4© medio penique», como puede haberla entre su negro y su esquimal. La ubicación, diré, de los tipos usa* dos por los principales diarios y periódicos, es una de las ramas de conocimiento más elementales dej especialista en crímenes ; aunque confieso que una ■ * vez, siendo muy joven, confundí el Leeds Mercurw > con el Western Morning News. Pero un editoriá . del Ttmes es absolutamente inconfundible* y es* tas palabras no podían haber sido sacadas de nin- guna otra parte. En fin, como la cosa había sido hecha ayer, lo más probable era quo eneontrára- V moa las palabras en el número de ayer. ¿ —Entonces, por lo que alcanzo ó comprender, ; ; •señor^ Bolines— dijo sir Enrique,— alguien ha re^ cortado las palabras de este mensaje con unas ti- |f’- ~Ti}enta,& para las uñas — corrigió Holmes. — Verá usted que eran tijeras de hoja muy corta si "fr observa que han sido necesarias dos tijeretadas P ara _¿ ec °rá ar tanto no vaya como en algo. . _ —Es cierto. Alguien, pues, recortó las palabras engrudo 8 ^ 6 C ° n im par de ti Í eritaH > í laft pegó con « Con goma — corrigió Holmea . ...con goma sobre el papel. Pero me gustaría '£Hp Saber por qué la palabra «páramo» está manus- crita. —Porque el que la escribió no pudo encontrarla impresa. Todas la3 demás palabras eran sencillas y podían estar en cualquier número, pero «pára- mo» no es tan comente. — | Es claro, por supuesto ! | Así se explica I ¿ Ha leído usted alguna oosa más en este mensaje, se- ñor Holmes? — Hay uno que otro indicio, aun cuando su au- tor ha hecho los mayores esfuerzos para no dejar huellas. Como usted ve, la dirección está escrita con una letra muy tosca. Pero el Times es un dia- rio que rara vez se encuentra en manos de personas que no sean muy educadas. Podemos suponer, por lo tanto, que la carta ha Bido fabricada por un hombre quito que quería pasar por inculto, y su es- fuerzo para disimular la letra sugiere la idea de que esta letra podía ser reconocida, ó llegar á ser reconocida por usted. Ahora bien: observará ue- ted que las palabras no están pegadas exactamen- te en línea recta, pues unas aparecen más altas que las otras. La palabra vida , por ejemplo, está completamente fuera de su lugar. Esto puede sig- nificar descuido, como también puede significar agitación y prisa. En definitiva, me inclino á su- poner esto último, desde que, como el asunto ee evidentemente de importancia, no es probable que al hacer este*mensaje Bobre él, el hombre se haya descuidado. Suponiendo, pues, que hubiera obra- do precipitadamente, esto provocaría la interesan- te cuestión de ¿por qué estaba apurado? desde que, si la carta hubiera sido puesta en el correo esta mañana temprano, habría llegado & manos de fcir Enrique, antes de que sir Enrique saliera del mwm i : kql'ii?"'” lwbn> “* ¡nter,«.clón?... ¿í W **, ® el te- timer. "* a™ ma nzas— dijo el doctor Mor- pesan las probabilidad^ 1 ^ se esM^T 6n qUe 86 rosímiles. Esta es la mili A?, 8TOg , en , las ve- desempeña en la cienníA. o qu6 8 mm ?P n aoión tenemos aleurm. hon a V n Q u ® nosotros siempre ter, usted podrá «| e . pero estoy casi secum^ « ijV®* adivinanza, ' ■ , . escrita en un hotel d q ® la direccióu ha sido —¿Cómo diablos puede saberlo? * toto la plumTSmoT? P ro hjamente, verá que al escritor. La pluma hZw' han dado *i ue hacer en una misma palabra v se h^T 3 *^ 0 . d ° 8 vifece8 y en una direcdóV Coarta t a Tf° ** vece8 ’ o había muy poca i *- q 6 demu e«tra que una pluma K tw el t,nfcero - Ahora bien : rara vez llega á estar P n a 6n U “ a caea Particular, 3«u«, i XiteSH 8 .. «*•*>. ? i»» . más difícil todavía Pn 00888 . . un tlem P°> es algo Ptea y la .££ de ^hZf ? ted conoce la cóutesr nada de ?p“ S to áf e! ., d,< fu,. de poner nada en claro f iiui pi&, pero no pu- anoche los compré en el Str<£?? r *' querílqTmXs^pkrii? 88110 todavía ’ ¿P or Qué Ue^ustedé LMdrea^'ftfj ayér ' 60 cuanto ' botines? 68 ’ 8e iué & comprar un par de ^ tomTlf lolesS de r a " E1 doct °r Mortimer f prenderá auTaf tonal 6 acom P aña ™e. Usted comí Üevonshire. debo vestal 8 MJ^ p, ® tario aUá> ea bable quo me bava hooho P erBOna J e ; y es pro- mis costumbres alláV AiSiST eS ^"?"* 0 6Q ' asr- ^*»jes%í£s«íí| Sherbck°^ol^^g C ^^ t ^^ ndarmeTll;c inútíl^-dijo, creencia del doctor MorthSi^X PartÍeÍpo de la | mucho tiempo sin m, f . u í! mei ' , J ue no pasará ■ á suelto,; — creo que he hablado bastante sobre lo poco que sé. Ya es hora de que cumplan ustedes su promesa de darme cuenta detallada de qué es lo que estamos todos tratando aquí. — Su deseo es muy razonable— dijo Holmes.— Doctor Mortimer, creo que lo mejor que puede ha- cer usted es contar la historia á sir Enrique tal como nos la contó á nosotros. Invitado de este- modo, nuestro científico amigo sacó sus papeles dol bolsillo, y expuso el caso en todos sus detalles, como lo había hecho la maña- na anterior. Sir Enrique Baskerville lo oyó con la más profunda atención, soltando de tiempo en tiempo una exclamación de asombro. — (Caramba I — dijo/cuando el doctor Mortimer hubo terminado. — [ Parece que me ha tocado una herencia de mil diablos I La historia del sabueso la conozco, por supuesto, desde que era una cria- tura. Es el cuento mimado de la familia, y nunca hasta ahora se me había ocurrido tomarlo por lo serio. Pero, por lo que se refiere á la muerte de mi tío. . . ] caramba I. . . todo eso parece que estuvie- ra hirviéndome dentro de la cabeza ; no puedo comprender nada. Por lo que veo, no se ha pues- to en claro todavía si éste es un caso en que deba intervenir la policía ó la iglesia. — Precisamente. Y ahora tenemos la cuestión de la carta que me han dirigido al hotel. Me parece que el carác- ter misterioso de esta misiva está perfectamente de acuerdo con el asunto. —La carta hace ver que hay alguien que sabe mejor que nosotros lo que está pasando en el pá- ramo — dijo el doctor Mortimer. — -Demuestra también — observó Holmes, — que * " r riíf*' bo ifr íCwTA*" tombi4 » « P-iuTbí. Mortimer por hah^i expres, '[ a » gradas, doctor que ofrecé CÍtXrí M probIe “« sanies. Pero la cuesX ^I f-’ toda8 mu - y inte ™' .> res <>lver ahora, sir Eníiqufeád esú que que usted vaya á Bastille Hall. P rudea ^ ¿Por qué no habría de ir? rarece que sería peligroso. hecha. No hay^demonio > en g AÍ >, • *2* rea °Jución está' / mes, ni hombre aleuno ^ l el .í* 1 ® 6 ™ 0 ’ señor Hol- pedirme ir al hogsjfde mAimT^Vu® pueda im * mejillas . 6l et ? trace j°> y ¿ sus ? se veía que ei ?Z* "*>"»*brlo. Bien se había^ttog ?Z>Z ¿Z ÍJ? BaskerviU « *<> de la familia. 8 ultimo representante tiempo de pensar^obw^^’ - ?* 0 ^ 8 ^* 1 no be tenido haeer 8 aber P E?fueÍ?eo^ IO qU ° Se L me ^ aba de ner que conocer las * P , am . , un horn bre el te- una sola sentada! eUaS de una hora de tranquilidfd ml dl . 8pOQer de respecto. Vea un poco señor Hoto^ mi ¿ ulcio al las once y medí a %, . Colmes : ahora son y media, y pienso irme directamente al ’ hotel. ¿Qué le parece? ¿por qué no me hacen el favor, usted y su amigo, el doctor Wtttaoa, de ir á tomar el lunch con nosotros, á las doaft Enton- ces podré decir é usted, de una manera positiva, qué es lo que pienso sobre el asunto. — ¿No tiene usted inconveniente, Watson? — Ninguno. — Bueno; puede usted esperarnos. ¿Hago lla- mar un cab? —Preferiría caminar, porque esta conversación me ha sofocado un poco. — Yo lo acompañaré á pie con mucho gustó- le dijo el doctor Mortimer. — Entonces, hasta luego, á las dos. Au revoir . Oímos las pisadas de nuestros visitantes, que bajaban la escalera, y en seguida el golpe de la puerta de calle al cerrarse. En un instante, Hol- mes dejó de ser el lánguido soñador, para conver- tirse en el hombre de acción. — | Su sombrero y sus botines, Watson I | pron- to í... ¡No hay que perder ni un momento! — y al decir esto corrió á su cuarto, del que salió, pocos segundos despuéa, correctamente vestido de le- vita. Bajamos precipitadamente la escalera y salimos á la calle. El doctor Mortimer y sir Enrique esta- ban ya como é doscientas yardas, del lado de la calle de Oxford, — ¿Corro á detenerlos? — I Por nada del mundo, mi querido Watson I Me doy por muy satisfecho con la compañía de usted, si es que usted tolera la mía. Nuestros ami- gos han hecho muy bien, porque la mañana es lin- dísima, por cierto, para dar un paseo á pie, Holmes apretó el paso, y llegamos á reducir á — 82 — Itliiffnr! %f 4 '* i J ^P : ''i tf "• ;h< " «- & 7, 1 =• I" y r' )° 8 seguimos hasta la calle de OyTV 10 * 1 yarda8 ’ hasta % de Regen t En ° 7 d ’ ^ P° r ésta para mirar el escananii 1 7* oca8 . ,óu » pararon coa! nosotros, ffig£fc *»”**. -í ver lo : P«és, Holmes soltó Za exclZaeSn 7^^ des ‘ 7 siguiendo la mirada desusóTotí, d ° B ° rpresa ’ se fijaban, hacia el ofro i Q ,i j 8 ® D81060S ) vi q U e cab que, después rl« Kok ado de calle, en un otros, echaba á andar otaTv'S ¿n¿mtnf C ° m ° nOS ‘ , tra misma dirección. «Mámente en oues- t ¿ ec harémos e un1búen7sh¿ % a ? 180n ! 1 Corra [. . . Le hacer más. zo ’ 81 ee 1 Ue n o podemos r- queSnSm^aUaí v“ dinero de éfáf 6 T de la ventanilla lateral l é1, ¿ través Pida y un par d OJ ís escrutado^ 8, Qegra J tu ' en noeotros. Inmediatamen^ , , qU6 8e fl J a han . el postiguillo del techo del oarSaíe7eTri7 ICn 7 : ' go al cochero, y el cab JiíaTÍ 1 ’ e ® ntaron «1- J Regent. Holi¿i buscó 7? & SCa f e P° r la calle otro coche, pero no se 8 ^ osamente °on los ojos ■■" : Entonces éohó á ™, f & ““*»«> desocupado. Por el medio de late - «77’ °° rao un loco, llevaba el cab era demasiado^ T^ 3, que D0 * perdió do vista. M do g de > y pronto se giendo pálido jad^ante H di meS f co , ntrariado . sur-' v' vehículos ¿ Se hfv 7 « entre Ja ««feote de puerca y un’ procedimi»«+ nUri ^ a Una Suert ° más mío? Watson, P Watson^ 7 más ® stúpido que el da , usted tendrá q^con ignara 77 * ^ra- J contra 1“ ta3“¡ D :/pm e hemos oído, que 3 > de una estrecha $ jondres. ¿De qué* '-,:A r vw» muñera poma nacerse sabido que era en el :7/¡$¡| jT North -umberland Hotel donde iba á alojarse? Y .>H | si lo hablan seguido el primer día, supuse que ' v^|J | también lo seguirían el segundo. "¿Notó usted .. r$W í t - que, mientras el doctor Mortimor repetía su his- ¿ tona, me acerqué dos veces á la ventana? g£ — Sí, me acuerdo. j E fe Quería saber si había desocupados paseándose '418 ppor la calle, pero no vi ninguno. Tenemos que ha- M Démoslas con un hombre muy hábil, Watson. Es- ^sunto eB muy intrincado, y aunque todavía no ; | .puedo precisar, de una manera definitiva, si es ^ un agente amigo ó enemigo el autor del anónimo y ~ hombre del cab , me doy cuenta, sin. embargo, - |v -de su fuerza y de que algo se propone. Cuando sa- ¡: mk Iv * íer Jf l uusstros amigos, me dispuse á seguirlos in- | mediatamente, con la esperanza de descubrir á su ‘ f|8 ^ misterioso perseguidor. El hombre es tan astuto, m*» s» consideró seguro á pie, y se sirvió de un '*§■ a fin de poder andar despreocupadamente de- | .tras de ellos, como si se paseara, ó pasarlos á e.s- | cape, con lo que evitaba el peligro de hacerse sos- vJ||f pípechoso. Este método tenía, además, la ventaja ||I de que, si ellos tomaban un coche, él estaba ya "^Sj¡ | listo para seguirlos. Pero también tenía, por su- Impuesto, una desventaja manifiesta. 3^ Blv — des que se entregaba al cochero. I?;’— Exactamente. '.-'7^ ¡gPflp ifjÉL • v'. v * i — j Qpé lástima que no hayamos tomado el nú- mero ! f •. — ÜVÍi qi^rido Watson, por torpe que haya sido yo esta ve!, no vaya á creer usted que me olvidé da. tomar el número : 2704 es el de nuestro hon^- bre. Pero esto no nos sirve para nada por el mo- mento. — La verdad ee que no sé cómo podría haber hecho usted en este caso más de lo que ha hecho. — Al ver el oab f débfa haberme vuelto instan- , táneamente, tomando otra dirección. Entonces con toda tranquilidad, podría haber subido á otro ca>b y haber seguido al individuo á una distancia pru- dencial ; ó, mejor todavía, nos habríamos ido al Northumberland Hotel á esperarlo. Una vez que nuestro desconocido hubiera dejado á sir Enriquéj. en su casa, habríamos tenido ocasión de hacedle ¿ él el mismo juego, viendo adónde se dirigía. Lo cierto es que, por avidez indiscreta, de la que se aprovechó nuestro adversario con extraordinaria prontitud y destreza, nos hemos traicionado y ht** í mos perdido la pista. V ' Durante esta conversación habíamos seguido despredoupádamente por la calle Regent, y haef* tiempo que habían desaparecido de nuestra vista el doctor Mortimer y su compañero. — No hay ya objeto en seguirlos — dijo Holmeá, —La sombra se ha ido y no volverá. Vamos 4 ver ¿ qué otras cartas tenemos en la mano, y las jugare- mos resueltamente. ¿ Podría usted hacer una de- claración jurada respecto á la cara del hombre que estaba en el *cab? , — Sólo podría jurar respecto á la barba. — Yo también no he visto más que la barba... de lo que deduzco que, muy probablemente, era .;* • ■ r } - ' •' • ' v , Postiza. Al meterse en una empresa tan delicada, un hombre astuto como él no dejaría ver bu barba bí la tuviera propia ; de modo que si la usaba era para ocultar sus facciones. Entre, Watson. Holmes se introdujo en una de las oficinas sec- cionales de mensajeros, cuyo jefe le hizo una calu- rosa acogida. . , . , ^ -—[Vaya, Wilsonl Veo que no se ha olvidado usted de aquel asuntito en que tuve la suerte de ayudarío.^^ ^ ^ ^ olvidado. Usted me salvó * la reputación y tal vez la vida. i —Mi querido amigo, ño exagere. Creo recordar, 1; '"Wilflon, que usted tiene entre sus muchachos un V tal Cartwright, que reveló alguna habilidad en b; aquella investigación. i,. — Sí, señor; todavía está con nosotros. — . podría hacerlo subir ?. . - Gracias. ¿ cerme también el favor de cambiarme este billete de veinte pesos? ^ . . . , „ Respondiendo al llamado de su jefe apareció un muohacho como de catorce años, de fisonomía des- pierta y brillante. Al ver á mi amigo se quedo mi- rándolo con gran reverencia. — Permítame la guía de hoteles — dijo HolmeB al jefe.— Gracias. Mira, Cartwright, aquí te be marcado veintitrés hoteles, todos en las inmedia- eiones de Cbaring Croas. ¿Comprendes. — Sí, señor. — TieniS^ que visitarlos uno por uno. —Sí, setior. , Empezarás por darle al conserje una moneda de veinte centavos en cada caso. Aquí tienes vein- titrés de ellas. — Sí, señor. El Sabueso —5 —Le pedirás que te deje ver los papeles de Ift basura de ayer, dioiéndole que se ha extraviado un telegrama importante, y que tienes que buscarlo. ¿ Entiendes ? — Sí, señor. — Pero lo que buscarás en realidad será una pá- gina del Times de ayer, la de los editoriales, que tenga unoB agujeros ''hechos con tijeras. Aquí tía* nes el diario. Esta es la página. ¿Podrás conocer r la fácilmente? * — Sf, señor. — El conserje llamará entonces á alguno de lo$ sirvientes á quien darás también otra moneda, ■ igual. Aquí tienes veintitrés más. En veinte, qui- zás, de los veintitrés hoteles, te dirán que la basu- ra ya ha sido quemada ó sacada de la casa, y en los otros tres casos te mostrarán un montón de papeles, en el cual buscarás lh página. Hay mu- chísimas probabilidades de que ño la encuentres. Aquí tienes diez monedas más por lo que pueda suceder. Y antes de la noche me harás saber el ; resultado de tu pesquisa por medio de un telegra- ma á mi casa de. la calle Baker. Ahora, Watson, lo único que noa queda por hacer, es averiguar por telégrafo quién es el cochero número 2704 ; des- pués nos meteremos en una de las galerías de pin- turas de la calle Bond ? y nos entretendremos allí hasta que sea hora de ir á Northumberland Hotel, ift - ' ' r; " m;-:- — 87 - TRES HILOS ROTOS !■: Sherlook Holmes tenía en alto grado la facultad de distraer á voluntad su espíritu. Durante dos .• ;hóras pareció olvidar totalmente el extraño asunto f que nos preocupaba, y se absorbió por completo en el examen de los cuadros de los pin toree, belgas modernos. Y desde que salimos de allí hasta que 5 llegamos al hotel, no habló sino de arte, sobre el cual tenía las ideas más elementales. — Sir Enrique Baskerville está esperando á us- v. tedes arriba— dijo el conserje.— Me ha pedido que los hiciera subir en cuanto llegaran. — ¿Tendría usted inconveniente en qu© diera un Vistazo á su registro?— le preguntó Holmes. — De ninguna manera. 4 En el registro aparecían inscriptos dos nombres después del de sir Enrique Baskerville. Uño era : «Teófilo Johnson y familia, de Newcastle ;» ^ei , otro: «Señora Oldmore y sirvienta, de High Lod- ge, Alton.» — Este es seguramente el mismo Johnson que yo conozco— dijo Holmes, dirigiéndose al conser- je. — ¿No es un abogado, oojo, de pelo cano? — No. señor, éste es el eeñor Johnson, dueño de minas de hulía, un caballero joven y ágil, de la edad de usted, más ó menos. — 68 — ■ — Probablemente usted se equivoca en cuanto á la profesión del hombre. — No, señor ; hace muchos años que viene á pa- rar á este hotel, y lo conocemos muy bien. — jAh, eso es otra cosa! La señora Oldmore también,., creo recordar este nombre. Disculpe mi curiosidad, pero muchas veces cuando uno va á visitar á un amigo, encuentra otro. — Es una señora enférma, señor. El marido fue una vez alcalde de Gloucesfcer. Se aloja siempre aquí cuando viene á Londres. — Muchas gracias. Temo que no esté tampoco entre mis relaciones. Con estas preguntas hemos dejado sentado un hecho muy importante, Wat- son — continuó Holmes, en voz baja, mientras su- bíamos la escalera.— Ahora sabemos que estas per* '■'¿p* SOüas - tan interesadJ¿/¡éa nuestro amigo no se han '.■?&$!* establecido en el ASatíto hotel donde él se aloja. Lo que quiere decir que aun cuando estén, como - ^' hornos visto; tan deseosas de vigilarlo, están igual- mente deseosas de quo él no las vea. Pues bien: . esta és un hecho muy significativo. —¿Porqué? —Significa... jHola, querido amigo! ¿Qué de- monios le pasa ! Al llegar á lo alto de la escalera habíamos tro- pezado con sir Enrique Baskerville en persona. Tenía el rostro encendido de cólera, y de una de sus manos colgaba un botín viejo y sucio de pol- « vo. Tan furioso estaba que apenas podía articular !ae palabras, y cuando al fin habló, lo hizo en un • dialecto mucho más libre y más yanqui que el que - habíamos oído por la mañana. 1 — I No parece sino que en este hotel me hubie- *j¡j| ran tomado por un zopenco! — exclamó. — jCorao — 69 — 86 déBouiden uu poco y sigan jorobando van á sa- ber cuántas son cinco ! ¡ Ca. . . ramba ! j Si no lie- gan á encontrar el botín perdido les aseguro que va á haber fandango I Sé aguantar las bromas co- mo el mejor, señor Holmes, pero esta vez se han pasado un poco de la raya. — ¿Buscando todavía el botín, eh? Sí, señor ; y muy resuelto á encontrarlo. — Pero, ¿no dijo usted que era un botín nuevo amarillo ? . . — Eee es otro. Ahora se trata de uno viejo y negro* ’• — jCómoI ¿Quiere usted decir...? — Lo que quiero decir es esto: Yo no tenía ab- solutamente más que tres pares en el mundo: el amarillo nuevo, el negro viejo y los dos de charol que tengo puestos. Anoche se llevaron uno de Ico amarillos y hoy me han robado uno de los ne- gros... Vamos á ver, ¿lo ha encontrado ya? | Ha- ble, hombre, hable, y no se esté ahí mirando! Un sirviente alemán, algo agitado, acababa de entrar en escena. —No, señor; he eetado averiguando en todo el hotel, pero nadie ha podido darme la menor no- ticia. —Pues bien : ó el botín aparece antes de que el sol se ponga, ó veo al gerente. —Se encontrará, señor... Le prometo que si el señor tiene un poco de paciencia se encontrará. — Trate de que sea así, porque ésta será la úl- tima cosa que pierda yo en esta cueva de ladro- nes. Bueno, señor Holmes, discúlpeme que lo esté molestando por semejante bagatela... — Creo que el asunto vale bien la pena de cual- quier molestia. IUIEM K. WlIQUtí ^ I Cómo! Parece tomarlo usted muy por lo se- c j J0 9 ^ am ?^ ^ ver ’ ¿°ómo se explica usted el he- la ~7^° in ] en í° si< l uiera explicármelo. Me carece ” ás *» - w» fy “nnl ™ ri * l 3 ulzá — dijo Holmes pensativo. habí ¿ ! lf ÍU t a S ra< 3abIe, y durante él poco EC tS? "I 1 "■ 4 “ r E " rique — ir a Baskerville Hall, —¿Cuándo? ^ nes de k semana. rS^^>r T = «le entrL Ita •» ®? ,iend< > á usted en Londres v *» ii ™“ ~^ar?3&ts®ríss — 71 — aquí un daño que no nos sería posible prevenir. ¿ Sabe usted, doctor Mortimer; que lo siguieron es- ta mañana al salir de mi casa? El doctor Mortimer se Borprendió. — ¡A mí! ¿Por qué? — exclamó. — Desgraciadamente, no sé por qué. ¿Tiene us- ted entre sus vecinos ó relaciones en Devonshire algún individuo de barba negra, tupida? — No... Es decir, permítame... es cierto, sí. Ba- I rrymore,, el mayordomo de Baskerville Hall, tiene I la barba negra y tupida. I — j Ah I ¿Dónde está actualmente Barrymore? 1: — Está en el Hall, al cuidado de la propiedad, jr — Sería bueno averiguar si está allá realmente, ó si, por una contingencia, se encuentra en Lon- I; dres. | — ¿Cómo podría averiguarlo usted? f — Déme un formulario de telegrama. «¿Está to- do pronto para sir Enrique?* Esto- es bastante. f ; Dirección: «Señor Barrymore, Baskerville Hall.» ^ ¿Cuál es la oficina de telégrafos más próxima? ■ ■ «Grimpen : » Muy bien ; y enviaremos otro telegra- j:;' ma al administrador de correos y telégrafos de | Grimpen : «Telegrama al señor Barrymore, entre- • »garlo en propia© manos ; si ausente, sírvase avi- t »sar por telégrafo á sir Enrique Baskerville. Nort- : »umberland Hotel.» Esto nos permitirá saber í antes de esta noche bí Barrymore está en su pues- to en el Hall ó no. — Efectivamente — dijo sir Enrique. — A propó- | Bito, doctor Mortimer, ¿qué clase de hombre es §' ese Barrymore? ¡r — Es hijo del viejo encargado, que ya murió. f Estos Barrymore están al servicio del Hall desde |r hace cua^ ; generaciones. Tengo entendido que él r — 72 — y su mujer son un matrimonio tan respetable co- ^ mo el mejor de la provincia. —Sin embargo — dijo sir Enrique,— salta á la vista quettmientras no esté en el Hall alguno de la familia, esa gente puede disponer de una oasa amplia y esplendida, y no tiene nada que hacer. — Es cierto. — ¿ Favoreció de alguna manera á Barrymore el testamento de sir Carlos?— preguntó Holmee. El y sü mujer recibieron dos mil quinientos pesos cada uno. ' , jaS aa . v*7" I Ah! ¿Sabían ellos que iban á re^íffijip de- gado? ; . Í. "I®* 8 ^ r Carlos era muy amigo de hablar de las disposiciones de su testamento. ' —Entonces, la cosa es muy importante— obser- vó Holmes. Espero, sin embargo— le dijo el doctor Mor* . tnner,— que usted n^|A:ará con ojos sospechosos a todos los que hay^jpibido algún legado fíe «ir v Oanos, porque yo ta^afttén fui favorecido con cinco ^ mu posos. ■ .v. í Hqla I ¿ Y hubo otros legatarios ? —Mucho» particulares con sumas insignifican- * es > y Jí n n ^ mero d e establecimientos de cari, dad. El resto fué todo para sir Enrique. —¿Y cuánto era el resto? 'f J ~Tree millones setecientos mil pesos. . A Colmes alzó las cejas sorprendido. : $ —No tenía la menor idea de que se tratara de • - una suma tan colosal — dijo. v ££ Sir Car loe tenía fama de rico, pero no supi- ¿ mos hasta qué punto lo era sino cuando tuvimos * í que examinar sus títulos. El valor total de sus :M bienes era casi de cinco millones de pesos, — 73 — s —I Amigo ! E» una puesta como para que cual* quiera juegue una partida desesperada. Otra pre- gunta más, doctor Mortiitíér. En el caso de que le sucediese algo á nuestro joven amigo..; perdo- ne qfited, sir Enrique, la desagradable hipótesis... ¿quién sería el heredero? — Como Rogelio Baskerville, el hermano menor de sir Carlos, murió soltero, los bienes pasarían á los Desmopd, que son primos lejanos. Jaime Des- mond es un clérigo anciano de Westmoreland. -r^íÓohas gracias. Todo» estos detalles &on muy intereáánte». ¿ Se ha encontrado usted alguna vez con el sefior Jaime Desmond? —Sí ; en una ocasión en que hizo una visita á sir Carlos. Es una persona de aspecto venerable y de virtuosísimas costumbres. Recuerdo que se ne- gó á apeptar legado alguno de sir Carlos, á pesar de todas las instancias de éste. —¿Y este hombre tan sencillo sería el herede- ro de la fortuna de los Baskerville? — Sería el heredero de la propiedad, porque ésta está vinculada; y heredaría también el dinero, á menos que el propietario actual, que, por supues- to, puede hacer de él lo que quiera, dispusiese las * cosas de otro modo en su testamento. — ¿ Y ha hecho usted ya su testamento, sir En- rique ? — No, señor Holmes, todavía no. No he tenido tiempo, porque sólo ayer he sabido cómo andaban las cosas. Pero, en todo caso, creo que el dinero debería agregarse al título y á la propiedad. Esto es, por lo menos, lo que ha querido mi pobre tío. ¿Cómo podría restaurar el heredero las glorias de los Baskerville si no tuviera dinero suficiente, para conservar la propiedad? La casa, la tierra y los pesos, todo debe de estar junto, niencia de que se marche usted á Devonshire sin mo parecer suyo en lo que se refiere á la conve- niencia de que se marche usted á Devonshire sm demora. Sólo tengo que establecer una condición. .La de que usted no debe ir solo, de. ninguna ma- nera. ° —El doctor Mortimer regresará conmigo. —Pero el doctor Mortimer tiene que atender su clientela; y, además, la casa de él está á algunas millas de distancia de la de usted. De modo que aun cuando tuviera la mejor buena voluntad del mundo para acompañarlo, podría estar imposibi- litado para hacerlo. No, sir Enrique ; debe llevare usted á alguno especialmente, á una persona de confianza, que esté siempre á su lado. —¿No podría venir usted mismo, señor Hol- • mes? —Si las cosas llegaran á una crisis, trataría de encontrarme allá; pero usted comprenderá que con una clientela tan vasta como la que tengo a 1 u, > J 0011 las constantes consultas que me lle- gan de otras partes, me, es imposible ausentarme de Londres por tiempo indeterminado. En estos * mismos momentos uno de los hombree más respe- tables de Inglaterra está á punto do ver empor- cado su nombre en una tentativa de chantaae y sólo yo puedo impedir un escándalo desastroso. Verá usted pues, por esto, cuán imposible me es acompañarlo. —¿ A quién recomendaría usted, entonces? xiolmes asentó su mano sobre mi brazo. n T, Sl mi amigo quisiera encargarse de ello, no podría tener usted en caso de aprieto un hombre — 75 — 1 mejor que él. Nadie puede afirmar esto con más confianza que yo. La proposición me tomó completamente despre- venido ; poro, sin darme tiempo á que contestara, sir Enrique me tomó la mano y me la estrechó calurosamente. — {Sí, sí, doctor Watson! {Es mucha bondad , la suya ! — me dijo. — Usted ve lo que me pasa, y conoce el asunto tan bien como yo. Si usted vie- ne á Baskerville y me ayuda, me hará un servi- cio que no olvidaré nunca. La perspectiva de una aventura ejercía siempre én mí, entonces, una especie de fascinación ; y, por otra parte, me sentía halagado por las pala- bras de Holmes y por la vehemencia con que el baronet me había acogido por compañero. —Iré, con mucho gusto— dije. — En verdad, no sé cómo podría emplear mejor el tiempo. — Y mándeme informes minuciosos de lo que pueda ocurrir — me dijo Holmes. — Cuando llegue la crisis, que llegará, le indicaré á usted lo que haya que hacer. Supongo que para el sábado todo podrá estar listo... — ¿Le vendría bien eso al doctor Watson? — Perfectamente . — Entonces el sábado, á menos que se le comu : ñique á usted otra cosa, nos encontraremos en la estación Paddington para tomar el tren de las diez y treinta. Nos habíamos levantado para despedimos cuan- do sir Enrique soltó una exclamación de alegría, y precipitándose á uno de los rincones del salon- cíto se agachó y sacó de debajo de una étagére un botín amarillo. — j El botín perdido ! — exclamó. *¿ Jj — | Ojalá todas nuestras dificultades se resuel- van con 1* misma facilidad! — dijo Sherlock Hol- mes. % — Pues esto es muy singular— observó el doc* tor Mortimer. — Yo mismo registré minuciosamen- te esta pieza antes del lunch . — Y yo también — dijo sir Enrique. — Palmo á palmo. — Y en aquel momento no había positivamente ningún botín. — Entonces el camarero debe haberlo puesto aquí mientras comíamos. Se mandó buscar al alemán, pero éste declaró que no sabia nada al respecto, y ninguna investiga- ción ulterior pudo esclarecer el hecho. Con ello venía á agregarse un Ítem más ó aquella serie confi- tante, y aparentemente sin objeto, de pequeños misterios que con tanta rapidez se habían sucedido unos á los otros. Haciendo á un lado la siniestra historia de la muerte de sir Carlos, teníamos en el corto espacio de dos días todo un reguero de inex- plicables incidentes, que comprendía: el recibo de la carta con los recortes del Times , el espía de bar- ba negra en el cah , la pérdida del botín amarillo, la pérdida del botín negro, y luego, la reaparición del primero de estos dos. Holrnes no dospegó los labios en el coche h mientras volvíamos á Baker Street, y por sus cejas fruncidas y por su sem- blante rígido comprendí que su mente estaba ab- sorta, como la mía también, en la empresa de fra- guar urí plan al cual pudieran ajustarse, todos efctos episodios extraños y, al parecer, inconexos. Todo aquel día, hasta las últimas horas de la tarde, mi amigo estuvo sentado, inmóvil, perdido en medio de sus pensamientos y del humo del tabaco. — 77 i m ■¡ I Ibamos á mentamos á comer cuando llegaron dos telegramas. El primero decía : «Acabo de saber que Barrymoro está en el Hall. » — Baskcrvilíe. El segundo era éste : «Visité veintitrés hoteles indicados, pero siento ^comunicarle no pude encontrar hoja cortada del » Time s . — Cartwrig h t . » — Se rompen dos de mis hilos, Watson. No hay estimulante mejor que el hecho de que todo se vuelva contra uno. Tenemos que ponernos á pensar en otra pista. — Nos queda aún el cochero del cah . — Justo. He telegrafiado al Begistro Oficial S ara saber su nombre y domicilio. No me aorpren- ería que ésta fuera precisamente la respuesta á mi pregunta. Pero lo que acababa de hacer sonar la campa- nilla resultó ser algo más satisfactorio aún que una simple respuesta; porque se abrió la puerta y entró un individuo de rudo aspecto, que era evidentemente el mismo cochero. —Me han mandado avisar de la oficina — dijo, — que un señor con esta dirección ha estado pregun- tando por el 2704. Hace siete años, que manejo mi coche, y nunca he tenido una sola queja. Vengo derechamente de la parada á preguntarle á usted en su cara qué tiene que decir de mí. — No tengo nada absolutamente que decir de us- ted, amigo— dijo Holmes. — Por el contrario, tengo medio argentino para usted sí contesta franca- < mente las preguntas que le haga. — ¡ Vaya! Lo qué es el día ha sido hoy bastante bueno, no hay duda — dijo el cochero haciendo I lo í"».*™ 1 » '* SÍ, me dijo eso. — ¿Cuándo se lo dijo? —Cuándo me despachó. ^ e . dijo algo más ? —Me dijo cómo se llamaba. -T Ah7 “ T °„ d í« ió ana mirada de triunfo. imprudencia! ¿ Y que nombre ÍS ’ ° ? I Era Iock Ho“m“ »~ d,JOel COChero >- era «Señor Sher. •*5* Stf&X'JÍKÍ — 79 — puesta que le dió el cochero. Por un instante no áñE&5ú lmeSte e ‘ t "P e, “ to ' D “P"*> «> echó io es tan rápida y tan flexible como la mía Me ha alcanzado lindamente esta vez. ¿De modo que se llamaba Sherlock Holmes, no? q Sí, señor, así se llamaba. ted^vl w 1 fe? ^ii Dí f ame ahora dónde lo tomó «b- eclí ^ Q ue todo lo que pasó. I Trüalea^D^J 88 QUeTO y media 611 ,a P^za de , a gar. Dijo que era pesquisante y me ofreció t. J* "«entino, si hacía todo el día lo que él me te; dijera, sin discutir nada. Acepté en seguida I ^‘^eramente fuimos al Northumberland Hotel | y esperamos allí hasta que salieron, dos caballeros que tomaron un coche de la fila. Seguimos a?Sé hasta que se paró en una casa cerca de aquí ~hm esta misma puerta-dijo Holmes. r, ~ Puede 8e . r - üo Podría asegurarlo, pero me á rndsd q T) mi Pa - Sajer ° ha de sab «rfo. Nos paramos ho“a v' íned ift Ca n m ° 7 Calle y un7 wliLhfí D f P0é«» los dos caballeros pasaron Ittí 4 P¡ "- * K» “*»»»» l»r I. —Ya lo sé— interrumpió Holmes. tea río 7o an iT >S ü“ dado ya unaa tres cuartas par- pjr fL“ ? aUe Re geu* cuando el pasajero levantó á lff Slr,^ 0 1 ue fu ^a directamente rIV 7 í Ón WaterIo ° lo más ligero que pudiese Entonga * yegU ?’, y llegamos en diez minutos Entonces me pagó los dos argentinos, como buSa ñauando 11 dió^’ 7 a™ met } 6 en ,a cstaciÓD - Se iba ya cuando dió media vuelta y me dijo: «Tal vez ■\g¡r - 80 - *' i>le interese saber que su pasajero ha sido el señor »Shqflock Holmes.» Por eso es que sé cómo so llamaba. — Ya lo veo. ¿ Y no lo volvió á ver más? — No, desde que entró en la estación. T — ¿ Y cóm ° describiría usted al señor Sherlock Holmes? El cochero se ifascó la cabeza. —Vea: no era; á la verdad, un señor fácil de describir. Yo le daría unos cuarenta años de edad ; era de mediana estatura, como dos ó tres pulgadas más bajo que usted, señor. Estaba muy bien ves- tido, y tenía una barba negra, cuadrada, y la cara pálida. Es todo lo que puedo decir. — ¿Y el color de los ojos? — No, no só. — ¿ No recuerda nada más ? — No, señor ; nada más. Bueno; tiene, entonces, su medio argon- tmo. Y le espera otro sí puede traer algún dato más. Buenas noches : —Buenas noches, señor, y gracias. Juan Clayton se marchó muy contento, y Hol- mes se volvió hacia mí, encogiéndose de hombros y sonriéndose, tristemente. Se ha reventado el tercer hilo, y concluimos poi estar lo mismo que cuando empezamos — dijo. j Astuto bribón! Conocía nuestra casa, y supo que sir Enrique Baskerville había venido á vermq ; me reconoció en la calle Regent, presintió que yo recordaría el número del cab y que pondría mis manos sobre el cochero, y por esto me envió su audaz mensaje. Le. digo, Wat son, que esta vez tenemos que habérnoslas con un adversario digno de nuestro acero. Me han dado jaque mate en pleno Londres. No me queda más que desearle á usted mejor suerte en Devonshire. Pero no las ten- go todas conmigo, al respecto. — Respecto á qué? — Respecto á que sea usted el que vaya. Es un negocio muy feo, Watson; un negocio muy feo, muy peligroso, y cuanto más lo considero tanto menos me gusta. Sí, mi querido amigo ; puede usted reir, pero le doy mi palabra de que me ale- graré mucho cuando lo vea volver sano y salvo á esta casa. baskerville hall Sir Enrique Baskerville y el doctor Mortimer estuvieron listos el día señalado; y como había quedado convenido, partimos para Devonshire. Sherlock Holmes me acompañó en el carruaje hasta la estación, y me dió sus últimas órdenes y eue consejos de despedida. — No voy á prevenir su espíritu sugiriéndole teorías ó sospechas, Watson — me dijo. — Lo que deseo simplemente es que me comunique los he- chos de la manera más amplia posible : yo me en- cargaré de fundar teorías sobre ellos. — ¿Qué clase de hechos?— preguntó. — Todo cuanto pueda parecer que tenga algo que ver, aunque sea indirectamente, con el caso; El Sabueso,— 6 — 82 — y con especialidad, todo cuanto se refiera A I amones entre el joven baronet y sus DUevo 8obre la muerte de eir rx>r mi parte ’ cierfcas mvestigacío- sidn+J^ día ?.' pero 0 c i reo los resultados han de d oiS1>T^ e? T V08, S ¿'° una 00611 68 «erta: la nróÜ « fi ° r J í“íí e Desmond > el heredero nriií es , un caballero anciano, de carácter ‘muy ?McedérL d !i mft creo enteramente honrado ; y su esposa, dé la que . de Mem^Ho^L 138 * 4 Í balista Stapleton, , P 1 * , y gu hermana, que según me forman, es una dama llena de atractivos. Está facSdés^ k r d ’ de Lafter HaU - también un 'S T m i 7 uno 6 dos vecinos más. To- 'M tndtoí, é nte> ^atson, debe 8er ob Íeto de un es- 1 tudiomuy^ especial de parte de usted. , S todo lo que pueda. . Supongo que lleva armas... 8 ' : ■ . . Éppr' — 88 — p- he creído prudente cargar con ellas —Seguramente. Tenga día y noche el revólver al «canee de la mano, y no descuide nunca las precauciones. Nuestros amigos habían tomado ya un compar- - “miento de primera clase, y nos estaban esperan- do en el andén. —No, no ha habido novedades de ninguna es- pecie— dijo el doctor Mortimer en respuesta á las : preguntas de. Sherlock Holmes. Un a cosa puedo jurar y es ésta : que no nos ha seguido nadie estos dos últimos días. Siempre que salíamos á la cálle teníamos cuidado de examinar bien las cosas á < , ro 8 rededor, y nada podría haber escapado ó nuestra observación. p ^—Supongo que siempre han estado los dos jun- ‘ “5 8 !™ ay f á )a tarde. Por lo general, cuando rK/?™ d 1 d,C ° T día á las diversiones, o- de ayer 8 pasé en el museo del Cole- gio de Cirujanos. 70 fuí \ ve ^ la concurrencia en el Parque— dijo el baronet.— Pero no nos sucedió nada. i®, 40,106 modos, ha sido una imprudencia— ^rT” 68 meneando I a cabeza y asumiendo una expresión muy sena.-Le ruego, sir Enrique, que trate de andar siempre acompañado. Alguna des- gracia muy grande puede oourrirle si está solo ¿Apareció el otro botín? siempre. Señ ° r ’ qUe 86 ha perdido para 0 ,^J H ?. la ! Est ? es muy interesante. Bueno nÍ ¿ Lto 0 a l CUa ^° 6 rí ren empezaba ¿ deslizarse L’™ to aí a “dén.— Tenga siempre presente, sir t Enrique, una de las frases de aquella curiosa tra- dición que nos leyó el doctor Mortimer, y guárde- se de |ruzar el páramo «en aquellas hora» tene- brosas en que el Espíritu del Mal anda suelto.* Eché .una mirada al andón cuando lo hubimos dejado muy atrás, y vi en él la alta y austera figu- ra de Holmes que nos miraba, inmóvil. El viaje fué rápido y agradable, y lo aproveché para estrechar relaciones con mis compañeros, mientras hacía caricias al podenco del doctor Mor- timer. A las pocas horas, las tierras grises que atravesábamos se hicieron rojizas, el ladrillo se convirtió en granito, y vimos vacas que pacían en campos bien cercadoe, en los que el pasto obscu- ro y la vegetación más desarrollada denunciaban un clima más rico, aunque más húmedo. El joven baronet tniraba ávidamente por la ventanilla, y lanzaba exclamaciones de júbilo al reconocer deta- lles de! panorama de Devonshire que le eran fami v# liares. —He recorrido una buena parte del mundo des- de que salí de aquí, doctor Watson— dijo; — pero no he visto nunca una región que pueda comparar- se á ésta. — No he conocido nunca por mi parte, un hijo de Devonshire que no crea ciegamente en su pro- vincia — observé. — Eso es una cuestión tanto de raza como de suelo— dijo el doctor Mortimer. — Una mirada que le echemos á nuestro amigo nos hará ver en se- guida la cabeza redondeada del celta, cabeza qup encierra en sí el entusiasmo céltico y la fuerza de adhesión. La cabeza del pobre sir Carlos era de ti- po muy raro : medio gálico, medio hibemiano en sus características. 3? ero usted, sir Enrique, era i iñuy joven cuando vió por última vez BftBkervilte Hall, ¿no es así? , , , — Cuando murió mi padre era un muchacho de poco más de diez años, y nunca he visto el Hall, porque vivíamos en una casita de campo en la costa Sur. De allí fui directamente á loe Estados Unidos, á casa de un amigo. Le aseguro que todo será tan nuevo para mí como puede serlo para el doctor Watson; lo que tengo vivísimos deseos de conocer es el páramo. ; Vaya 1 Entonces puede satisfacerlos fácil- mente, porque ahí tiene usted ya la primera vista del páramo— dijo el doctor Mortimer extendiendo el brazo fuera de la ventanilla. Por encima de los cuadros verdes de los campos y de la curva baja de un bosque, se elevaba á lo lejos, confusa y vaga por la distancia como un pai- saje fantástico en un sueño, una colina gris y me- lancólica, de cumbre extraña y crestada. Sir En- rique estuvo largo tiempo con los ojos fijos en ella, y pude advertir por la intensa expresión de su semblante cuánto significaba para él aquella pri- mera ojeada al sitio extraño donde los de su san- gre habían dominado tanto tiempo, dejando hu#v Has tan profundas. Lo veía allí con su traje de la* nilla y su acento y&nki, en un rincón de un pro- saico coche de ferrocarril; peto cuanto más ob- servaba su rostro obecuro y expresivo, tanto más comprendía cuán digno descendiente era de aquella larga serie de hombres de sangre noble, y de alma ardiente y dominadora. Había orgullo, valor y fuer- za en sub gruesas cejas, en las sensitivas ventanas de su nariz y en sus grandes ojos castaños. Si en aquel páramo prohibido nos esperaba at|una em- I presa difícil y peligrosa, el baronet era seguramen- ifc té uh compañero á cuyo lado uno podía aventu- rarse á co*rer un riesgo, eeguro de que él compar- ' tiría valientemente el peligro. El tren paró en una pequeña estación apartada, y todos bajamos. Junto á ella, del otro lado de la empalizada baja y blanqueada, estaba esperándo- nos un break con una yunta de jacas. Nuestro arribo fuó todo un acontecimiento, porque tanto el jefe de la estación como los empleados y los mozos de cordel se agruparon á nuestro alrededor para desembarcar el equipaje. Aquel era un sitio campestre, tranquilo y sencillo ; pero me sorpren- dió ver que junto á la puerta de la empalizada estaban plantados dos hombres de aspecto mar- cial, vestidos de uniforme obscuro, que,* apoyados en sus carabinas, nos dirigieron una mirada escru- tadora cuando pasamos. El cochero, un sujeto pequeño, de fisonomía vulgar y áspera, hizo un saludo á sir Enrique, y poco» minutos después, volábamos rápidamente por el camino ancho y blancuzco. Praderas que- bradas pasaban á ambos lados de nosotros, y vie- 3 as casas de techo triangular asomaban por entre el follaje verde y tupido ; pero detrás de la campi- ña apacible y llena de sol, se levantaba siempre, destacándose obscura sobre el cielo de la tarde, la prolongada y sombría loma del páramo, que- brada por las colinas, crestadas y siniestras. El break torció de pronto, entrando en un cami- no lateral, y seguimos cuesta arriba, metiéndonos en calles surcadas por ruedas desde hacía siglos, y que se encajonaban entre altas orillas cargadas de musgo húmedo y de pulposas lenguas de ciervo. Heléchos bronceados y zarzas moteadas de di ver* sos colores brillaban á la luz del sol poniente. An ¿i v: ; 4aiiáo sietnpte. cuenta arriba, pasamos por un eé- f trecho puénte de granito, y costeamos un arroyo | rugiente y espumoso que c6rría por entre peñascos í grises* Camino y torrente serpenteaban por un f valle poblado de robles y de abetos miserables; ? Cada vez que doblábamos un recodo, el baronet | lanzaba una exclamación de júbilo, y mirando ávi- £ damente á su alrededor emprendía una serie inter- ^■V minable de preguntas. A sus ojos todo parecía her- moso ; pero, para mí, un tinte de melancolía cu* brfa la campiña que tan claros indicios daba de la | estación con que iba terminando el* afio. Hojas | amarillentas alfombraban las calles y se despren- dían revoloteando sobre nuestras cabezas. El cru- %• jído de las ruedas se amortiguaba al cruzar el break &: por entre los restos do vegetación putrefacta, amontonada en el suelo por el viento... tristes do- f nes, me parecieron, que la naturaleza arrojaba al f : paso del heredero de los Baskerville, en ocasión de %. su llegada. £■' —¡Hola!— exclamó el doctor Mortimer.— ¿ Qué es esto 1 Una empinada loma cubierta de matorrales, Avanzado espolón del páramo, se extendía delante de nosotros. Y en lo más alto de ella, firme y clara Como una estatua ecuestre en su pedestal, apa- recía la figura de un soldado á caballo, sombrío y rígido, con el arma al brazo, Parecía observar des- de su atalaya el camino que nosotros recorríamos. — ¿Qué hay, Perkins? — preguntó el doctor Mor- timer. El cochero se dió vuelta á medias en su asiento. — Un presidiario que se ha escapado d© Prince* town, señor. Hace ya tres días de esto, y los guar- dias vigilan todos los caminos y todas las estacio- fies, pero hasta ahora no har^ podido encontrar- lo. Loa chacareros de estos sitios no están muy contento^ que digamos* señor; es la verdad. — ‘Pero tengo entendido que se les da veinticin- co pesos á los qué comuiíoan datos. —Sí, Señor; pero la probabilidad de ganar küi veinticinco pesos es muy podt cosa comparada con la probabilidad de que le corten á uno el ga- ñote. Porque éste nc^ es un presidiario como cual- quier otro, señor. Éste es un hombre que no se para en nada. — ¿Quién és, entonces? — Es Selden, el asesino de Notting HUI. Yo recordaba bien el caeo, porque era precisa- . mente uno que había interesado á Sharlock Hol- mes por la jornia particularmente fóroz en que se había consumado el crimen, y por la brutalidad desenfrenada de que había hecho gala el asesino. La conmutación de la pena de muerte $0 habla concedido únicamente en virtud de las dudas que habían surgido respecto al -estado mental del indi- viduo ; tan atroces habían nido sus crímenes. Núes- tro break había coronado una altura, y frente á ¡ nosotros se desarrollaba la inmensa extensión del páramo, salpicado de mojones (los túmulos de loe . jefee celtas primitivos) y de prcachos fragosos y es- 1 c arpados. Venía de él un viento frío que nos hacía tiritar. En algún punto de aquel desolado espacio estaría emboscado este hombre feroz, metido en una cueva como un animal salvaje, con el cora- zón lleno de perversas intenciones contra todos, contra bu raza entera que lo había expulsado de su seno. No hq^cía falta más para completar los siniestros pensamientos que sugería aquel yermo estéril, aquel cierzo helado y aquel cielo que iba obscureciéndose - Ada v|¡® más. Hasta el baronet dejó d b hablar y se arropó mejor su sobretodo. La campiña fértil había quedado detrás y de- bajo de nosotros. Nos dimos vuelta para contem- plarla. Los rayos oblicuo» del sol ya sobre el hori- zonte, convertían lata corrientes de agua em huoB de oro y se reflejaban en la tierra rojiza, recién re- vuelta por el arado, y en la v^sta maraña de los bosques. Delante de nosotros, el camino iba ha- ciéndose cada vez más borroso y más agreste al cruzar inmensas lomas de color pardo y aceituna- do, sembradas de peñascos gigantescos. De tiem- po en tiempo, pasábamos por junto á alguna ca- sita rústica, con paredes y techo de piedra, sm -una sola enredadera que rompiese sus rígidos per- files. De pronto apareció á nuestros pies una gran depresión cóncava, en la que formaban parches numerosos grupos de robles y de abetos achapa- rrado», ladeados y arqueados por la furia de mu- chísimas tormentas. Dos torres altas y delgadas se destacaban sobre los árboles. El cochero las se- ñaló con el látigo. — Baskerville Hall — dijo. El baronet se había levantado y miraba con las mejillas encendidas y los ojos brillantes. A los po- cos minutos llegábamos, á la verja del parque, un laberinto de fantásticos dibujos de hierro forjado, sustentada por carcomidos pilares á un lado y al otro, plagada do liqúenes y coronada por las cabe- zas de jabalí de los Baskerville. La casa del guar- da era un montón de piedras negras y de vigas en esqueleto, pero, frente á estas ruinas, había un edificio nuevo, á medio hacer todavía, primér fru- to del oro sudafricano de sir Carlos. Pasando por la verja entramos en una alameda £* ia » ¡“1»- Heno en el sitio en que él estaba, pero largas som- bras bajaban arrastrándose sobré los murcTvflb- de él como un dosel n¡Z B arr^ mwe habla vuelto, después de llevar las valiian^á nuestros aposentos. Estaba de pie, delante de nL* otros, en la actitud sumisa de un sirviente bien educado. Era un hombre de notable presencia a” i¡d» S " 8 “ cuadr “ i ‘' y p4- = í£rp»aS' “ “"* J * '• “"“ idaí * en pocos minutos, señor Loa « muferTTofl 11 agUa Caliente 611 8US piezas. Mi mujer y yo tendremos mucho gusto, sir Enriaue en permanecer con el señor hlsta que rregloa ; pero el señor comprenderá que ahora á sa¡¿r' *' '* — » * Ssá ~^¿Quó cambio? vida mu v^+ira sefior > á que sir Carlos hacía una * mu ^ rearada, y nosotros podíamos satisfacer todas sus necesidades. Pero elVfior deteSá íf turalmente, estar más acompañado; y por esto va á 8er necesario modificar el Servicio’ ■lIX; 1 /te... i * m : rfiíiiv- :M m '•m:: >¡ift m — ^¿Quiere usted decir con eso que desea mar- chamé de la casa? — Solamente cuando con ello no le cause una molestia al señor. — Pero la familia de usted ha estado con nos- otros durante varias generaciones, ¿ no es así ? Sen- tiría mucho empezar mi vida aquí rompiendo un antiguo vínculo de la familia. Me pareció notar señales de emoción en el pá- lido rostro de! mayordomo. — Yo también lo siento, señor, y lo mismo mi mujer. Pero, para decir la verdad, señor, los dos hemos sido muy afectos á sir Carlos, y su muer- to nos ha causado un gran pesar. La vida aquí nos es muy penosa por esto, y temo que no poda- mos recobrar nuestra tranquilidad mientras con- tinuemos en Baskerville Hall. -^¿Pero qué piensas hacer? — No dudo, señor, de que hemos de conseguir estabecemoa en algún negocio. La generosidad de sir Carlos nos ha dado los medios de poder hacer- lo. Ahora, señor, si le parece, le haré ver sus ha- bitaciones. Alrededor del viejo vestíbulo, y en la parte alta, corría una galería cuadrada, con balaustrada, á la que daba acceso una escalera doble. De este punto central, partían dos corredores que se extendían hasta el fondo del edificio, á los cuales abrían todos los dormitorios. El mío estaba en la misína ala del de sir Enrique, y casi junto á él. Estas habitacio- nes parecían ser mucho más modernas que la par- te central de la casa, y el brillante empapelado y las numerosas bujías hicieron algo en el sentido de disipar la triste impresión que había causado en mi espíritu la llegada. íbbh Pero el comedor que abría al vestíbulo, en el pi- so bajo, era un lugar de sombras y de tristezas, ^ra un salón alargado, con una grada que separa- ba el gstrado donde Be sentaba la familia, de la w* r y , . nwuvwwo it* Atuiim», ae xa parte: ftás baja reservada para los subordinados, i-n uno de los extremos, dominaba el recinto l a galería de los ministriles. Negra» vigas cruzaban de un muro al otro en lo alto, dejando ver detrás ae ellas el techo ennegrecido por el humo. Con hi- eras de antorchas llameantes que lo iluminaran y con los colorea y, la ruda y estrepitosa alegría de un festín del tiempo antiguo, aquello habría sido quizá más suave; pero, en aquel momento, l e í!, < l ue **os caballeros vestidos de negro estaban allí sentados á la mesa, dentro del pequeño círcu- ; lo de Juz de una lámpara cubierta por su panta- lla, la voz se hacía silenciosa y el espíritu se reco- # gia. Un» confusa serie de antepasados, en toda ciase de trajes, desde el caballero del tiempo de ? Isabel hasta el lechuguino de la Regencia, nos mi- raban desde sus cuadros, intimidándonos con bu 2 silenciosa compañía. Hablamos poco, y me alegró - i mucho cuando la comida hubo concluido y pudi- &■ mos retirarnos al moderno salón de billar, i f u - "tó mar un oigarrillo. : V; Palabra de honor, que no es éste un lugar "-Vi h a a Í!S r& ~^ 1J ° 8 f Ellr ique— Supongo que uno ■ k ha de poder llegar á adaptarse á él ; pero me sien- i to un poquito fuera del marco, por ahora. No me maravillo de que mi tío viviera en un continuo $ sobresalto, completamente solo como estaba en ’ una casa como ésta. Pero, si le parece á usted, nos 2 A L K°? *f m P raDO 6fiía noohe y 9 uízá mañana, ; ; ia luz del día, las cosas nos parezcan alegres-. Antes de meterme en la cama aparté Ia S corti- ^ r ^;.-r : — 95 — Has de mi ventana y miré afuera. La ventana da- ba al terreno cubierto de césped que se extendía delante de la puerta principal. Del otro lado de este espacio descubierto, dos montes de árboles nuevos gemían y ondulaban al impulso del viento que empezaba á levantarse. La luna en cuarto cre- ciente se abría paso por entre los desgarrones de las nubes en rápida carrera. A la fría luz del astro distinguí, del otro lado teníamos sino sus declaraciones para conocer ^ae circunstancias en que se había producido la El Sabueso.— 7 ■— 98 — muerte del anciano. ¿ Sería Bartymoré, ; ' ^ de- todo, ía persona que habíamos visto en en la calle Regen t‘? La barba podía ser la mil Es cierto que el cochero nos había descrito un^^Sp®’ bre un poco más bajo, pero tal vez esta fuera errópea. # - : . • ¿ Cómo Conseguiría yo esclarecer de una punto? Lo primerp que había que hacer, i^uralV ■ - mente, era ver al administrador de correos y jje, fe légrafos de Grimpen, y averiguar bí el telegrama de prueba habla sido entregado^ en efecto, á Ba- rrymore en propias manos. Fuera cual fuese el re- > sultado de esta pesquisa, siempre me serviría para* 4 comunicar algo á Sherlock Holmes. Sir Enrique tenía que examinar una cantidad 0‘: d? papeles después del desayuno, de modo que la ¡tí ocasión era propicia para mi excursión. Después lí de una caminata agradable de cuatro millas pór ^ la orilla del páramo, llegué á una pequeña aldea ,ty agrisada, en la que se destacaban dos grandes edl* y ficios, que resultaron ser la posada y la casa deljí^ doctor Mortimer. El administrador de correos telégrafos, que era también el almacenero de población, recordaba claramente el asunto del legrama. En efecto, señor- — me dijo ; — hice entregar el ív| telegrama al señor Barrymore, tal como se me %' pedía. — -¿Quién lo entregó? • ■ ?•<• .$./ Mi hijo ; aquí está. Santiago, ¿ no es cierto que tú entregaste aquel telegrama al señor Barrymore í la semana pasada ? * —Sí, papá, es cierto. — ¿En propias manos? — pregunté.' : M Vea, señor: en aquel momento el señor Ba-."^' _ 99 — | estaba en el desván, de modo que no entregárselo á él mismo; pero se lo di á la y ella me prometió llevárselo en seguida, viste tú al señor Barrymore? señor; como le digo, estaba en el des- * ’ %.^Y. si no le viste, ¿cómo sabes que estaba en él deteván? —Vea, señor: es natural que la señora supiese dónde estaba su marido — dijo el administrador agriamente. — ¿No ha recibido acaso el telegrama él señor Barrymore? SI ha habido alguna equivo- cación, es él el que debe venir á quejarse. Me pareció que. sería infructuoso llevar más le- Job la pesquisa, pero lo que acababa de oir me bas- taba para saber que, á pesar del ardid de Holmes, no teníamos prueba alguna de que Barrymore no hubiera estado aquellos días en Londres. Supo- » niendo que hubiera estado en Londres. . . suponien- do que el hombre que había sido el último en ver vivo á sir Carlos hubiera sido también el primero ¡( •en descubrir y acechar al heredero á su llegada á Inglaterra, ¿qué resultaba entonces? ¿Era él un instrumento de otros, ó abrigaba algún designio propio? ¿Qué interés podía tener en perseguir á la familia de los Baskerville? Pensé en el extraño aviso recortado del editorial del Times . ¿Había sido aquello obra suya, ó había sido obra de al- gún interesado en contrarrestar sus planes? El único móvil concebible era el surgido por sir En- rique : que si se intimidaba á la familia, para man- tenerla lejos del Hall, los Barrymore aseguraban la posesión cómoda y permanente de la casa. Pero un móvil semejante era completamente inadecua- do para explicar la trama misteriosa y sutil que parecía ir formando poco á poco tina red invisible en tomo' del joven baronet. El mismo Holmes ha- bía dicho míe en toda la larga serie de sus sensa- cionales iñffc&tigaciones no se le había, presentado nunca un caso más complejo. A mi vuelta, siem- pre á pie, por el camino gris y solitario, iba ha- ciendo votos por que mi amigo se viera libre buen* to antes de sus ocupaciones, y viniera á quitarme de los hombros la pesada carga de responsabilidad que empezaba ya á abismarme. De pronto interrumpió mis pensamientos el sen- tir detrás de mí que alguien se aproximaba comen- r do y me llamaba por mi nombre. Me di vuelta, V creyendo que iba á ver al doctor Mortimer, pero notó con sorpresa que era un extraño el que me seguía. Era un homore bajo, delgado, de cara afei- tada, muy cuidada, pelo rubio y mandíbulas pro- minentes ; tendría de treinta á cuarenta años y es- taba vestido con un traje gris y cubierto por un sombrero de paja. Llevaba colgada del hombro una caja de latón para especímenes botánicos-, y en la mano una red verde de cazar mariposas. '•—•Espero que usted se servirá disculpar mi au- , ■ dada, doctor Watson — me dijo, acercándose ja- deante. — Aquí, en el páramo, somos gente sen- G*llá> y no nos cuidamos de las presentaciones for- y\ males, Es probable que usted haya oído citar mi I nombre á nuestro común amigo Mortimer. Soy Stapleton, de Merripit House. red y su caja podían habérmelo dicho^-le contesté, — porque sabía que el señor Stapleton era naturalista. ¿ Pero cómo me ha conocido usted? “Estaba de visita en casa de Mortimer cuando pasó usted por ella, y él me lo señaló desde la ventana de su gabinete. Entonces , como el cami- - 101 ño que tenía que hacer usted era también el mío, pensé que podía alcanzarlo y presentarle yo mis- mo. Espero que á sir Enrique no le habrá sentado mal el viaje... ♦ — Está muy bien, gracias. —Todos teníamos el temor de que, después de la triste muerte de sir Carlos, el nuevo baronet no quisiera establecer aquí su residencia. Es pedir mucho á un hombre de fortuna el que venga á se- pultarse en \m sitio como éste; pero creo inútil decir á usted que este hecho tiene muchísima im- S ortancia para toda la comarca. Supongo que sir Inrique no abriga temores supersticiosos al res- poeto... ‘ ‘ — -No me parece probable. —Usted conoce, por supuesto, la leyenda del perro diabólico que persigue á la familia... — La he oído. — I Es extraordinario lo crédulos que son por V; aquí los campesinos! Hay algunos capaces hasta de jurar que han visto á semejante animal en el , páramo. ^ Al decir esto el hombre se sonreía ; pero me pa- • | ,reoió leer en sus ojos que él no tomaba el asunto en broma. f — Da historia — agregó, — había causado cierta K impresión en la imaginación de sir Carlos, y no dudo de que esto fué lo que lo llevó á eu fin trá- gico. — Pero ¿cómo? — Estaban tan excitados sus nervios, que la apa- rición de cualquier perro podría haber producido un efecto fatal en su corazón enfermo. Me imagi- no que sir Carlos vió realmente algo por el estilo aquella noche en la alameda de los Tejos. Yo siern- píe había estado temiendo que llegara á sucedería una desgracia, porque quería mucho al viejo y sa- bía que tenfa el corazón muy débil. — ¿ Cómo sabía usted cao ? — Mortimer ¿ae lo dito. —Mortimer ¿ne lo dijo. —¿Cree usted, entonces, que sir Carlos fué per- seguido por algún perro, y que murió de terror á causa de esto? — ¿ Tiene usted alguna explicación mejor? — No he llegado á ninguna conclusión al res^ pecto. 4 — ¿Y el señor Sherlock Holmesf y Estas palabras me cortaron bruscamente la res- piración ; pero una mirada al rostro plácido y á ios; ojos serenos de mi acompañante me demostré y ron que no había tenido intención de sorprenderme. — Jío tengo por qué afectar que no lo oonozoo á ¿ usted bien, doctor Watson— dijo. — Loe relatos que usted ha hecho sobre los trabajos de su amigo han llegado hasta nosotros, y no era posible que Ústed diera celebridad al señor Sherlock Holmes sin hacerse usted también famoso. Cuando Morti-* mer me dijo su nombre, no pudo negarme su iden- tidad. De modo que he pensado que el hecho que usted esté aquí indica que el señor Sherlock Hol- mes ha prestado interés al asunto. Por lo demás, i es una curiosidad natural la que me da deseos de, 1 saber cuáles son las opiniones que su amigo tiene al respecto. — Temo, señor, que no me sea posible satisfa-, cer sus deseos. Puedo preguntar, entonces, si su amigé ya á favorecemos con alguna visita? —Ahora no puede salir de Londres. Tiene otros casos que embargan su atención. ¿I *•— j Qué lástima ! El señor Sherlock HolmeS {5<3^ 1 dría hacer alguna luz en lo que es tan obscuro pa- | ra nosotros. Ahora bien, doctor Watson ; me apre- É euro á decirle que debe usted disponer de mí ab- I solutatnente, si cree que puedo serle útil en algo p respecto á las averiguaciones que usted haga. Si S : tuviera algún indicio de la naturaleza de sus sos- F pechas, ó de la forma en que usted se propone in- I vestigar el asunto, tal vez pudiera darle ya algún h dato ó algún parecer razonable. } v — Le aseguro, señor, que yo he venido aquí sirm |y píamente á hacer una visita á mi amigo el baronet , É-y que no necesito ayuda de ninguna especie. .—Muy bien — dijo el naturalista. — Tiene usted Imperfecto derecho á ser prudente y discreto. Reco- nozco que so me ha hecho un justo reproche por pjjó-quo yo pensé que sería una intrusión justificada, |é|r prometo á usted que no volveré á hablar máe del pasimto. ¡aj? Habíamos llegado á un lugar en el que partía j^téi camino un Sendero angosto y cubierto de hier- ^ba, que se desarrollaba serpenteando á través del ^ páramo. A la derecha se alzaba una colina empi- É ; h¿da, sembrada de peñascos, que en tiempos ya plémotosi había sido una cantera de granito. La fal- mL que teníamos á la vista formaba una escarpa Ifronbría, llena de helécho» y de zarzas que se g arraigaban en sus grietas. De una altura distante $ surgía una columna de humo gris que se extendía |* : como una pluma. p — Este sendero que atraviesa el páramo nos lle- feva á Mempit House, á corta distancia de aquí — $áijo el naturalista. — Si usted pudiera disponer de lluna'hora, tendría el placer de presentarle ó, mi Fhcrmana. vm °- tt„ í *■**£&£ ^ rs dei «djfo ÍSaSdSSST; k Pf»»o-íijo. pendientes inmem^eE “ bre '*' -,': de vegetación, y tan misterioso! ’ ^ wtó Hf ^¿? conoce usted bien, entonces? ' nos dirían tj Tteiién IwL^ V ^ Ve ^|I ; °°. después de baboso ' míe aficiones m 6 han oblSá^Sf^' P t*3iP ' rincones de la comaron v ? Jorar todos ^{M que la conozcan mejor que yo. qUe ^ mUy pooo t;fí|!'- difícil, es conocerla ? '■ffii'i ■ &ssf ¡*r*m «“¿tiP* » «* - ~»f e-peinnil^l ¡deT t rirrs r- r^"» * ¿Distingue usted esas { la vlda á algunos. - % profusamente espaeoidS^^^"»”*»», ■■f “-SÍ, la tierra parece allí más fértil (Jüé én eí testo del terreno. El naturalista se rió. -—Esta, doctor Watson, es la Gran Ciénaga de Grimpen — dijo. — Un paso en falso significa allí la muerte, sea del hombre ó de la bestia. Ayer precisamente vi metida aJli ¿ una de las jacas del páramo. No volvió á salir nunca. Por largo tiempo observé como sacaba la cabeza por el agujero que habla hecho en el fangal, pero la Ciénaga se la tragó al fin. Aun en la estación de los calores es peligroso cruzar por allí, y ahora, con estas lluvias otoñales, el lugar se ha hecho terrible. Sin embar- go, yo sé abrirme camino hasta el mismo centro y volver sapo y salvo. ¡ Por San Jorge! j Vea otra - de las infelices jacas ! Un bulto pardusco se revolvía y saltaba entre los verdes juncos. En seguida, un cuello largo, afanoso, agonizante se estiró hacia arriba, y un gemido horrible resonó en el páramo. La sangre se me heló en las venas, pero loe nervios de mi compañero parecían ser más fuertes que los míos. | Se fué ! — exclamó. — La Ciénaga la tiene. Dos en dos días, y muchas más las seguirán cierta- mente, porque tienen la ooetumbre de andar por aquí en tiempo seco, y no advierten la diferencia smo cuando han caldo ya en las garras de la Cié- ^naga. ¡Mal sitio es la Gran Ciénaga de Grimpen ! é ¿ Y dice usted que le es fácil internarse en ella? “Sí ; hay uno que otro sendero por donde pue* ae andar un hombre que sea muy ágil. Yo los he descubierto. Pero, ¿para, qué se mete usted en un lugar tan horrible? < — Le diré: ¿Ve aquellas colinas allá lejos? Son | e J-íj¿ deWs lslfla ’ Id “ a8 enteramente rodeadas tóf Ja Ciénaga que con el andar del tiempo ha ido anW • ^ndose hasta ellas. Allí ee dónde hay que Tá üB^TOriÜ! p ®, nfcas raras i las mariposas, si se tie- üe fuerzas y destreza suficientes para llegar hasta dMde es «4. ellas sta perier la^TTeT^ —Algún día probaré mi suerte. l»7'¿zr° r d ? m £ B ’ q uíteBe usted esa idea de ir« D w ~ m6 /V° Sta P lefcon mirándome con ex- presión sorprendida.— La sangre de usted caería sobre mi conciencia. Le aseguro que no tendría us. fiol 1 m Í 8 “ ím “ a Probabilidad de volver vivo tes ri£¡ ed ° « a f rI ° y ° te ogo bien preJÍ tes c artas señales muy complicadas del terreno. 7T ^ mi mterrumpí. — ¿ Qué es esto? ■ • Un aullido prolongado y suave, profundamente itíwT’ f 00 ”? 6 f P áramo - Llenó todo el espa- Wo hasta el punto de hacer imposible el saber de v Ó crecienH Cedía ‘ E f t6 sor< *° mu rmullo fué creciendo y creciendo poco ó poco hasta convertirse depron- to en una nota estndente y sostenida, en un terri- í ’ y después íué amortiguándose otra vez DitanteV ími u \ f emido lar g° y melancólico, pal- pitante d& indecible angustia. 1 Stapleton me miró con una expresión extraña. — ^iQué lugar tan raro, el páramo 1— dijo. Pero ¿qué es esto? los~R^t 0 ™m Pe8Ín< ^ dÍC6n 1 ue fts el Sabueso de „ Baskemll f q ue harria á su presa. Yo lo he oído ahora* qUe ° tr& V6Z ’ pero nunca tan fuerte como escalofrío de terror que me llegaba ai alma echó un» ojeada á mi alrededor, á la inmen- sa Oiónaga que parecía dilatarse por grados, sal- ■ i; |v picada sólo por los verdes parches de los juncos. | Nada se movía sobre la vasta superficie, ni ge oía I nada tampoco, salvo una pareja de cuervos que | graznaban chiílonamente desde algún picacho gi- lí tuado á nuestra espalda. I ■ — Usted es un hombre culto, señor Stapleton. | ¿Oree, acaso, en un disparate semejante? ¿Cuál | piensa usted que sea la causa de un grito tan es- r pantoso? i¡: — Loe pantanales tienen á veces ruidos extra- || fios. Ora es el fango que se asienta, ora el agua que I' se levanta, ó algo por el estilo. I';:-; — No, no ; éste era el grito de un ser animado, jl?/ — Bueno; tal vez sea como usted, dice: ¿Ha m; oído usted alguna vez el reclamo del alcaraván ? fe —No, nunca. ¡S.-' —Es un pájaro muy raro ahora en Inglaterra ; p $e puede decir que la especie está extinguida ; pe- p.. ro en. el páramo todo es posible. Sí; no me sor- prendería el saber que lo que hemos oído es el ¡I* grito del último de los alcaravanes. W(: — ^Bte aullido es seguramente la cosa más em- ir brujada, más extraordinaria que haya oído yo en H mi vida. H — Sí ; el escenario es completamente fantástico, p Vea la falda de aquella colina. ¿Qué le parece que I es eso? , . Sk La empinada ladera estaba enteramente cu- jí bierta de vallas circulares de piedra ; se veía una H docena, por Jo menos. P — ¿ Qué son ? ¿ Corrales de ovejas ? k — No ; son las casas de nuestros respetables p; abuelos. En la época prehistórica los hombres vi- jp- vían en gran número aquí, en el páramo, y como |¡ después de ellos nadie ha ocupado sug viviendas, • s^Vl l encontramos ahora todo exactamente tai como lo dejaron. Esas son sus cabañas destechadas. Pue- de usted ver hasta el hogar y la cama si entra en ella», polr curiosidad. fuélmbrta^f? 68 t ° da ““ ¿Bü qué épOCa •t'T® 11 era neolítica de la edad de piedra... No hay fechas. r — ¿Qué hacía el hombre entonces? —Pastoreaba sus rebaños en estas laderas y empezaba á extraer* estaño de las minas cuando la espada de bronce vino á reemplazar al hacha de piedra. Vea aquel gran foso en la colina de ea frente.. Ese es también un vestigio de ellos. Sí; encontrará usted cosas muy curiosas en el páramo, doctor Watson. j Oh, discúlpeme un instante I j Se- guramente es una ciclopídea ! Una mosca ó mariposilla acababa de revolotear » delante de nosotros, y un segundo después Sta- pleton se lanzaba en su persecución con extraordi- naria prontitud y energía. Con gran terror de mi parte el insecto se dirigió en línea recta hacia la ’ tiran Ciénaga, pero Stapleton no titubeó ni un momento. Se metió en ella, dando grandes zan- t cadas, de mata en mata, por entre el juncal, con su red verde flotando en el aire. Sus ropas grises, y ¡en manera de andar, á saltos, en ziszás, irregu^ lar, lo hacían parecer, á él también, una mariposa enorme. Me había quedado observando las peripecias de/, la caza, con una mezcla de admiración pos ex- traordinaria agilidad del cazador, y de temor, no fuera a ser que el hombre perdiese el pie en la trai- cuan do oí un rumor de pasos, y, vol- viéndome, vi una joven cerca de mí, en el sendero.* Venía, indudablemente, del lado en que la pluma de humo gris indicaba la situación de Merripit House, pero la depresión del terreno la había ocul- tado hasta aquel momento. Aquella era, sin duda alguna, la señorita Sta- pleton de quien se me había hablado, porque, en primer lugar, las damas no podían ser muy abun- dantes en el páramo; y, en segundo, alguien había descrito é dicha señorita como una beldad. La jo- ven que se aproximaba era, en efecto, notable por su belleza, y de un tipo verdaderamente excep- cional. Imposible hubiera sido hallar un contraste más grande entre hermano y hermana : Stapleton no resultaba ser ni blanco ni moreno, y tenia los cabellos rubios y los ojos grises ; ella era más mo- rena que cuantas trigueñas había visto yo en In- glaterra; y, además, delgada, alta y esbelta. Su rostro, de expresión arrogante, estaba modelado con tal regularidad que hubiera parécido impasible á no ser por la boca sensitiva y por los hermosos ojos negros y vehementes. Con su figura delicada y su vestido elegante, la joven era realmente una aparición extraña en ej solitario sendero del para- mo. En el momento que me di vuelta, sub ojos estaban fijos en su hermano; y, al notar mi mo- vimiento, los desvió para clavarlos en mí, y apre- tó el paso. Yo me alcé la gorra, é iba á decirle algo, cuando las palabras que salieron de sus la- bips encarrilaron todos mía pensamientos por otras vías. — | Vuélvase !■ — me dijo.- — j Vuélvase a Londres inmediatamente I ' ' • ) Lo único que pude hacer fuá mirarla de hito en hito con estúpida sorpresa. Sus ojos me fulmina- batí entretanto, y de impaciencia, dió con el pie un golpe en el suelo. ■ ^J*P« tengo que volverme? — le pre- . No puedo explicar nada.— contestó en voz ba- y con un curioso ceceo en la pronun- cmoión.— Pero ¡p0 r amor de Dios! haga lo que le digo, Váyase y no vuelva á poner los pie» en el paramo. ¡Pero si acabo de llegar apenas I... • ^ Hombre, hombre 1 — exclamó con vehemen- °í®-— ¿N o comprende psted que es por su bien? I Vuélvase á Londres I ¡ Váyase esta misma noche I I Salga de aquí á toda costal... ¡Chistl ¡ ahí viene rm hermano I ¡ No le diga ni una palabra I . . . ¿ Óuie- ,re hacerme el favor de alcanzarme aquella orquí- dea, allí, entre aquellas plantas? En el páramo y i somos muy ricos de orquídeas; pero, naturalmen- O te, na togado usted Un poco tarde para conocer >D sus había abandonado la caza, y volvía J ' °? n J . a r «W?racjón jadeante y la cara encendida por '$ e) esfuerM¿f y;|| | Hoia¡V*Luz I — dijo, y me pareció que el tono ii de fu saludp no era muy cordial. * Estás muy sofocado, Juanita». * Vyf * m ; quería cazar una ciclopídea. Son muy ra- !. ff®,* y» ® fines del otoño, más raras todavía, i Qué * lástima que la haya perdido! ^-Y Hablaba en tono indiferente, pero sus ojillos bri- llantes miraban alternativamente á su hermana y á mí. Parece que se han presentado ya ustedes mis- moa. Sí. Le decía á sir Enrique que había llegado .1 • i’ r- ; . - HO i W; , — 111 — un, poco tarde para conocer las bellezas del pá- tamo. _ „ ¡Cómo! ¿Quién crees que sea el señor? —Supongo que ha de eer sir Enrique Basker- vill©. , _ J —No, no — dije. — Soy un simple ciudadano sm títulos, pero amigo de sir Enrique. Soy el doctor ^ afcson « Una ¿amarada de contrariedad abrasó el rostro de la joven. , . , , . Entonces hemos estado hablando sin enten- demos — dijo. — -i Cómo l Na han tenido ustedes mucho tiem- p... --observó Stapleton; Biempre con sus miradas inquisitivas. ^ , —He ..estado hablando al doctor W atson como si fuese un residente, cuando no es más que un huésped — dijo ella.— No le ha de importar mucho al señor, entonces, el haber llegado aquí tarde o temprano para las orquídeas. Pero usted vendrá ¿no es cierto? á conocer Merripit House... Una corta oaminata nos llevó á la casa, una construcción aislada en el páramo, expuesta á to- dos los vientos, que en días de prosperidad ya re- motos habría servido de granja á algún ganadero; pero que más tarde había sido transformada en una habitación moderna. La rodeaba una * pero, como es corriente en el páramo, los árboles estaban achaparrados y mustios. En general, el aspecto de todo aquello era melancólico y mezqui- no. Nos recibió un criado anciano, raro, aperga- minado, suciamente vestido, muy en armonía con la ca&a. Dentro de ella, Bin embargo, había piezas espaciosas, amuebladas con una elegancia en la que me pareció reconocer el buen gusto de la aa- y — 112 toa. Mientras contemplaba, por las ventanas, él paramo Sembrado de peñascos que se desarrollaba interminablemente hasta perdera© en el horizonte n °i£ U l e L mei ? 0, 5 de Peguntarme admirado qué podría haber inducido á este hombre tan instruido y a esta mujer tan hermosa á ir á vivir en seme- jante ex tío. nf 1 ”? 8 ? barrio el que hemos elegido, ;no?— dijo Stapleton, como ei hubiera leído en mi pensa- miento. Y, sin embargo, nosotros nos arregla- mos para ser felices, ¿ no es cierto, Luz ? —Muy felices— dijó la joven:— pero no había acento de verdad en sus palabras. * '~i\t *? nía T una Stapleton. — Allá, l ' eH el norte. La tares, para un hombre de tai tem- ' paramento, era mecánica y poco interesante ; pero el privdegio de vivir con loe niños, de ayudar á •' modelar aquellas mentes infantiles y de imprimir ^ en eüas el carácter y los ideales desuno, me era 1 ■ muy grato. Sin embalo, la suerte estaba en con- tra nuestra. Estalló en la escuela una grave epide- vima, y tres de los niños murieron. La escuela nun- ca se restableció de este golpe infortunado, y la mayor parte de raí capital naufragó allí para siem- pre. Pero, si no fuera^por la pérdida de la encanta- r dora compañía de los niños, ahora podría alegrarme *^1!? U a 1 i d 1f a fí ra; P° r ^ ue » «^ias é mi d¿cidida afición á la botánica y á la zoología, ho encontrado >v aquí un campo de acción ilimitado; y, en cuanta V a mi hermana, ella es tan amante como yo de la '4 2saturale»a. Todo esto, doctor Watson, me ha obli- gado á contarle, la expresión que he visto en su rostro cuando contemplaba usted el páramo por la ventana, r ^ Efectivamente, había cruzado por mi mente v ^ea de que esto podría ser un poco triste... no h- * an to para usted, como para su hermana. í; . ~ No > üo * y o nunca estoy triste— dijo la joven v¿ vivamente. | — TenemoB libros — dijo Stapleton ; — hacemos • ■ nuestros estudios, y estamos rodeados, además de vecinos interesantes. El doctor Mortimer es una persona muy instruida en su especialidad. El po- r ir ^ ar ^° lS er ^ también un compañero admira- # fiamos bien, y lo hemos extrañado más p ^ ue mis palabras podrían expresar. ¿ Cree us- l^ted que cometería una imprudencia si fuera yo esta tarde al Hall á presentar mis respetos á sir ^Enrique t Seguro de V amigo iñe interesa de muy cerca. Le pido, por lo 1 tanto, que me diga por qué estaba usted tan de- sposa dé que air Enrique volviera á Londres. í ; , , / «—Caprichos de mujer, doctor Watson. Cuando ; usted me conozca mejor verá que. yo no puedo dar siempre razones de lo que digo ó de lo que hago. V — No* no. Tengo muy presente la agitación de su Voz entonces, y la mirada de sus ojos. Por fa- vor, por favor, sea franca conmigo, señorita ; vea que desde el momento que llegué aquí me ¿e dado , buena pilen ta de que no hay sino sombras por to- das partes. La vida aquí es como aquella Gran Ciénaga de Grimpen, en la que uno puede* hun- dirse si no tiene un guía que le indique el camino. Dígame, pues, á qué peligto se refería usted cuan* do me habló, y le prometo que transmitiré su pre- vención á sir Enrique. Una sombra de irresolución veló por un instante el rostro de la joven, pero gius ojos se endurecieron dé nuevo al contestarme: , , —Da usted al asunto demasiada importancia, doctor Watson. Ai i hermano y yo hemos sufrido un golpe muy fuerte con la muerte de sir Carlos. Lo conocíamos mucho y lo queríamos mucho ; su pa- seo favorito era venir á casa, atravesando el pá- ramo. Sir Carlos estaba muy impresionado por la maldición que pesaba sobre su familia, y cuando ocurrió la tragedia comprendí en seguida que los temores que él manifestaba en vida no habían sido tan faltos de fundamentos. Por esto me afligí al ver que venía á vivir al Hall otro miembro de la familia, y pensé que había que prevenirle el peli- gro que corría. Esto es todo. — Pero ¿cuál es el peligro? — ¿Conoce la leyenda del Sabueso? — No creo semejante disparate. —Yo si creo. Y si tiene usted alguna influencia aobre sir Enrique, lléveselo de un lugar que ha sido Biempre fatal para su familia. El mundo eá muy grande. ¿Por qué habría de querer vivir él -en el sitio del peligro? Precisamente porque es el sitio del peligro. El carácter de sir Enrique es así. Y, á menos que usted pueda darme alguna información más pre- cisa, temo mucho que no sea posible conseguir que mi amigo se marche. — Y¡o no puedo decir nada preciso, porque tío sé nada preciso. —permítame otra pregunta, señorita. 0i lo que usted se proponía decirme la primera vez que me &*$.■; , / habió no era más. que lo que acabo de oir, ¿por quó trató ^16 evitar usted entonceB que su her- mano se encerara de sus palabras? Ni él, ni nadie, podría haber encontrado nada malo en ellas... — Mi hermano está deseando ver el Hall habi- tado, porque cree que esto es un bien para las po- bres gentes del páramo, y se enojaría mucho si supiese que yo había dicho algo que pudiera in- ducir á sir Enrique á /marcharse. Pero al hacer esto he cumplido con mi deber, y no hablaré una palabra más sobre el asunto. Tengo que volverme, doctor Watson, porque mi hermano puede notar mi ausencia y sospechar que he venido á verlo á usted. Adiós. La joven se dió vuelta, y á los pocos minutos desaparecía entre los peñascos, mientras yo, con el alma llena de vagos recelos, seguía mi oamino en dirección á Basterville Hall. PRIMER INFORME DEL DOCTOR WATSON Desde este punto en adelante voy á seguir el hilo de los sucesos transcribiendo mis cartas á Sherlock Holmes, que tengo por delante, encima de la mesa. Una de las carillas se ha perdido ; pero, por lo demás, las copio tal como las escribí enton- ce®, y ellas revelarán mis impresiones y mis sos- pechas del momento, más fielmente de lo que po- — 117 dría hacerlo, quizá, mi memoria, vivida como se conserva, sin embargo, en todo cuanto se refiere á estos trágicos acontecimientos. íip fiaskorville Hall, octubre 13. Mi querido Holmes : Mis cartas y telegramas anteriores han de ha- berlo puesto á usted bien al corriente de todo lo que ha pedido ocurrir en este rincón del mundo, de- jado de la mano de Dios. A medida que el tiempo pasa, tanto más profundamente va penetrando en ? el espíritu del páramo, su inmensidad y tam- bién su siniestro encanto. En cuanto uno pone los C. pl 0ft en ¿lj todo indicio de la Inglaterra moderna desaparece ; pero, en cambio, se ve por todas par- te» los hogares y la obra de la raza prehistórica. Por todas partes surgen las casas de estos hom- bres ya olvidados, y sus túmulos y sus enormes monolito» que, según se supone, señalaban el re- cinto de sus templos. Al contemplar estas caba- ñas de piedra gris que se destacan sobre las escar- padas laderas, se olvida uno por completo de la época actual; y si, de pronto, se viera, agachán- dose para pasar por la puerta de alguna de ellas, un hombre peludo, vestido de cuero, ocupado en ajustar en la cuerda de su arco la flecha con pun- ta de pedernal, se sentiría la impresión de que la presencia de él aquí era más natural que la propia. Lo curioso es que esta gente haya vivido tan api- ñada en lo que siempre debe haber sido una región absolutamente estéril. No soy perito em estas co- sas, pero me imagino que ésta ha de haber sido alguna raza pacífica y acosada, que tuvo que bus- car refugio en un terreno que nadie llegaría á dis putarle. Pero todo esto es ajeno á la misión con que usted me ha enviado aquí, y ha de tener qui- zá muy poco interés para su espíritu estrictamen- te práctico. No me he olvidado todavía de la com- pleta indiferencia que tenía para usted lo de que el Sol girara alrededor de la Tierra, ó la Tierra al- rededor del Sol. Paso, pues, á tratar lo que se re- fiere á sir Enrique Baskerville. Si no ha recibido usted ningún informe en estos últimos días es porque, hasta hoy, no he tenido nada importante que comunicarle. Pero acaba de producirse un hecho extraordinario, que le referiré en el momento oportuno. Ahora, ante todo, voy á ponerlo al cabo del estado 1 actual de cosas respecto á los principales factores de la situación. Uno de éstos, del cual le he escrito poco hasta ahora, eis el presidiario prófugo, refugiado en el páramo. Hay serias razones para pensar que al fin ha conseguido ponerse en salvo. He aquí di- chas razones : han transcurrido quince días desde su fuga, y en todo este tiempo no ha sido visto ni oído ; eis completamente inconcebible que el hom- bre pueda haberse sostenido en el páramo tantos días : no porque no hubiera facilidades para ocul- tarse, puesto que cualquiera de las cabañas de pie- dra podría haberle senado de escondrijo, sino por- que no hubiera tenido qué comer, á menos que atrapase y sacrificase alguna de las ovejas del pá- ramo, hecho que no se ha producido. Se cree, por consiguiente, que se ha marchado, y los aislados moradores del páramo duermen mejor pensando en esto. Aquí en el Hall somos cuatro hombres robus tos, de modo que estamos bien resguardados ; ñero — 119 — confieso que he pasado malos momentos pensando en los Stapleton. Estos viven muy lejos de toda ayuda. Son, en resumen, una doncella, un viejo criado, la hermana y el hermano, y este último no muy fuerte. Estarían, por lo tanto, completamen- te indefensos ante un hombre desesperado como el criminal de Nótting Hill, si éste llegara á intro- ducirse en la casa. Tanto á sir Enrique como á mí nos inquietaba la situación de ellos, y entonces se propuso que Perkins, el cochero, fuera á dormir allá ; pero Stapleton no quiso isaber nada de esto. Es el caso' que nuestro amigo el baronet empie- za á demostrar gran interés por nuestra hermosa vecina. No hay que asombrarse de ello, porque en este lugar solitario el tiempo se hace pesado para un hombre activo como él, y, por otra parte, la joven es muy hermosa y muy fascinadora. Hay en ella algo tropical y exótico que contrasta singu- larmente con la frialdad é impasibilidad de su her- mano. Aunque lo cierto es que Stapleton hace pen- sar que tal vez sea un hombre de pasiones concen- tradas. Es indudable que- ejerce notable influencia sobre su hermana, porque he observado que ella lo consulta continuamente con la mirada cuando con- versa, como pidiéndole que apruebe sus palabras. Creo que el hombre ha de ser bueno con ella, aun- que sus ojos tienen el brillo áspero y sus labios del- gados la expresión firme que denuncian el carácter imperioso y á veces rudo. Probablemente usted lo consideraría interesante como tipo de estudio. Stapleton vino á visitar á sir Enrique aquella tarde, como le he comunicado ya á usted, y á la mañana siguiente nos llevó á mostrarnos el sitio á que hace referencia, según se supone, la leyenda del perverso Hugo. Fué una excursión de varias millas á través del páramo, hasta un paraje tan tétrico que bien podría haber sugerido esa leyenda. Nos encontramos en una garganta angosta entre erizados picachos, que llevaba á un espacio descu- bierto, alfombrado de verde césped y salpicado de blanco por matas de hierba cana. En el centro de él se elevaban dos altas piedras cónicas, desgasta- das y afiladas en la punta, á tal extremo, que pa- recían los colmillos roídos y gigantescos de algún monstruo. El sitio se ajustaba en todos sus deta- lles al escenario de la tradicional tragedia. Sir En- rique demostró mucho interés en el asunto, y pre- guntó á Stapleton más de una vez si creía realmen- te en la posibilidad de una intervención sobrenatu- ral en las cosas de los hombres. El baronet habla- ba en tono indiferente, pero era fácil ver que hacía muy seriamente la pregunta. Stapleton fué cauto en sus respuestas, aunque era evidente que si no quería expresar con franqueza su opinión era para no herir los sentimientos de nuestro amigo. Nos contó casos análogos, á propóito de familias que habían vivido bajo una influencia malévola, y nos dejó con la impresión de que él también partici- paba de la opinión del vulgo respecto á la leyenda de los Baskerville. A la vuelta fuimos á tomar el lunch en Merripit House, y entonces fué cuando sir Enrique tuvo ocasión de conocer á la señorita Stapleton. Desde el primer momento nuestro amigo pareció sentir- se fuertemente atraído por ella, y mucho me enga- ño ó este sentimiento fue mutuo. El baronet se acordó de la joven repetidas veces mientras volvía- los á casa, y desde entonces casi no ha pasado día sin que hayamos visto al hermano ó á la her- mana. Ambos vendrán á comer aquí esta noche, y — 121 se ha h ablado de que nosotros les retribuiremos la visita la semana próxima. Cualquiera se habría imaginado que la perspecti- va de esta alianza sería muy bien recibida por Sta- pleton ; pero lo cierto es que más de una vez he sorprendido en sus ojos miradas de decidida des- aprobación cuando sir Enrique tenía atenciones es- peciales para su hermana. Es indudable que el hombre está muy ligado á su hermana y que si ésta le faltara haría una vida absolutamente soli- taria ; pero sería el colmo del egoísmo que se opu- siera á que ella hiciese un casamiento tan brillan- te. A pesar de todo, Stapleton no desea que la familiaridad actual entre ambos vaya á convertir- se en amor ; de esto estoy seguro, porque he notado varias veces que el hombre se ha echado encima la tarea de evitar que se vean á solas. Dicho sea de paso, las instrucciones que usted me dió, respecto á que no permita nunca que sir Enrique salga so- lo, van á hacérseme en extremo pesadas si llega á agregarse una empresa amorosa á nuestras dificul- tades. La simpatía que inspiro ahora se vería pron- to afectada si tuviera que cumplir las ordenes de usted al pie de la letra. El otro día, el jueves, para ser mas preciso, el doctor Mortimer vino á tomar el lunch con nos- otros. Había estado haciendo excavaciones en un túmulo del Médano Largo, y había dado con una calavera prehistórica, que. lo había llena-do de in- menso júbilo. ¡ Nunca he visto un entusiasta mas ingenuo que Mortimer!... Más tarde llegaron los Stapleton, y el buen doctor nos llevó a todos á la alameda de. los Tejos, para hacernos ver en el te- rreno cómo habían pasado las cosas aquella no- che fatal. Ija alameda de los Tejos, es una larga y — 122 — f-étrica calle entre dos altas tapias de cerca recor- ro con una estrecha faja de césped á cada lado. En él extremo de ella hay una vieja glorieta que amenaza ruina. A mitad del camino está el por- tillo que da al páramo. Este portillo está cerrado por una barrera de madera blanca, con su alda- ba y su candado. Del otro lado de él se extiende el vasto páramo. Recordé la teoría de usted, y traté de representarme lo que había ocurrido. Estando allí, en el portillo, el anciano vió algo que se acer- caba cruzando el páramo, algo que lo aterrorizó al extremo de hacerle perder la cabeza, y entonces echó á correr y á correr, hasta que cayó muerto, pura y simplemente de horror y extenuación. Allí estaba el largo y sombrío túnel por donde había huido. ¿De qué? ¿De un perro ovejero del pá- ramo? ¿0 de un sabueso fantasma, negro, silen- cioso y monstruoso? ¿Había habido intervención humana en la muerte de sil* Carlos ? ¿ Sabía el pá- lido y cauteloso Barrymore más de lo que había declarado?... Todo está confuso y vago, pero, en el fondo, se destaca siempre la negra sombra del crimen. He conocido á otro vecino más desde que escribí á usted la última vez ; el señor Frankland, que vive en el Lafter Hall, á unas cuatro millas al sur de Baskerville Hall. Es un hombre entrado en años, de cara colorada, cabellos blancos é índole irascible. Su pasión es la ley británica, y ha despil- farrado una gran fortuna en pleitos. Pleitea por el mero gusto de pleitear, y tan dispuesto está á encarar una cuestión por un lado como por el radi- calmente contrario ; de modo que no es extraño que la diversión le haya resultado costosa. Unas ve- ces, consigue hacer anular la concesión de un 123 — camino, y desafía á la comisión municipal á que lo haga abrir ; otras, destroza con sus propias ma- nos la cerca de algún vecino, declarando que des- de tiempo inmemorial ha existido allí un paso, y provoca al propietario á que lo demande por vio- lación de la propiedad. Es un erudito en antiguo derecho señorial y comunal, y tan pronto aplica sus conocimientos en favor de los aldeanos de Fem- worthy, como contra ellos. ; de modo que. periódica- mente es llevado en triunfo por la calle única de la aldea, ó quemado en efigie en la plaza, según sea su última hazaña. Se dice que tiene actual- mente entre manos unos siete procesos judiciales, que se tragarán probablemente el resto de su for- tuna, lo que le hará perder el aguijón, dejándolo inofensivo para siempre. Fuera de esto, parece ser una persona afable y de buen carácter ; si lo cito aquí es sólo porque us- ted me pidió especialmente que le describiera uno por uno á todos nuestros vecinos. El señor Frankland está entregado en estos mo- mentos á una curiosa tarea : se pasa el día entero en la azotea de su casa, barriendo el páramo con un excelente anteojo que posee, como aficionado que es á la astronomía, y de este modo espera lle- gar á entrever al presidiario prófugo. Si aplicara sus energías á cosas de. este género, todo estaría muy bien ; pero parece que ahora se propone de- mandar al doctor Mortimer por haber abierto éste en Médano Largo una tumba, la de un hombre de la edad de piedra, y por haber exhumado una par- te de los restos, la calavera, sin el consentimiento de los parientes del muerto. El hombre nos ayuda, en resumen, á evitar que la vida se nos haga aquí monótona, y representa un pequeño detalle có- — 124 — mico en un escenario que bien poco lo necesita, P °Y ahora que ya está usted al día respecto al pre- sidiario prófugo, á los Stapleton, al doctor Morti- mer y al señor Frankland, voy á terminar por ío más importante, por todo cuanto se relaciona con los Barrymore y que. comprende, especialmente, el extraordinario descubrimiento que hice anoche. Ante todo le hablaré del telegrama que envió us- ted de Londres para asegurarse de que Barrymore estaba aquí realmente. Ya le he explicado cómo resultó de mis. averiguaciones que el ardid había fracasado, dejándonos sin prueba ni de una cosa, ni de la otra. Le conté esto á sir Enrique, y el baronet , procediendo resueltamente como siempre, llamó en seguida á Barrymore y le preguntó si ha- bía recibido él mismo el telegrama. Barrymore di- jo que sí. — ¿ Se lo entregó el mensajero en propias manos ? — le preguntó sir Enrique.. Barrymore pareció sorprenderse, y meditó un momento. — No, señor — dijo. — Yo estaba entonces eñ el desván, y mi mujer me lo llevó arriba. — ¿Lo contestó usted mismo? — No, señor. Le di la contestación á mi mujer, y ella, bajó y la escribió. A la tarde, Barrymore volvió á tocar el punto espontáneamente . — No he. podido comprender, sir Enrique, el ob- jeto de sus. preguntas de esta mañana — dijo. — ¿He hecho algo como para perder su confianza, señor? Sir Enrique le aseguró que no había tal cosa ; y, para acabar de tranquilizarlo, le regaló una parte considerable de su guardarropa, pues ya le han 19 / 12 / 201 ) — 125 — llegado los nuevos trajes que encargó á Londres. La mujer del mayordomo tiene, para mí un ínte- res. especialisimo. Es una señora gruesa, robusta, concentrada, en alto grado respetable, y muy in- clinada al puritanismo. Difícilmente podría conce- bir usted una mujer menos capaz de conmoverse ; sin embargo, como ya le he contado; la noche dé nuestra llegada la oí sollozar amargamente, y, desde entonces, más de una vez he notado huellas de lágrimas en su rostro. Alguna honda pena debe estar royendo continuamente su corazón. A ve- ces supongo que sean remordimientos ; otras ve- ces pienso que Barrymore puede ser un tirano do- méstico. La aventura de anoche ha justificado mis sos- pechas, nacidas desde el primer momento, de que hay algo singular y cuestionable en el carácter de este hombre. El hecho á que me refiero, sin embargo, puede parecer en sí mismo de poca importancia. Como usted sabe, mi sueño no es muy pesado; y, desde que estoy en el Hall, se ha hecho más ligero toda- vía. Anoche, como á las dos de la mañana, me despertó el rumor de unos pasos sigilosos en el corredor delante de mi pieza. Me levanté en se- guida, abrí la puerta y miré afuera. Una larga sombra negra se deslizaba sobre el piso de made- ra. Provenía de un hombre que atravesaba silen- ciosamente el corredor, con una vela en la mano. Iba en mangas de camisa y descalzo. Sólo pude verle la silueta, pero por la estatura reconocí á Barrymore. Andaba con lentitud y cautela, y había en su porte un no sé qué culpable y furtivo. El corredor (creo habérselo dicho ya en otra oca- sión), está interrumpido por la galería que rodea d vestíbulo ¡pero continúa del otro lado de éste. Esperó que Barrymore llegara á la otra parte, y entraba le seguí. Cuando di la vuelta ó la galería, e hombre no estaba ya en el corredor, y i>or el resplandor que salía por una puerta abierta pude ver que había entrado en una de las habitaciones. Recordó que todas las piezas de esta parte del edi- hcio están enteramente desocupadas, y el objeto de aquella expedición se hizo para mí más mis- tenoso que nunca: la luz brillaba con fijeza, como si estuviera inmóvil. Me deslicé por el corredor lo más siienciosamente que pude; y, arrimando la cabeza al costado de la puerta, miré adentro de xa pieza. Barrymore estaba agachado delante de la venta- na sosteniendo la luz contra el vidrio, y daba al perfil á la puerta. Pude ver su rostro rígido por ~ ®-Vpee tactiva ; parecía estar sondeando las eblas del páramo. Durante unos minutos se mantuvo así, observando atentamente, y de pron- • to, hizo oír un sordo gruñido, y oon gesto contra- "¿, a o pa€Ó , la Iuz - Inmediatamente emprendí la * y Poe° de estar en nii cuarto sentí otra JfL 8 vr Pa i 8 OS J ÍUrtl T 0a en dire cción al fondo de la " Mu cho después, cuando empezaba ya á dor- h minne, oí chimar una llave en alguna cerradura, pero no pude precisar en qué parte del edificio. tt i 6 c °nsidero incapaz de conjeturar, querido Hoimes, que significa esta extraña conducta del mayordomo • pero lo que puedo decir es que en es- ta casa está en trámite, indudablemente, algún asunto misterioso que, tarde ó temprano, hemos tZZZt* C ar0 ‘ E 1 a mañana h{ ™ conversado largamente al respecto con sir Enrique, y hemos hecho nuestro plan de campaña, que empezará á - 127 nrohoH arSe cuando se re pita la escena ; lo que es probable, porque, según me dice el baronet pa- rece que no es ésta la primera vez que aíencre za sigilosamente el corredor á deshoras de Ta m-' che. Deseoso de informarlo á usted cuanto antes de esta novedad, no he querido demorar ni un mo pronto tefveí t n TͰ de e8ta carta; aunque muy pronto, tal vez, habremos puesto en claro este mis. IX SEGUNDO INFORME DEL DOCTOR WATSON Baskervillo Hall, octubre 15 . Mi querido Hoimes : m.w 611 un , p " aci P io » en el primer tiempo de mi misión aquí, tuve forzosamente poco que hacer ha de saber usted que ahora estoy recobrando^ í\ lempo perdido, y que. las cosas empiezan á suce m “ ‘«Peí mi rmnf °í m ® antonor terminaba con la nota cul- ventana - í ZhTf Contenía; Barrymore en la ventana, y ahora tengo ya todo un costal lleno á usted mB equivoco ' ó ha de sorprenderlo ?™íd d de UDa manera cpnsiderabe. La s ¿osas han S DurenteT q u 6 “° 1116 habría ¡reinado nun 1 Bureute las útunas cuarenta y ocho horas se han hecho mucho más claras, po/un lado y mu? cho más complicadas por el otro. Pero se lo con* taró todo. Y usted hará su juicio al respecto. A Ki» aigoisot» d» »ventu„ »»- tes del desayuno, atraveeé el corredor y ful a exa- minar ?áa pieza en que habla entrado Barrymore pocas horas antes. Noté que la ventana del Oeste, porla que él había estado mirando tan ansiosa- mente, tiene una particularidad que no ofrecen las demás ventanas del Hall: facilita la perspectiva más próxima del páramo, pues hay un espacio den- cubierto entre do? árboles que. permite que uno pueda verlo desde allí directamente ; mientras que, desde todas las demás ventanas, solo puede conse- guirse una vislumbre lejana y obhcua. De esto se infería, por consiguiente, que si Barrymore había elegido aquella ventana, era porque quería obser- var alguna cosa en el páramo. Pero la noche ha- bía sido muy obscura, y me parecía imposible que el hombro hubiera podido llegar á ver algo en las asaltó la idea de que tal vez se tratara de alguna intriga de amor. Esto habria explicado los movimientos furtivos de él, y también las des. zones de su mujer. El hombre es guapo, tiene atractivos más que suficientes para conquistar el corazón de una campesina; de modo que mi teona tenia algo en qué fundarse. Aquella puerta que me parecía haber sentido abrir cuando estaba ya en la cama, muy bien podía indicar que Barrymo- re habla salido de la casa para asistir á alguna cita clandestina. , „ Así razonaba yo conmigo mismo por la mañana, y creo que ha de interesar á usted el saber la di- rección que tomaban entonces mis sospechas, aun — 129 — cuando lo que resultó después haya demostrado cuán descaminadas iban. Entonces reconocí que, fuera cual fuese la ex- plicación real del proceder de Barrymore, la res- ponsabilidad de mantener el hecho en secreto has- ta que pudiera explicarlo, era algo más de lo que yo podía soportar. De suerte que, como le decía á usted en mi anterior, tuve una entrevista con sir Enrique en su estudio, después del desayuno, y le conté lo que había visto. El baronet se mostró menos sorprendido de lo que yo esperaba. — Sabía — me dijo, — que Barrymore tiene la cos- tumbre de andar dando vueltas de noche, y esta- ba ya con ganas de interrogarlo al respecto. Dos ó tres veces lo he oído ir y venir por el corredor, precisamente ¿ la hora que usted dice. — Entonces es probable, que todas las noches ha- ga una visita á aquella ventana — insinué. — Es probable. En tal caso podríamos seguirlo, y ver qué es lo que anda haciendo. Quisiera saber qué haría su amigo Holmes si estuviera aquí... — Creo que- haría exactamente lo que usted aca- ba de indicar — dije. — Seguiría á Barrymore para ver en qué andaba. — Entonces eso es lo que vamos á hacer nos- otros. — Quizá llegue á sentirnos. — El hombre es un poco sordo ; pero, de cual- quier manera que sea, hay que correr el riesgo. Ésta noche nos meteremos en mi pieza, y espera- remos á que pase. Y el baronet se frotó las manos satisfecho, ha- lagado evidentemente por la perspectiva de una aventura que venía á aliviar por un momento la vida un tanto tediosa que hace en el páramo. El Sabueso.— 9 -330 - Sir Enrique ha estado comunicándose con el ar- quitecto que. dibujó los planos para sir Carlos* y con ün contratista de Londres ; de suerte que pron- to empezarán a hacerse aquí grandes cambios. Han venido también tapiceros y muebleros de Ply. mofeth. Todo esto hace ver que nuestro amigo tie- ne proyectos muy vastos ; que se propone no esca- timar tra bajee, ni gastos para restaurar la grandeza de sus antepasados. Cuando la casa haya sido repa- rada. y amueblada de nuevo, lo ünico que el hom- bre necesitará entonces será una esposa, para que fu hogar esté completo. Aquí, para entre nosotros, le diré que hay indicios bastante claree de que lo que es esto no faltará, á menos que la dama no consienta; porque, en cuanto á él, pocas veces he visto un hombre más embobado con una mujer que el baronet con nuestra hermosa vecina, la se- ñorita Stapleton. Sin embargo, el curso de. esta comente amorosa no es tan plácido como se hu- biera podido esperar, dadas las circunstancias. Hoy , por ejemplo, enturbió su superficie un remo- lino inesperado, que ha puesto á nuestro amigo en un estado extremo de perplejidad y de fastidio, * Después de la conversación que he citado res- pecto á Barymore, sir Enrique se puso el sombre-l ro y se dispuso á salir. Naturalmente, yo hice lo* mismo. — [Cómo! ¿Viene usted también, Watson?*— me preguntó, mirándome con expresión curiosa. —¿Va usted 6 no, al páramo? — le pregunté á mi vez. ° • * — Sí, voy al páramo. Entonces, yo lo acompaño. Siento mucho en- trometerme, pero usted sabe con cuánto empeño me ha recomendado Holmes que no me separe de usted , y , sobre todo, que no lo deje ir solo al pá- ramo. r Sir Enrique me puso la mano en el hombro, sonriendo placenteramente. amigo — dijo. — Holmes, con toda su sabiduría, no pudo prever entonces ciertas co sas que han sucedido desde que me encuentro aquí. ¿M e entiende?,.. Estoy seguro de que usted no querría hacer en este caso de aguafiestas. Ten- go que ir solo. ..¿kn me s entí co locado en la situación más difícil. No sabía absolutamente qué decir ni qué hacer; y, sin esperar á que pudiera formar yo una resolución, el baronet tomó su bastón y se fue. Pero cuando al fin hube considerado bien la cuestión, la conciencia me reprochó duramente el haber permitido, fuera por lo que fuese, que'sir Ennque se suetrajera á mi vigilancia. Me figuré cuál sería el estado de mi ánimo si tuviera que- ir querido Holmes, para confesarle que. había ocurrido una desgracia á causa de haber descuidado yo sus instrucciones. Le aseguro que se me encendieron las mejillas á la sola idea de esto. Entonces pensé que tal vez no fuera dema- siado tarde, para alcanzar á nuestro amiyo y partí en seguida en dirección á Merripit House Echó á correr con todas mis fuerzas, sin poder ver al baronet, hasta que llegué al sitio en que el camino se divide Entonces, temiendo que 1 des- pués de todo, hubiera equivocado la dirección, su- bí a una colma desde donde podía dominar el te- , Ia misma colina que en otro tiempo fué una cantera de granito. Descubrí en seguida á sir Enrique Iba por el sendero del páramo, como á un cuarto de milla de distancia, en compañía de — 182 — '? Xton^altof 4°r P °^ í ? Ser 8Íno . la sefi onta Sta- pJeton. Saltaba á la vista que existía ya una inte- G j tr ® eUo8 ’ 7 que a< l ueI encuentro era el Srto^n de . una / lta ' Caminaban lentamente, ab- sortos en animada conversación, y pude ver que nara^I a , Wam f 1 fce las manos, accionando como ^n »t«n^r r t B % qUC decía > mientra « ¿I oía ^ÍT 6 n u Pr ° funda ' meneftQ do de tiempo en empo la cabeza como si se hallara en completo desacuerdo con su interlocutora. Me dejé estar en- tie las rocas, observándolos, en extremo perplejo especio á lo qite. debía hacer. Alcanzarlo^ éTnte- mimpir bu íntimo coloquio me pareció una grose- na , y sm embargo, mi deber claro y precia era tT„r v" sr m* ™í* i b r nct ' “> ^ “» e. Y estar allí espiando á un amigo, era pára '■ mí una tarea por demás odiosa. Pero no enSntS ba camino mejor que éste, el de vigilarlo ó escon- sándois d i 6 S P u é s descargaría mi conciencia confe- - sándole lo que había hecho. Es cierto que ni lie- ■ £r fl H rír| naZa,; 0 i de , pronto aJ S á “ peligro me en- Sro eÍtov d «r iaS1 lG,OS para P°d er intervenir. d -x qUe USt6d ^^ndrá conmi- go q situación era muy difícil, y que no . b Enrique y la dama se habían parado- y toShM 5ender °’ confcinuahn n profundamen-' te embebidos en su conversación, cuando de im- proviso me di cuenta de que no era yodún£> testigo de esta entrevista. Un manojo de filamen- tos verdes, que flotaban en el aire, totCpS de. p onto mi visual ; y, al fijar mis ojos en él para lo- SÍo JutoZ 6 6 f aba j gado á la P unta de un palo, cuyo otro extremo desaparecía tras la figu- ' ra de un hom ^re que, de espaldas á mí, iba ¡£- dando por entre el terreno quebrado, costeando el ^. n p 1 ?'k Jlira S t ap et ? n 0013 su red d e entomólo- go. Estaba mucho más cerca que yo de la pareja, y parecía moverse en dirección á ella. J . "“ a quel momento el baronet atrajo hacia él á la señorita Stapleton, rodeándole con el brazo la cintura, y me pareció notar que ella forcejeaba por desasirse, al mismo tiempo que. apartaba la cabeza. Entonces, sir Enrique se inclinó, tratando do acercar la suya, y la dama alzó el brazo para crrJ 0 - 1,6 ,os vi Tr,s dfltrio L d S' ywelfca, paro mirar azorados detrás de ellos. Era Stapleton la causa de su alar- ma. El naturalista habla echado á correr frenéti- camente hacia ellos, con su red tremolando ridi- culamente detrás de él. Vi que se ponía á gesti- ^ á accionar, á bailar casi de excitación de- JSÍ d 6 fi l 0 S i eil , am0rad0S - No P°d ía darme cueiita Stln l^ ÜCad ? k 6 6 - Sta ® scena * P ero me pareció que Stapleton estaba insultando á sir Enrique que trataba de dar explicaciones, y se. exaltaba é^ibá poniéndose cada vez más furioso, ante la p era £ tencia del otro en no querer aceptarlas La dama íero Affin StauTÍ’ guardando un silencio alta- con ía Lk»’ Sta P I ®. ton g* ró sobre sus talones é hizo n la cabeza un llamado perentorio á su herma- da dL U wí de8 ? ués de dirigir al baronet una mira- rahsta ri?^ ’ á andar al lad “ del natu- rqbsta. Los ademanes coléricos de éste me hicie- ron ver que su disgusto era también con la dama to v l qU ! 86 quedó mirá “dolos por un mom“n ÍamtoÍTín S | emP k á de8andar Pausadamente el camino, con la cabeza caída sobre el pecho vivo imagen del dolor y del desaliento. P “ ’ El proceder de Stapleton no podía explicárme- — 134 — loj poro lo cierto es que me sentía profundamente avergonzado por haber sido testigo de una esce- na tan delicada, sin que mi amigo lo supiera, ¿ajé corriendo la colina, y le salí al encuentro. Su ros- tro testaba encendido de cólera, tenía las cejas contraídas y una expresión general de perplejidad completa. j Hola, W atson í ¿ De dónde demonios ha sa- lido? me preguntó. — ¿Esto no quiere decir que me ha seguido usted, á pesar de todo ? Le expliqué las cosas : cómo me había sido im- posible dejarlo solo, cómo lo había seguido, y có- mo había presenciado todo lo ocurrido. Por un instante sus ojos despidieron chispas, pero mi fren- queza desarmó su cólera ; por último, prorrumpió en una carcajada sarcástica. —i Cualquiera habría creído que el mismo cen- tro de un descampado era un sitio más que segu- ro para que uno estuviera á solas ! — dijo ; — rifero ¡rayos y truenos! no parece sino que toda la co- marca hubiera salido á verme hacer la corte... ¡y qué corte más desdichada! ¿Dónde pudo conse- guir usted asiento? — Yo estaba en esta colina. —Como si dijéramos en el paraíso, ¿ eh ? Pero el hermano estaba en luneta de primera fila, bien cerca. ¿Lo vió usted salir? —Sí, lo vi. ¿ha pensado usted alguna vez que este hombre podía estar tocado?... ¿el hermano de ella? — Nunca se me ha ocurrido semejante cosa. A mi tampoco. Siempre lo he creído bastan- te cuerdo. Pero ahora le aseguro á usted que á él ó a mi, a alguno de los dos, hay que ponemos ■ tfhalecó de fuerza. ¿Qué es lo que me pasa? — ptti* guntó. — Hace ya algunas semanas que usted vi- ve conmigo, Watson. Dígame, francamente: ¿hay algo que pueda impedirme á mí ser un buen ma- rido para la mujer que amo? — Ño me parece. — El no puede alegar mi posición social ; de mo- do que es á mí, mi propia persona, lo que cree que puede pisotear. ¿Qué tiene que decir de mí? Que yo sepa, nunca he hecho daño á nadie en mi vida, ni á hombre ni á mujer. Sin embargo, el individuo no quería que le tocara ni la punta de los dedos á su hermana. — ¿Dijo él eso? — Eso, y algo más. Yea, Watson: yo no la co- nozco á ella sino desde hace una semana ; pero, desde el primer momento, he comprendido que ella ha nacido para mí; y, en cuanto á ella, ella también... se siente feliz cuando está conmigo. Es- to se lo puedo jurar. Hay miradas en los ojos de una mujer que hablan más claro que las palabras. Pero él nunca nos ha dejado á solas, y hoy era la primera vez que tenía ocasión de estar con ella sin testigos. Ella se alegró al verme 1 , naturalmen- te, pero no fué de amor de lo que habló ; ni me hubiera dejado hablar á mí tampoco, si hubiese podido impedirlo. Insistía en volver y volver so- bre. el mismo tema : que éste era un sitio peligro- ' 8 °> y Q ue sll& no podría estar tranquila mientras yo no me fuera. Yo le dije que, una vez que ía había conocido, ya no podía salir de aquí ; y que, si realmente, tenía interés en que me fuera, esto sólo podría conseguirlo si se decidía á marcharse ella también conmigo. Y le ofrecí en todos los to- nos casarme con ella. Pero, antes de que pudiera — m — S de a w’f 1Ie - gÓ co ; ricndo el hermano, "con una ? ■? , eara ? e 10(30 furioso. Estaba lívido de ™» ¡* I 17 a • los ojos como ascuas «■; On¿ O ot t, , . a ’ ' con su hermana ^ «, 0 a* esta!m haciendo yo dSdÍ?TVcre/l°yo% q uT KSera sido íl contestado, como tnc eS mS H **■ } labría mis sentimientÍ7esneít,7 ÜI ? ,te á dc!clrl ° ^ como para xr/\ ^ ^ su hermana no oran «íx,r x : zr n f r de '“»• j me por esposo Fs^ ^ ría e ¿ 10n0r aceptar- ■ « aa ; e„ton^yo E ¿mb^ P D ^d C M las repliqué con un t ¿ , la JT 1 Ienei » 7 lo nía, dado que liante allí ,m! T ° r de í que ^ve- minó yéndose él con ello & dama. La cosa ter- ™> Jne Síig^ £££?£ T“ ; y a 9 uí sa. Dígame, Watsmí 7 ten . *° 9 ue me pa- esto, y me habrá hecht uS^unT^- ^ menso. uscea un servicio in- peío ídeíó' el estab í* explicacio »es, confundido como el baronet* pi «*“1 en . te ™mente I a edad ,el carácter y W CS en2 d ’ h í ortuna ’ go, todo estaba en su fJvo^ de “ uestro ami- pudiera presenta vor5 ^ no ve * a n &da que la ne?*Sm.S Z °° nt ?’ TOMO que m© sorprendía IhrAm^ S ° bro su Emilia. Lo melón huK ^dorSf rf a ® S f i Ue so Propo- consultar los deseos di *“ brusoa e 3 1111 querido Holmes, y hágame Sp^,°T 0 a „ 8 “„ fe SUÍ,> D<> be esperanzas, y que no se arrepiente usted de la íwT? i qUG h * a puesto en mí al enviamnfaj? ro en uníS estas , cosaa han sido puestas en da- o en una sola noche de trabajo. f lgo en , una s °J a noche de trabajo, pero lo cier- Íera ^ “ f 0 doS noches ' ^Vique en ÍLpri- Ta en díf T '®’ “? pusimos absolutamente na- EnrimÜ 1 ^ Sa n ° che estuvi mos velando con sir tren d 6 ) 611 e - cuarto de éste hasta cerca de las mmoíalt i mn Ilan f’ Pe í° no Uegó á “«estros oídos relm de lf l ’ f a VO e ! cam P an iUeo armónico del reloj de la escalera... Aquella fuó una vigilia más do« j¡ nelancóilca > y que terminó quedándonos ios ” nes ‘r rin “- »« ««Si ’ y al día siguiente resolvimos probar otra ' veí!. Anoche, por consiguiente, bajamos la luz do la lámpara y nos sentamos á fumar, tratando do no hacer el menor ruido. Es increíble lo lentas que transcurrían las horas ; pero nos ayudaba á pasarlas esa misma especie de interés paciente que debe sentir el cazador cuando está vigilando la trampa en qué espera ver caer la pieza. Dió la una, luego las dos, y ya habíamos renunciado por segunda vez á nuestra empresa, cuando de pronto los dos nos incorporamos en nuestros asientos, oon todos nuestros sentidos, exhaustos hacía un instante, en un estado de tensión extrema. Había- mos sentido crujir una tabla del piso del corredor. Las pisadas fueron acercándose, pasaron sigilo- samente por delante de la pieza y se perdieron á la distancia. Entonces el baronet abrió con cuida- do la puerta y salimos. Nuestro hombre había da- . .vuelta ya á la galería y el corredor estaba en tinieblas. Avanzamos por él furtivamente hasta alcanzar la otra parte, y llegamos á tiempo de en- trever apenas, deslizándose en puntillas, la alta figura del mayordomo. Entró en la mima pieza de dos noches antes, y la luz de la vela se encua- dró en la puerta, lanzando á través de las tinie- blas del corredor un ancho rayo amarillento. Se- guimos adelante cautelosamente, arrastrando ca- si los pies y tentando una por una las tablas del piso antes de apoyamos en ellas. Y aunque había tenido la precaución de dejar los botines en la pieza, la vieja madera chillaba y crujía á nuestro paso. A veces parecía imposible que el hombre no llegara á sentimos. Pero, afortunadamente, se lo impedía su sordera, y, además, estaba enteramen- te absorto en lo que hacía. Cuando al fin llegamos a la puerta y atisbamos por ella, lo vimos agacha- — 140 — do delante de la ventaría, con la vela en la mano, i y cara blanca, ansiosa, apretada contra el vi- drio, tal como lo había sorprendido yo la vez pri- mera. ^ No habíamos combinado ningún plan de cam- paña á partir de aquel momento; pero el baronet ea un hombre para quien no hay nunca mejor ca- mino que, la línea recta. Entró resueltamente en la pieza, y, al sentirlo, Barrymore se apartó de un salto de la ventana haciendo una aspiración rui- dosa, y se plantó blanco y trémulo delante, de nos- otros Sus ojos negros, que resaltaban brillantes Robre ía palidez cadavérica del rostro, estaban lle- nos de terror y de sorpresa, y se. fijaban alternati- vamente en sir Enrique y en mí. ¿Qué está haciendo, Barrymore? --Nada, señor. ¿ Su agitación era tan grande que casi no podía Hablar, y las sombras en la pieza subían y baja- ban sin descanso, siguiendo loe vaivenes de la luz de la bujía. Era la ventana, señor. Todas las noches hago una jira para ver si están cerradas. — Aquí, en el segundo piso? — Sí, señor ; todas. , ^ea, Barrymore — dijo sir Enrique ásperamen- te;— estamos resueltos á sacarle, á usted la verdad de las cosas, de modo que se ahorrará trabajo si nos la dice, más bien temprano que tarde, t Va'- mos a veri ¡Nada de mentiras! ¿Qué estaba us- ted haciendo en esta ventana ? El hombre nos miró de una manera desespera- da, y se oprimió la frente como si hubiera llegado al ultimo extremo de la irresolución y de la des’ gracia. ^ — 141 — No hacía ningún daño, señor. Estaba arriman- do la vela á la ventana. — ¿ Y para qué arrimaba la vela á la ventana ? — ¡No me lo pregunte, señor... no me lo pre- gunte ! Le doy mi palabra, señor, de que el secre- to no es mío, y no puedo decirlo. Si no interesara a nadie mas que á mí, no trataría de ocultárselo, señor. Se me ocurrió de pronto una idea, y tomó la ve- la de encima del antepecho de la ventana, donde acababa de dejarla el mayordomo. ■“Taj vez la haya estado arrimándola como se- ñal — dije.— Vamos á ver si es eso. Sostuve la luz como él había hecho, y traté de sondear las tinieblas. Apenas podía distinguir la cima negra de loe árboles y la extensión, relativa- mente menos obscura, del páramo, porque en aque- llos momentos la luna estaba oculta por las nu- bes. Pero en seguida lancé un grito de júbilo, al ver que un diminuto punto luminoso, amarillento, había atravesado de pronto el velo de las som- bras, y brillaba fijamente en el centro mismo del espacio negro que encuadraba la ventana. • — ] Ahí está í — exclamé. jNo, no señor! ¡No es nada... nada absoluta- mente I — prorrumpió el mayordomo. — Le ase- guro, señor. . . —Mueva la luz de un lado á otro, Watson — me gritó el baronet, — ¡ Vea, vea... el otro la mueve también! Ahora, bribón, ¿niega usted todavía que sea una señal? ¡ Vamos, hable! ¿Quién es su cóm- mee allá abajo, y cual es la conspiración que están tramando? El mayordomo asumió abiertamente una expre- sión de desafío. nada Es aBunto mío ’ y no del señor— dijo,— NcjS|p Í rneñt« EtOIÍCeS SñIga USted de aquí inm edíata- — Está bien, señor. Saldré. — ~Y ha caído usted en desgracia, i Ravos v tmo nos/ j Bien puede usted estar avergonzado! Su * md f ha fon la mía bajo este S dun£ usted mtido 8,gI °’ y H aqUÍ « ue h cneuentrTá peSna “ “ mfame contra mi un7^ 2 ÍS?. n °’ *> 68 «“*« e» señor— dijo Yla señora Barrymore , más pálida v más aterro nzada que su mando, apareció en la puerta Su corpulenta figura envuelta en un chal y una no I er intensfd7 re 7Í ad ^ ■ ÓD1ÍCa ’ á no hab ¿ cido por rostro ^ de 8UÍnmiento expresaba su —Tenemos que irnos, Elisa. En esto han venido '» b » úl “ Es 1? V2 %ÍT 1 í Y yo te he traído esto ! no fihSL Lf ^ - P° r , mí únicamente. El pedí ada em0 p0r mí > y porque yo se lo ¿Qué significa esto’ Mi desdichado hermano está muriéndose de No £ r^er así, delante de nosotros, s,c puede decir Sdi U va BqU L e n l i na Sefial para av ' aa rle que su co- Sl 7 h8fca - y la Iuz ¿o ¿I es para que se pj ~Fr.ll 8ltl ° ad u nde hay 1 ue lleváosla. Entonces su hermano es. . . : ; ‘'K — 143 — —El presidiario prófugo, señor... Selden, el cri- minal... Esa eB toda la verdad, señor — dijo Barrymo- re.— -El secreto no era mío y yo no podía revelar- ’■ vero ahora el señor lo ha oído, y el señor re- conocerá que si había algún complot no era contra su persona. ¡Esta, pues, era la explicación de. las expedi- ciones furtivas por la noche y de la luz en la ven- tana ! y ir Enrique y yo miramos ó la mujer asom- brados. ¿Era posible que esta persona tan impa- sible y tan respetable tuviera en sus venas la misma sangre de uno de los asesinos más famosos del país? —Sí, señor. Selden es mi hermano menor. Lo mimamos mucho, señor, cuando muchacho, v le dejábamos hacer su gusto en todo, á tal punto que Uegó á creer que el mundo había sido creado para * y podía hacer lo que quisiera. Después, cuando fue mozo, tuvo malas compañías, el dia- blo se le metió en el cuerpo, y destrozó el cora- í i mi Á madre y arrastró nuestro apellido por el suelo. A fuerza de crímenes fué hundiéndose más y más cada vez, y sólo la misericordia de -Líos ha podido librarlo de la horca. Pero para mí, señor, él siempre ha sido la criatura que yo he criado y querido como hermana. Por eso fué que se escapó, señor. Porque sabfa que yo estaba aquí, y que no podíamos negarle ayuda. Cuando se nos apareció de pronto una noche, rendido y muerto de hambre, perseguido por los guardias, ¿qué po- de £ mos entrar y lc dimos de comer y , lo vestimos. Después llegó el señor, y él reconoció que en el páramo estaría más seguro que en cualquier otra parte, hasta que la alarma hu- — 144 — biera pasado ; de modo que Be escondió en el pá- ramo. Pero noche por medio nos asegurábamos de que él estaba siempre allí, poniendo una luz en esta Ventana; y, si contestaba, entonces mi ma- rido le llevaba un poco de pan y de carne. Día ó día hemos estado esperando que se fuera ; pero, mientras estuviese aquí, no podíamos abandonar- lo. Esta es toda la verdad, señor, como mujer cristiana y honrada que soy ; y el señor verá que, si hay algún culpable en este asunto, no es mi marido, sino yo, porque por mí ha hecho él todo do que ha hecho. La mujer hablaba con tal vehemencia que sus palabras eran enteramente convincentes. — ¿Es cierto todo esto, Barrymore? * — Sí, señor. Letra por letra. — Bueno, Barrymore. Yo no puedo reprochar- le á uBted que haya ayudado á su mujer; olvide lo que he dicho. Pueden retirarse, y mañana tem- prano hablaremos más detenidamente de este asunto. En cuanto el mayordomo y su mujer se hubie- ron ido, volvimos á mirar por la ventana. El ba- ronet la había abierto, y el viento frío de la noche nos daba en la cara. Allá lejos, entre las sombras distantes, brillaba aún el puntito de luz amari- llenta. — Me admira su audacia — dijo sir Enrique. — La luz debe estar colocada de manera que só- lo pueda ser visible desde aquí. — Es muy probable. ¿A qué distancia cree us- ted que esté? * — Cerca del Picacho Hendido, me parece. — A una ó dos millas cuando más... 1 — Tal vez no tanto. — ] Claro ! No puede estar lejos si Barrymore tie- ne que llevarle allí la comida. Y él está esperan- do, el miserable, junto á esa luz... ¡ Rayos y true- nos, Watson! ¡Voy á tomar al hombre! El mismo pensamiento había cruzado por mi mente. No era caso de pensar que podíamos ha- cer traición á la confianza de los Barrymore. El secreto se les había arrancado á la fuerza. El hom- bre representaba un peligro para la comunidad ; era un asesino empedernido, para quien no podía haber ni piedad, ni disculpa. No haríamos más que cumplir con nuestro deber, si aprovechába- mos aquella oportunidad para llevarlo otra vez al sitio donde no podía hacer daño. Dada su índole brutal y violenta, alguien tendría quizá que pa- gar muy caro el que nosotros noe cruzáramos de brazos en vez de obrar. Cualquier noche nuestros vecinos los Stapleton, por ejemplo, podían ser ata- cados por él, y creo que este mismo pensamiento f ué lo que decidió á sir Enrique á correr la aven- tura. — Yo iré también — ¡jije. —Entonces tome su revólver cuando vaya á po- nerse loe botines. Y apúrese un poco, porque el individuo puede apagar la luz y marcharse. A los cinco minutos nos encontrábamos en la puerta del Hall, listos ya para nuestra expedición. Echamos á andar con paso apresurado por entre la obscura arboleda, acompañados sólo por el pe- sado murmullo del viento otoñal y por el crujido de lag hojas secas que pisábamos. El aire de te noche estaba cargado de humedad y de emanacio- nes pútridas. De tiempo en tiempo la luna aso- maba por un instante ; pero todo el cielo estaba cubierto de nubes, y, en cuanto llegamos al pá- El Sabueso,— JO 3V W0 m M, t ' — ■ 146 — mmo empezó á caer una lluvia menuda. La luz brillaba todavía fijamente delante de nosotros, i ¿Lleva armas? — pregunté al baronet. — Tengo un látigo de caza. Conviene que caigamos sobre, el individuo bruscamente— di jo , — porque es un hombre terri- ble, según dicen. Lo tomaremos asi de sorpresa, y lo tendremos en nuestras manos antes de que pueda hacer resistencia. ■“Oiga, Watson — dijo el baronet . — ¿Qué diría Holmes de esto? ¿Qué me cuenta de aquellas ho- ras tenebrosas en que el Espíritu del Mal anda suelto...? Como en respuesta á las palabras de nuestro amigo, en este mismo instante surgió de la vasta lobreguez del páramo aquel grito extraño que yo había oído ya á orillas de la Gran Ciénaga de Grim- - pen Llegó hasta nosotros, traído por el viento en medio del Bilencio de la noche, el mismo aullido ' prolongado y suave, profundamente lastimero, luego el terrible rugido, luego otra vez un gemido largo y melancólico, palpitante de indecible an- gustia. El terrible alarido se repitió una vez, dos veces, háciendo palpitar todo el espacio con sus vibraciones estridentes, furiosas, amenazadoras, fr baronei - me asió el brazo, y eu rostro se destacó entre las sombras. —¡Santo Dios 1 ¿ Qué es esto, Watson ? 1 T yj' ; Es un mido de a q uí > del páramo. Ya lo he oídó.otra vez. El grito Se extinguió, y un silencio absoluto cay# sobre nosotros. Nos habíamos parado y aguzába- mos los oídos, pero no percibimos nada. ,,.j j t80n— ; me dijo el baronet , — ha sido el au- llido de un sabueso. ' - 1 ■ • ■ ■ h — 14 ? — La sangre se me enfrió en las venas, porque la voz entrecortada de sir Enrique me reveló que un horror repentino lo había asaltado. — ¿ Cómo se explican eBte grito ? — me preguntó. — ¿Quiénes? —Los de la comarca. — ¡ Oh, son gente ignorante I ¿ Qué le importa á usted lo que dicen? — Dígamelo, Watson ¿qué dicen de él? Yo titubeó, pero no pude esquivar la respuesta. — Dicen que es el grito del sabueso de los Bas- kerville. El baronet hizo oir un gr ufado y guardó silen- cio por un momento. — Sabueso era — dijo al fin, — y parecía estar á corta distancia de aquí, en aquella dirección tal vez. — Era difícil poder precisar de dónde partía. — Aumentaba y disminuía con el viento. ¿No está de aquel lado la Gran Ciénaga de GrimpenV — Sf, de aquel lado. — Bueno, de allí salía. Dígame, W r atson, ¿no cree usted que ha sido el aullido de un sabueso? Vea que no soy un niño. No debe tener temor de decir la verdad. — Stapleton estaba conmigo cuando lo oí por primera vez. El me dijo que podría ser el recla- mo de un pájaro extraño. —No, no, era un sabueso, j Dios mío i ¿ Habrá algo verdadero en todas estas historias? ¿ Será po- sible que yo esté realmente amenazado por un fantasma? Usted no cree en semejante cosa, ¿no es cierto, Watson? —No, no. — Lo cierto es que una cosa era reimos de esto \ Z ? l » m »y «itetinta. estar aquí, en £*f? mftta,' W Jft”?- ? “ r "» «rito seniejan- - I^+La t jV' Había las pifiadas de un sabueso junto ¿ su cadáver. Todo concuerda perfectame^ ‘ m„ h°h°f r 6 u cobarde > Watson, pero este grito Estah! f r? ta eI aW ^óqucme fa mano. Estaba tan fría corno si fuera de mármol. bien. 8 nada ~ dl J e - —Mañana estará usted í , Q r -No c ^° que pueda quitarme este grito de la ra? eZa ' ¿QUÓ 6 parece á usted q«e hagamos aho- — ¿ Volvemos ? oflT^ik' P or Cristo ! Hemos salido para atraoar t&PS-Zi 1 b ““» d ” NnS.te.pX ahueso, diabólico ó no. Sigamos adelante. Pernos rias dd Tfff “T’ - aUn CUando las íu ' ramo. 6 anduvier an sueltas por el pá- °1 camico > lentamente y ó, tropo- • zonee, en medio de las tiniebas, con el negro fan- ' s dorTelVnntrfí n T crestadas á nuestro al rede- V: mente H«W te j de UZ amariIle nta bridando fija- -P. SS trudtr ?t r- 1,0 ** ■»*> «a unA^Ji distancia á que se hada una luz en una noche negra como boca de lobo; á veces el zonte^íotms 6 ? mUy lei ° 8 ’ sobre el hori - ' “V ot f“ veces á unas cuantas yardas de y entoné a !i < 5 1 / Udlm0e Ver de dónd © PK>veñf», y entonces nos dimos cuenta de que va estáha- fij?eT4^ri% Un Ca r b ° d ° Vda Chorreado estaba • • J un& grieta, entre unas rocas fl Q v. r¿ ■“ s $¡wsw? s&sssz í — 149 que fuera vista en otra dirección que no fuese la de Baskerville Hall. TJft enorme peñasco favore- cía nuestra aproximación, y agazapándolos detrás de esta mole, nos pusimos á observar la luz por encima de ella. Causaba extrañeza ver esta vela ardiendo allí, en medio del páramo, sin la menor señal de vida junto á ella... porque no se veía más que la alar- gada llama amarillenta y el brillo opaco de la roca á su alrededor. — ¿Qué hacemos ahora? — me susurró sir En- rique. — Esperar aquí. El hombre debe estar cerca de la luz. Vamos á ver si podemos descubrirlo. Apenas habían salido estas palabras de mis la- bios, cuando lo vimos. Por entre las rocas, en la hendidura donde ardía la vela, apareció de pronto un rostro amarillo, animal, satánico y terrible, to- do rayado y surcado por las más viles pasiones, que, cubierto do inmundo lodo como estaba, con la barba hirsuta y la greña enmarañada, podía ha- bérsele tomado por el do uno de esos salvajes que en los tiempos antiguos vivían en cavernas en las faldas de las colinas. La luz de la vela se reflejaba en sus ojos, pequeños y sagaces, que, moviéndo- se ferozmente á todos lados, trataban de sondear las tinieblas, como un animal salvaje y astuto que oye los pasos del cazador. Era evidente que algo había despertado sus sos- pechas. Puede ser que Barrymore tuviera alguna señal especial que nosotros no habíamos hecho, ó que el individuo pensara, por alguna otra razón, que las oo&afi no iban bien ; el hecho es que había uña expresión de sobresalto en su rostro perver- so. De un momento á otro, el hombre podía po- — 150 — , desa párecer en ll^bscSad 61 7^'° ilumiua do, y ' "S í aütt r^r*^‘ p¡té ' p " eí maldición y nos lanzTnn el .P residlari <> soltó una Han* contra ® TJ vé á 0 *tre hasta entonces. Alcancé á DOS ^ a ^ la multado choncho hercüleo™ li e ¿7 bu! ‘« re- te» y, volviendo las esnald^ i u , pie , bruse amen- una feliz casualidad, en aoúel haba a correr - Por se abrió paso por entre Ias^nnbeT 0 ? 1 Cnt ° Ia iuna carrera l a cumbre de la Cruz »mos á la a ] Prófugo, que se precinitaho ’ T ,mos entonces j*" iU. «» lt.nd„ P S P Sl°T? ab * i ° X* 1* la agilidad de una cabra S de Tt ,as Peñas con *<& de mi revólver le hubiera baHa^' Un tiro cer tero :% traído el arma para ^fendem,! '' per ° ^ bab ía -M no para hacer fuego confr , era lacado, y r iM que huía. _ g ° oontr * un W.bre indefen^ f. rredores^y ^d^mig° estábamos* 8 *7 exce,enfc es co- * to comprendimos qu e nos " **** ; pero Pmn- zarlo Durante lamo tiemno m^- lmp0BÍble n,can - '* bre, á la luz de la luna TE* pi,d!moK ver al hom- |. «na pequeña ’ más ** tre los peñascos, en ll falda^ ^ ¡mente en- tante. Corrimos y corrimS W ° “S co,ina d «- ■*' = pleto el aliento íem uf«r & perder P or com- .v ba f uá haciéndose cada vet^T que 1,08 separa- ’ nos detuvimos y nos sent mdS . g ™ nde - Al fip, a f ba n sta n q¿ efi 8 :- ñ y os eí pS7^^^ “0 J>. 7 v*, amo P 4 ■ — 151 — fructuosa persecución. La luna estaba baja en el horizonte, á nuestra derecha, y la cima escabrosa de un picacho se destacaba sobre la curva interior del plateado disco. Allí, perfilándose tan negra co- mo una estatua de ébano sobre aquel fondo bri- llante, vi la figura de un hombre, de pie sobre, el picaoho, No crea usted que fué una ilusión, Hol- mes. Le aseguro que en mi vida he visto nada más claro. A. lo que me pareció, aquella figura era la de un hombre alto y delgado. Estaba con las pier- nas un poco separadas, los brazos cruzados sobre el pecho y la cabeza baja, como si estuviera me- *.■ d !j ando sobre í el vasto desierto de turba y de gra- que tenía por delante. Parecía ser el genio | «» a quel lugar temblé. No era el prófugo. La apa- I esíiaba I 0 ) 08 de l sitio en que aquél ha- b a desaparecido. Además, Selden era mucho más «lt,r L iw and ° Un gl ? to de BOr P resa » lo señalé al barqpct; pero en el mismo instante en que me volvía para asir el brazo á éste, el hombre des- W 0ld \ La ft « uda . cima de granito seguía cor- nt presentí 6 “k*?* d ° la ,una > P er <> 0 * picacho no presentaba ya el menor indicio de aquella fi- gura silenciosa é inmóvil. Hubiera deseado ir hasta allá y registrar el pi- cacho, pero la distancia era un poco grande. Por sando en 6 ’ 61 t aro ” et se estremecía todavía pen- M^ en aqiiel grito que le recordaba la sombría historia de su familia, y no estaba para nuevas diferí' demá9 ’ // n ° había al hombre mí me hah// n ° P°j ía 8entir Ia agitación que á actitud dominante.^" 0 8U ^ aparició " ^ Es un guarda, seguramente— dijo.— El pára- ;V;"::fiV? >'V,*> A'V V 152 _ » «““'* de *“«-i»s desde e ] sujefo ,"*• pero me gu«Sl veri» “c ’* 1 “J ,a «edade. ^"STuSÍ fS =”t“de E p”S- sssj&*j t *sr rftsíKsis Holinee, aDOche , mi querido cumplidamente sus^Lf 1 Sp e , mi «lato llene «uento tal vez no prX?' 0 ? U ? ho de Jo que le P er <> me ha parecido^!- absolutamente nada ■ hechos, á fin de q UG usted ^ UnÍCQr] ° todos lo¿ los que le 8ea n más útíw! LfT° pueda ««coger torio sus conclusiones. Eg &£"««*> de fS ,/ darnos un poco Por u 8 lüc * lJ dable que nm^p «ore, hemos descSie^t 56 refiero **» SE miento», y 6 sto ha achuru £ au , 8a de 8US iTocedl Pem el páramo, con sus misto w* 13 *® la situ ación. moradores, sigue siendoTn ”° 6y 8U8 «*•&■ Quizá en Si próxima “ e ?™ íftWe do luz también sobre esto P d . a haeer un P<>- KE-* que „ sw •■■••V 153 — EXTRACTO DEL DIARIO DEL DOCTOR WAT SON Hasta aquí he podido reproducir los informes que en los primeree días envié á Sheriock Holmes. Pero he llegado ahora en mi narración á un pun- «u e l cual me veo obligado á abandonar este método y á valerme otra vez de mis recuerdos, ayudándolos con el diario que escribía entonces, unos cuantos extractos de este diario me servirán para llegar a aquellas escenas quo están indele- blemente fijas, con todos sus detalles, en mi me- moria. Prosigo, pues, en esta forma, á partir de la mañana que siguió á nuestra tentativa fracasa- da de dar caza al prófugo, y ó las demás extrañas peripecias que nos ocurrieron entonces en el pá- ramo. 1 Octubre 16 .— Día pesado y brumoso, de lluvia menuda y continua. La casa está cercada por una muralla de nubes onduladas, que se elevan de tiempo en tiempo y dejan ver las lúgubres lomas del páramo, las estrechas vetas plateadas en las faldas de las co mas, y los distantes peñascos que brillan allí donde la luz hiere sus flancos húme- dos. Todo es melancolía, afuera y adentro. El baronet está en plena reacción sombría después de las agitaciones de anoche. Yo siento un peso en el corazón y la sensación de un peligro inminen- ¿:Ía. .ü-ú .y ' -^-¡• ; j. <¿i ': r #v ; :.v ; *■• .:/ ■ - ; . ••' "•!■■'../ • .' / • • ’ *-«■ ~ de loa CM-Lesinos^ohrf l b én 2 °? ' e P et¡d °s relatos *> »n . d Pí™ el eapacio ¿n sus ^.fc mate ? al ® B * *» llene concebible. Stapleton S’® absolutamente in tición y el doctor IV. Wf d caer en esta supere tengo algo S oSe laSr^ ta “b¡én; pero si yo da me convencerá de ^ 7Z d ° COmún ’ * na ' cosa. Hacer esto sen^ r!¿® Cree f en «ajante pobres campesinas mil "* ajarm ® al niv el de esos Lt?„ H ;‘r»; ssA Ir Hdad, ande suelto por él' un ^ e " do que ’ en rea ' baría mucho en el Sitfdo b r 80 f norme > esto ¿dónde puede e8 fl T™^/ pllCarI ° tn°é® i Pmniso á cerraron por poco tiempo en fí’/* 8 ?^ 8 86 en- en la sala de billar D X el estudio. Sentado ™mor de bus voces ^citadL^ 8 d ® una vez el idea acertada del m.„X? 51 r adas » y me formé una 8 ¡dn. Al cabo d l ínr^T^ era ° h ^ ^ discu y me llamó. nt ° el baron ^ abrió la puerta a Sravi^mTSj^ReíL 9 Su “h* ^ hooho ™ deslealmente, al pemeguir á sn°> SfT 8 P roce dido ¿ 1- por voluntad pS L o I f Ufiado ’ dfíed ° que creto. propla > “os ha revelado el se- a los señores, y sabían! ?í? nbmr esta mañana * co dat \ CaZa ¿ Selden. El mbre' «1 estado , Atando con quienes luchar para y a bastantes “lásgente sobre su rastro P° nga ^ ¿ echar luntad PmS, oTra^ 8 huh ?Dtad ^ todo P° r vo- rone¿.~t7sted, <5 meíor rT ,^ iera SJ ^° — dijo el ba- dqo lo que había cuandol^-hí' mujer > « ó, ° nos cuando no tenía más remed o ® bhgam t 08 i ello y dad. 8 remedio que declarar la ver- * Nunca creí auo **] 0 ^ ' -EsTS 'Y** « verdad. SG apWw *“» da ®se individuo es un peligro póblico. Hay ca- sas aisladas, esparcidas por todo el páramo, y él es un hombre que no se para en nada. Para estar seguro de ello basta mirarle la cara. Ahí está, por ejemplo, la casa del señor Stapleton, que no tie- ne sino á éste por único defensor. No puede haber segundad aquí para nadie mientras él no está encerrado bajo llave. —No se introducirá en ninguna casa, señor. Le doy mi palabra de honor de que no lo hará. Más aun : no volverá nunca á molestar á nadie en este país. Le aseguro, sir Enrique, que dentro de po- cos días quedarán hechos los arreglos necesarios, y él estará en viaje á Sud-América. Por amor de Dios, señor, le suplico que no haga saber á la po- licía que él está todavía en el páramo. Ya han desistido aquí de la pesquisa, y él puede dejarse estar tranquilo hasta que el buque esté pronto. El señor no podría denunciarlo sin hacemos un -man daño á mi mujer y á mí. Le ruego, señor, que no comunique nada á la policía. — ¿Qué dice usted, Watson? Me encogí de hombros. —Si pudiera salir del país, sano y salvo, alivia- ría de una carga al contribuyente. Pero ¿y la posibilidad de que despache á al- guno antes de irse? i ~r N ,° i 18 *", 4 s °mejante locura, señor. Le hemos ciado todo lo que pueda necesitar. Cometer un crimen seria para él revelar que está escondido aquí todavía. —Esto eé cierto — dijo sir Enrique— Bueno, Ba- rrymore... ‘ ~i -R* ob 1° bendiga, señor I Se lo agradozco con toda mi alma. Mi mujer se moriría de pena si to- m&ran otra vez á Selden. do uab felonía q w e t Stam °D ayudando y encubriea- bre se "diSu^t fefe agradecun iento el hom- sobre *£ ¡Zb V ^ 1 peK> vaci10 ' y volvió me^LTdío obllídÍA t Uen ° P&ra Iíosotl ™> que señor, quf íueda Yo 2 T** ° l Carlos. to ‘ Se refiere ó Ja muerte de sír ~, b Barrvmore ? carta aqueU^'mafife 6 Sie? Señ ° r tío J ecibiól Uíia cartas, porque m i S ?“ pr6 reciWa muchas por su buen corSón fefe querido y ^uopido * r» ™ tSirp'í >! r mañana sucedió que no é ‘ Pero aquella Por .o que se met^S : ' V* i" >•' !■ •:•••-. ufa de Coombe Tracey, y la letra del sobrescrito era de mujer. — ¿Y bien? . ■=■ v ,■ — Le diré, señor: no pensé más en la cofia, y nunca hubiera vuelto á acordarme de ella áno ha- ber sido por mi mujer. Hace unas cuantas* ^ma- nas mi mujer estaba limpiando el estudio ae sir Carlos, que no había sido tocado desde su muerte, y encontró, detrás de la rejilla de la estufa, los restos de una carta quemada. La mayor parta estaba carbonizada y en pedazos; pero junto a éstos colgaba una tira, el final de una carilla, en la que podía leerse todavía lo escrito, aunque la letra estaba gris y el fondo negro. Nos pareció que era una posdata agregada á la carta ; decía : «Ten- »ga la bondad de quemar esta carta; se lo ruego >á usted que es un caballero ; y no se olvide de restar en el portillo á las diez.» Debajo aparecían las iniciales «L. L.» — ¿Ha guardado usted esa tira? — -No, señor ; „ se convirtió toda en ceniza en cuanto la movimos. — ¿Había recibido alguna vez mi tío otras car- tas con esa misma letra? — Vea, señor : yo no acostumbraba á examinar las cartas de sir Carlos. Y no habría observado tanto ésta de que se trata, á no haber sido la cir- r eunstanoia de que llegó sola. — ¿ Y no tiene usted alguna idea de quién pueda ser L. L. ? — No, señor. Estoy tan á obscuras como ese se- ñor. Eero creo que, si pudiéramos ponerle las ma- nos encima á esa señora, llegaríamos á saber mu- qho más sobre la muerte de sir Carlos. # - 160 - 1« Jo» q uá¿ZTm %£ te & «*» “«*■ Mor. bía hecho pornoTOW^' 0 3 ° ?-“ 6 V S ^ or ^ asunto no hubiera favorÁ^' i & 1 . Dvestl 8 ac *bn de eBte '¿¡B&5&35- V* -}rSa;--‘==¡ nada bueS'dfeUo Pero^f 6 D ° P ° día re8u,t ^ a ¡do tan bueno £T ha doJ_„ ?TO f' »J^b, eni contado to- uy bien, Barrymore, puede retirarse bub ° **>“■>. * Éoriquc nuavltaí W ““” ?iQui •"“»* «M Je MU l.r"?eb£r® ,Ue h ““ ” fa nunca L.L.f ísKStería “ i >ud¡ér “ no « dar con cuestión. Hemos adelantnH° ne ^ en c ^ ro t• i¡ Fui inmediatamente á mi cuarto y escribí á Hol- ; mea mi informe sobre la conversación con Barry- , , more. Para mí es evidente, que en estos últimos : ¡|¡, tiempos mi amigo ha de haber estado muy ocu- :¿\*\ pado, porque las notas que he recibido de él son ,f| muy pocas y muy breves;’ no contienen ningún 1 : comentario sobre las informaciones que le he su- i? , ministrado, y apenas si hacen alguna referencia á (y || la misión que desempeño. Sin duda alguna, su ca- i so de ckantage está absorbiendo todas sus facul- tades. Pero este nuevo factor ha de llamar su | atención seguramente, y despertará otra vez bu T interés. Querida que estuviese ya aquí. Octubre 17 . — Hoy la lluvia ha estado cayendo . á cántaros todo el día, zurriendo contra la hiedra '■? y chorre ando de los aleros del tejado. Pensé en el prófugo que estaba fuera, en el páramo helado, % desolado y batido por los vientos, j Pobre hombre ! *j Sean los que fueren sus crímenes, los ha expiado : : ya en parte. Después pensé en el otro : en la cara | dentro del cab , en la figura contra la luna. ¿ Esta- ba también allí, en medio de aquel diluvio, este •; guardián invisible, eBte hombre de las tinieblas? A la tarde me puse mi capote impermeable y an- ¿ duvo un largo trecho por el páramo en plena obu- * Ilición entonces, con la mente llena de pensamkn- l tos sombríos, mientras la lluvia me azotaba el ros- tro y el viento silbaba en mis oídos, j Dios proteja á lo$ que vagan ahora por la Gran Ciénaga, por- í¿ que hasta las firmes lomas se habrán hecho un > tembladal ! • Reconocí el sombrío picacho sobre el cual ha- , I, bía visto al solitario guardián, y desde su fragosa f cima extendí la vista, yo también, sobre la melan- ;í V cólica llanura. Ráfagas de lluvia se deslizaban á I — 182 í través de su rojiza superficie, y pesadas nubes de color pizarra flotaban bajas sobre el paisaje, y se arrastraban hacia abajo, ciñendo como coronas grises ¿os flancos de las fantásticas colinas. En la lejana hondonada, á qj* izquierda, medio ocultas por la niebla, se alzaban sobre los árboles las dos y torres gemelas de la mansión señorial de los Bas- kerville. Estos eran los únicos signos de vida hu- mana que podía ver allí, con la única excepción de las cabanas prehistóricas que se agrupaban en las faldas de las colinás. En ninguna parte se descu^ bna la menor huella de aquel hombre solitario que había visto yo en el. mismo sitio dos noches antes. A la vuelta me alcanzó el doctor Mortimer, que venía en su tflburi, de la distante granja de «Ce- nagal Pérfido», por un abrupto sendero abierto en el páramo. El hombre ha sido siempre muy atento opn nos- otros, y casi no ha dejado pasar un día siq ir á la casa, á saber cómo seguíamos^ Insistió en que su- biera á su tflburi, y me facilitó así el regreso. Lo encontré muy afectado por la desaparición de su podenco. En sus correrías éste se había metido en el páramo y no se le había vuelto á ver más. Hice lo posible por consolarlo ; pero pensaba, al mismo tiempo, en la triste suerte de la jaca en la Gran Ciénaga, y no creía que' el desdichado perro volvie- ra á aparecer nunca. A propósito, Mortimer -de dije, mientras^ nos bamboleábamos por el camino escabroso ; — supon- go aura Lyons, de reputación -,w ¿ csta sea ora dado un gran paso hacia el, LaS 00 ?’ hahrem °* de ios incidentes de esta caS T™ ! . ento de uno tey desarrollando, realmente ini8t ^os. Es- de serpiente; porque cuandC’ lina sabiduría interrogaciones 4 un extremé AIortí mer llevó sus gunté de pronto á quó Se d C °r VenÍeut6 ’ ,e Pre- craneo de Frankland, y gradí 1 Precia el resto del camino no o/hffi ? 1 eSt °’ en *>do el Jugía De a]g 0 me ha ™ ar 3«e de craneo- con Sherlock Holmes^ ¡ ® VJV,r afios enteros d/a ten-ascos ^ 13 y mehncáuZ recordar /m este cíente con B^ZÍ n^Z' carta más, que jugaré eicuante ^ Una buena Mortimer se había quedado ? 868 °P ortli no. baronet jugaron después al eca*/^’ y é] ? el ,ne . fc . ra J° el café á la bib ioK^ E ma J' or(,0 ™o “üfí * 3 * 3-* -S tSSü' » Ci ^c£ »ssa »*• ido, porque no ha venido^ 6 J Cl ? 10 q,,c se haya sar trastornos' N 0 sé nadare Z ' 8 Wra «tu- ve z que le deié te ZL-i de él deBd e la días. onda, y de esto hace ya'ffre s — No° mted entonces ? cuando volvió p^r pOT^quC^tío ^ eSa ^* r0C *^ <> . 165 ~ Entonces está en el páramo, positivamente. —Asi se podría pensar, señor, salvo que se la hubiera llevado el otro. 4 c Me quedé con la taza de café á mitad del cami- no, y clave los ojos, en Barrymore. —¿Usted sabe, entonces, que hay otro hombre? bí, aenor ; hay otro hombre en el páramo. — ¿ Lo ha visto usted ? — No, señor. ■ ¿Cómo lo sabe, entonces? ó te¡ S ^ Cn ¿ ae ¿° , sofior ’ hace una semana, n»r , má8- ■ Lse hombre se esconde, también ; * 68 Presidiario, por lo que he podido eonjetuiar. Esto no me gusta, doctor Watson. gusta d ' S ° - rc ' sudtamerite > señor; esto no me 1 1 rm * - “ a y°. rdomo había asumido repentinamente una expresión ansiosa. inWcf*’ OÍg ! mC ’ Barr ymore. Yo no tengo más amoY^ZZ qU f el de florecer á su amo. Yo no he venido aquf con otro objeto que el de ayudarlo. Dígame francamente: ¿qué es lo que no le gusta? 64 Barrymore titubeó un momento, como si se diSaZ dS 8U arraDqUe ’ 6 ^o’sir^ntrar: «mientes expresar 0011 P ala bras sus sen- evd^A Vff 8, 6Stas T 89 que estón sucediendo— exclamó al fin agitando la mano en dirección á la ventana que daba al páramo, azotada en aquellos momentos por la lluvia— Se está preparando una perfidia en alguna parte ; j se está fraguando al- guna negra infamia! esto lo puedo jurar. ¡Cómo "¿sftss, - ™ ra 4 * fc4 *» « *+ 16fl Pefo ¿ qué es lo que lo alarma? —I Ahí tiene usted la muerte de sir Carlos ! Es- to fue bastante malo, según todo lo que dijo el cotoner. Ahí tiene usted los ruidos de noche en el páramo. No hay hombro que se atreva á cruzar por el después de ponerse el sol, ni aun cuando le pagaran. Ahí tient# usted ese. desconocido que ko esconde alia, y acecha y espera. ¿ Qué es lo que es- peia . ¿Qué significa esto?... Esto no significa na- kerville 10 t ° dos ' * os < 3 ue Ueven el apellido Bas- -—Pero, veamos un poco lo del desconocido— n ; I7 ¿PUed ? U8tcd decimie algo respecto á él ? ¿ Qué e contó Selden ? ¿ Había descubierto don- do se ocultaba ó lo que estaba haciendo? — Lo víó una ó dos veces, pero el hombre era muy astuto y no dejaba traslucir nada. Al princi- pio Selden pensó que fuera de la policía, pero P”f\ to 9 ue él tení » también algún intríngulis p pío- Era una especie de caballero, por lo que haciendo di r í. Per ° "° ^ ¿ deSCubrir 1 ué estüba Y averiguó dónde vivía? —En las viejas casas de las laderas... esas ca- tíempos. 6 Pi ft Cn qUe VÍVÍa k gente de otros ~^ cr °y ¿y la comida? Selden ha descubierto que tiene un muohi- cho a su servicio, que le trae todo lo que necesita Me parece que este muchacho va á Coombe Tra- cey á buscar las cosas. —Muy bien, 13 arry more. Hemos de volver á hablar sobre esto en otra ocasión. Cuando ei mayordomo me hubo dejado solo, me * liasta la vent ^na, ya obscura, y á través del 1 61 vidrio empañado .observé las nubes en marcha, y el contorno ondulante de. los árboles agitados por el viento. Hace una noche horrible dentro de la casa. . . j cómo será en una cabaña de piedra, allá en el páramo ! ¿ Qué terrible sentimiento de odio puede ser el que lleva á un hombre á ocultarse en semejante sitio y con semejante tiempo? ¿Y qué propósito tan decidido y tan vehemente puede te- ner allí á este hombre, sufriendo semejante prue- ba? Allá, en aquella cabaña, en medio del páramo, parece estar el verdadero centro del problema que tan penosamente me atormenta. Juro que no ha de pasar un día más sin que haya hecho yo todo lo que pueda hacer un hombre para llegar al co- razón de este misterio. XI ¡ • y i 'í ’ m •» ri ? 1 •T'í 1 • ‘ íi •i -i EL HOMBRE DEL PICACHO El extracto de mi diario particular, que consti- . .■ tuye el capítulo precedente, ha llevado mi relato * al día IB de octubre, fecha en la cual estos extra- ños sucesos empezaron á encaminarse rápidamente á su terrible conclusión. Los incidentes de este día y de los siguientes están grabados de una ma- ñera indeleble én mi memoria, y puedo referirlos nin consultar las notas que hice entonces. Tomé, pues, por punto de partida, el día que siguió á y aquél en que dejé sentados dos hechos de gran im- . J '4 • . á — 168 — portanci%: el de que la señora Laura Lyons, de Coombe Tracey, había escrito á sir Carlos Bas- kerville dándole una cita en el mismo sitio y á la misma hora en que cayó muerto, y el de que al hombre emboscado en el páramo se le podía en- contrar en las cabañas de piedra de las laderas. Una vez en posesióp de estos dos hechos, consi- deré que mi inteligencia ó mi valor serían muy pobres si no llegaba á hacer yo un poco más de luz en tan sombrío asunto. No me fué posible comunicar aquella misma no- che al baronet lo que había sabido de la señora Lyonis, porque el doctor Mortimer se dejó estar, jugando con él á las cartas, hasta muy tarde. Pero al día siguiente, durante el desayuno, ie hice sa- ber lo que había averiguado, y le pregunté si es- taba dispuesto á acompañarme á Coombe Tracey. En seguida se manifestó muy deseoso de ir con- migo ; pero, á poco que pensamos en ello, nos pareció á los dos que, si yo iba solo, el resultado podría ser mejor ; porque cuanto más ceremoniosa fuera la visita, tanto menos informaciones ha- bríamos de obtener. Dejé, pues, á sir Enrique en la casa, no sin algunos remordimientos de concien- cia, y salí en coche á hacer mi pesquisa. Así que llegamos á Coombe Tracey, dije á Per- kine. que detuviera los caballos, bajé y empecé á hacer averiguaciones sobre la dama á quien mp proponía interrogar. No me fué difícil dar con su departamento, que era central y me había sido bien indicado. Una criada me hizo pasar sin ceremo- nías; y, al entrar en la sala, una joven que estaba sentada delante de una máquina de escribir, se puso de pie vivamente, con una agradable son- risa de bienvenida. Pero se le demudó el semblan- te cilandó vid en mí & un extraño ; volvió ó sen- tarse Y me preguntó el objeto de mi visita. r n rrimprn impresión que causaba la señora t S!,K quTpuede provocar la más perfecta belleza. Sus ojos y sus cabeÜOB eran ddmwm^w- de un precioso color castaño, yes } algo sutilmente inarmónico : cierta tos queda expresión cierta dureza, quiza, en la mirada, uer- f/Xa en el labio, que hacían imposible la per- M »n'juV Ve» smmiesto pensamientos ultenoies. En aq 3TS ii cuent» -tan®*, d» en presencia de una mujer muy hermosa, y ae aue ésta me preguntaba la razón de mi visi a. ta entonces no había comprendido yo cuán delica- da era la misión que me. llevaba allí. -Tengo el gusto-le dije, -de conocer á su pa- jara una introducción torpe, y ella me 1° ^ uzo sentir. común entre mi padre y yo me dijo.— Yo no le debo nada, y sus amigos no | son foi míos. A no haber sido por el ^do s'r C^- I w Baakerville, y por otros corazones bondadosos, „ hSS mA de hambre por lo ,ne dependí. J ”ll pleito de .ir Cmloe BasksrviUe. Froto- mente es por él por lo que he venido á ver a us- ted. joven d6SVanéCÍer0n lae pecaa en «I rostro de la Ja tecla de los espacios de su máquina —¿Lo conoció usted, no es cierto 9 dadef^i eíf ya ' que d , ebo muellísimo á sus bon- —¿Se escribía usted con él? ™ “£» te r e ‘ ít ”» “• P^u^- jo.- .“qu^XTraóíiT^”" 0 “■>- ' asunto tenga quS pasar á ¡Ej’" 806 ’ y 110 1 U0 el ] íoafl , 8 v u * Pa«ar a otras manos. ojo, , sirr^ íz&’üñT 1 ? ^ t“ '« provocadora. n un taníio inquieta y Está bien : contestaré — me diio > r\,¿ i„-, sus preguntas ? e u í°' ¿ Luáies son — ¿ So escribía usted con sir Carlos 9 rí£^ U,M «■ «•<*■» do e» S 8 c«°S • ~of 6 VÍÓ U f t ? d c <>n ¿1 alguna vez? — 171 — llegó á conocer él suficientemente loa asuntos de usted para poder ayudarla, según dice usted que lo ha hecho? La señora * Lyona afrontó la dificultad con el mayor desembarazo. — Había varios caballeros que conocían mi tria- te historia y que se unieron para ayudarme. Uno de ellos era el señor Stapleton, vecino y amigo ín- timo de sir Carlos. Este es un hombre oxcopcional- mente bueno, y por medio de él fué como sir Car- los se enteró de mis asuntos. Ya sabía yo que sir Carlos Baskerville había he- cho al señor Stapleton su limosnero, en varias oca- siones ; de modo que esta declaración de la señora Lyona tenía para mí el sello de la verdad. — ¿Le escribió usted alguna vez á sir Carlos pa- ra pedirle que se viera con usted? — continué. La joven se sonrojó otra vez, irritada. — A la verdad, señor, que me hace usted una pregunta muy extraordinaria. — Lo siento, señora, pero insisto en ella. — Contestaré, entonces... No, seguramente, no. — ¿No? ¿Ni el mismo día de la muerte de sir Carlos? En un instante desapareció el sonrojo, y tuve delante de mí un rostro mor talmente pálido. Sus labios secos no pudieron expresar el «no» que vi, más bien que oí, que formulaban. — Su memoria la engaña, seguramente — dije. — Hasta puedo citar un pasaje do su carta. Decía usted : «Tenga la bondad de quemar esta carta ; »&e lo ruego á usted que es un caballero ; y no se »olvide de estar en el portillo á las dic-z.» Creí que la joven iba á perder el sentido, pero se repuso haciendo un esfuerzo supremo. -♦¿Ya no hay, entonces, caballeros ? balbu- CIÓ. —Comete usted una injusticia con sir Carlos. -Ci quemó la carta. Pero á veces una carta puede ser legible aunque esté quemada. ¿ Reconoce us- tea, pues, que la ha escrito? Sí, la escribí — exclamó, vaciando el alma en un torrente de palabras.— La escribí. ¿Por qué habría de negarlo? No tengo ningún motivo para abochornarme de eso. Quería que él me ayudara. Retaba segura de que, si podía tener una entrevis- ta con él, conseguiría lo que necesitaba. Por esto le pedí que me viera. Pero, ¿por qué á aquella hora? Porque acababa de saber que se iba á Lon- dres al día siguiente, y que su ausencia duraría meses. Había también razones que me impedían poder estar allá más temprano. —Pero, ¿por qué una cita en el parque, en lu- gar de una visita en la casa? • ¿G* ee usted, entonces, que una mujer puede ir sola á una hora como esa á la casa de un sol- tero i Uegó^dIáT fcamen ^ e suce< *rá cuando usted — No fui nunca. — j Señora ! —Nunca. Se lo juro por lo que consideró más pidiTir nunca * 0 curri ó algo que me im- — ¿Qué fué? cirio ESt ° 68 Un aSUnto P rivac *o. No puedo de- —¿Reconoce usted, entonces, haber pedido una cita á sir Carlos, a la misma hora y en el mismo — 173 — sitio en que cayó muerto, aun cuando después no haya concurrido usted á ella? —Así es. Volví á interrogarla, una vez y otra vez, pero no pude ir más allá de este punto. —Señora Lyons — le dijo, levantándome para dar por terminada esta entrevista ton larga y tan ñoco decisiva.— Usted se echa encima una respon- sabilidad muy grande, y se coloca en una- posmión muv falsa, al no hacer una confesión absolutamen- te franca de todo lo que sabe. Si llego á tener que recurrir á la ayuda de la policía, usted vera cuan seriamente se ha comprometido. Si su posición es inocente, ¿por qué negó usted en primera instan- cia haber escrito á sir Carlos en aquella fecha —Porque temía que se sacara de ello una con- clusión falsa, y que me viera yo envuelta en un escándalo. , , .... „„„ ¿Y por qué tenía usted tanto ínteres en que sir Carlos destruyera su carta? —Bien lo sabrá .usted que ha leído la carta. —Yo no he dieho que haya leído toda la carta. —Pero ha citado una parte de ella. Cité la posdata. Como le dije á usted, la car- ta había sido quemada y no estaña en condiciones de poder ser leída, salvo aquella sola parte. Ce pregunto una vez más, señora, ¿por que se afa- naba usted tanto porque sir Carlos destruyera la carta que recibió de usted el día de su muerte . — El asunto es muy reservado. —Mayor razón todavía para que trate usted de evitar una investigación pública. , Se lo diré entonces. Si usted ha oído algo de mi desgraciada historia, sabrá que yo hice un ma- 174 — p t. p S“L J mu: ' Um ”»• He oído decir eso. cesante de nÍrf 8i éIoía ia * ¿TmUpí P ~iwn S 6 g,lr r ente ee decidiría A anudarme" uated Y t dta? ¿ 86 eXplÍtia q ’ ,e noh ^ a ¡*> i.7 J ur u q e „r„iss* , ° de ° k “ ■“*“ ísr* e “ ri “ * »> <**» J ? habría h fcho, á no haber visto A la rna- T an SI de Ie t nte - n e d l ario ’ r quó nos perseguía tan tenazmente. Podía habér- senos escabullido en el tumulto de la calle Re- gent, pero le costaría mucho hacer lo mismo en el páramo desierto. Y, si al dar con la cabaña no e í?n n ^ rab ^ ella á 8U me quedaría allí todo el tiempo que fuera necesario hasta que el hombre volviese. A Holmes ee le había escapado en Dondres: sería para mí un verdadero triunfo atraparlo aquí, en su cueva, cuando mi maestro había fracasado en la empresa. Hasta entonces la fortuna nos había sido siem- pre contraria en toda esta larga pesquisa ; pero al fin vmo en mi ayuda. Y el heraldo de la buena suerte no fuó otro que el señor Frankland, que, con sus patillas grises y su cara arrebatada, estaba de pie junto al portón de su jardín, sobro la ca- rretera por donde yo volvía. p 11611 ^ 8 días, doctor Wntson — gritó con insó- lito buen humor.— Es verdaderamente necesario' que les dé usted un descanso á sus caballos, y que entre á tomar un vaso de vino y á felicitarme. Después de lo que había oído decir sobre la ma- nera como Erankland trataba á su hija, mis senti- mientos hacia él estaban lejos de ser amistosos; pero deseaba despachar á Perkins y al break para queaarme. solo, y la ocasión era buena. Bajé del ca- rruaje y envió un recado á sir Enrique, haciéndole — 177 — * Baber que regresaría á pie, á tiempo para la comi- da. Después seguí á Frankland hasta el comedor de su casa. — Hoy es un gran día para mí, señor... Uno de los verdaderos días de fiesta de mi vida — exclamó entre risitas ahogadas. — He llevado a buen térmi- no un doble acontecimiento. Quiero enseñarles á los de eistos barrios que la ley es ley, y que aquí hay Tin hombre que no tiene miedo de invocarla. He conseguido que quede establecido el derecho del fisco á abrir un camino por el centro del par- que del viejo Middleton, por el mismo medio de él, señor, á unas cien yardas de la puerta prin- cipal de la casa. ¿Qué me dice usted de esto? Yo he de enseñarles á estos potentados que no pue- den pisotear, sin más' ni más, Iob derechos del pueblo... ¡Dios los confunda I Y he hecho cerrar el bosque donde los de Fernworthy acostumbraban hacer sus picnics . Esta maldita gente cree, según parece, que el derecho de propiedad no existe, y qüe pueden meterse "donde les plazca, con sus pa- quetes y con bus botellas. Los dos casos han sido fallados, doctor Watson, y ambos en mi favor. No había vuelto á tener un día como éste desde que hice condenar á sir John Morland por contra- vención á causa de haber estado cazando en su propio parque. — ¿Cómo diablos consiguió eso? — Vea el expediente, señor. Vale la pena leer- lo... «Frankland contra Morland, tribunal de Queen’s Bench»... Me costó mil pesos pero con- seguí la sentencia. — ¿Y qué ha ganado con ella? ‘ — Nada, señor, nada. Tengo la satisfacción de decir que no me guiaba ningún interés particular El Sabueso.— 12 IIP en el asuntó. Yo procedo siempre en estas óósas pura y sencillamente por un sentimiento de deber público. No tengo la menor duda, por ejemplo, de queuos de Fernworthy me quemarán en efigie, esta noche. La última vez que lo hicieron, les dije á los de la policía que debían impedir estos ver- gonzosos espectáculos. La policía de la provincia se halla en un estado escandaloso, señor, y no me ha prestado la protección á que tengo derecho. El juicio «Franklatad contra Regina» pondrá este desbarajuste á los ojos del público. Les dije que habían de llegar á arrepentirse de la manera cómo me habían tratado, y mis palabras han resultado ya ciertas. • — ¿ Cómo ? — pregunté. El anciano adoptó un aire de muy entendido* — Yo les podría decir lo que ellos sa están mu- ¿ riendo por saber; pero nada podrá inducirme á ayudar en ninguna forma á osos picaros. Hasta aquel momento yo había estado buscando á mi alrededor alguna excusa para poder librarme <:;de la charla del viejo pleitista ; pero entonces em- pecé á sentir deseos de oirlo. Conocía bastante la naturaleza contradictoria del viejo pecador para comprender que la menor muestran de interés se- ría el medio más seguro de cortar sus confidéñ-.t/l cias. — ¿Algún cazador furtivo, tal vez? — dijo en to- no indiferente. — |Ja, ja! mi amigo. .. jalgo muchísimo más importante que eso ! ¿ Qué me dice del prófugo que está en el páramo? Me estremecí. — ¿Quiere usted decir que sabe dónde está? — pregunté. S f ■ 7v; ,• ■’ » - ’ - V '/>- >: •«' ■ —Puedo no saber exactamente dónde efitá, pero .estoy completamente seguro de que podría ayudar á que la policía le echara el guante. ¿Nunca se le ocurrió á usted que el mejor medio de dar con ese hombre era descubrir dónde conseguía su alimen- to, y seguirle entonces la pista? Frankland iba acercándose á la verdad, de una manera bastante desagradable. — Sin duda— dije; — pero, ¿cómo sabe usted que está en alguna parte del páramo? —Lo sé porque he visto con mis propios ojos al mensajero que le lleva la comida. . Se me oprimió el corazón pensando en Barry- roóre. Era ítóunto serio verse en las manos de este. v,yÍejo entxoj&etido y perverso. Pero lo que dijo en ^¡seguida me quitó un gran peso de encima, i® ¿ — Le ha do causar á usted sorpresa el saber que rasque le lleva la comida es un muchacho. Lo veo |g' v todos las días con el catalejo que tengo en la azo- | tea. Pasa siempre por el mismo camino y á la p \ misma hora ; y ¿ á quién habría de ir á ver sino al ^prófugo? } Esta sí que era suerte 1 Pero reprimí toda de- |fe mostración de intérés. j Un muchacho ! Barrymo- había dicho que nuestro desconocido era ser- vido por un muchacho. Con la pista de éste, y no con la del prófugo, era con lo que había tropezado Erankland. Be modo que, si conseguía averiguar lo que el viejo Babia, me evitaría una larga y ía- ¿ - tigosa pesquisa. Pero la incredulidad y la indife- rencia eran, evidentemente, mis cartas más fuer- f.; tes en el juego. — Me parece que es, tal vez, mucho más pro- bable que se trate en este caso del hijo de alguno — 180 — de los pastores del páramo, que le lleva la comida á feu padre. El más pequeño indicio de contradicción hacía saltar chispas del viejo autócrata. Sus ojos me miraron de una manera perversa, y las patillas gri- ses se le. erizaron como á un gato irritada — ¿De veras, señor? — me dijo, y agregó seña- lando la extensión del páramo:— *¿ Ve usted allá arriba el Picacho J^egro? Bueno. ¿Ve usted más allá aquella colina baja, con un matorral de espi- nos en la cumbre? Pues esa ee la parte más pe- dregosa de todo el páramo. ¿Y cree usted sea un sitio adecuado para que. vaya á estacionarse:* en él un pastor? Su conjetura, señor, es enterad mente absurda. ; > .-V Le dije, suavemente, que reconocía! haber blado sin estar en posesión de todoa los hechos. I' Mi sumisión le agradó y lo llevó á hacerme nuévas confidencias. —Puede usted estar seguro, señor, de que ten- gó siempre muy buenas razones en que apoyarme, cuando llego á una conclusión. He visto al mucha? $ cho, una vez y otra vez, siempre con su atado^S. Todos los días, y, en ocasiones, dos veces por día;;; ?, he podido..', pero espere un momento. ¿Me en- gañan mis ojos, ó se está moviendo algo en este instante en la falda de aquella colina? La colina indicada estaba á algunas millas de distancia, pero pude ver distintamente un*peque- ño punto negro sobre el fondo verde obtííkjro. — \ Venga, señor, venga! — me gritó Frankland, lanzándose escalera arriba. — Verá usted las co- ;,í sas por sus propios ojos y podrá juzgar por sí $ mismo. El catalejo, un formidable anteojo montado so- ;4£; el techo de zinc liso jpde la oasa. Frankland aplicó el ojo á él, y dió un | grito de alegría. | — ¡ Pronto, doctor W&tson, pronto, antes de que | pase al otro lado ! i Efectivamente, se veía un chieuelo con un ata- 'i. do al hombro, que subía lenta y trabajosamente la t; colina. Cuando llegó á la cima vi destacarse por un | momento su figura andrajosa y extraña contra el r "cielo azul frío. El muchacho echó una mirada á su ¡| .alrededor, con expresión furtiva y disimulada, eo- I: xno quien teme ser seguido, y desapareció del otro jalado. — ¿ Y. . . ? ¿ Tenía razón yo ? —Seguramente ; este muchacho parece estar ? desempeñando una comisión secreta. fp —Y qué clase de misión es la que desempeña, ^ esto lo podría adivinar hasta un comisario de po- rfióla de loa que tenemos por acá. Pero por mí no r han de saber ellos una sola palabra ; y lo com- S someto á que guarde el secreto usted también, octor Watson. Ni una palabra. ¿Entiende? — Haré como usted quiera. > — Se han portado conmigo de una manera ver- gonzosa... vergonzosa. Cuando salgan a luz los hechos en el juicio «Frankland contra Regina», me . ¡| atrevo á decir que el país se estremecerá indig- nado. Nada podría inducirme á ayudar en ningu- ¡ $ na forma á la policía. Por ellos, bien podía haber sido mi persona y no mi efigie lo que aquellos pi- • líos quemaron en la hoguera. \ Usted no se mar- ■ cha ya, por cierto! Tiene que acompañarme á vaciar un vaso en honor de este gran día. Pero me resistí á todas sus solicitaciones, y lo- gré disuadirlo también de su propósito de aoom- v — 182 pañarrne á casa. Mientras él me estuvo mirando desde el portón de su jardín, me mantuve en el oa-, «uno; pero después salí de él, para cortar á través , 1 p llacia la colina pedregosa detrás dé- la. cual había desaparecido la figura del muchacho, lodo parecía obrar entonces en favor de mis pro- pósitos, y juró que no sería por falta de energía ó de perseverancia por lo que podría desaprovechar vo la ocasión que la fortuna acababa de ponerme en el camino. La tarde caía ya cuando llegué é la cumbre de la colina, y las dilatadas pendientes que se exten- ' dían á mis pies presentaban de un lado un tinte verde dorado, y una sombra gris del otro. Una niebla baja se extendía sobre el lejano horizonte, de la que surgían lae fantásticas sombras de Be- ' ;•••' lliver y del Picacho de la Zorra. No se notaba un • solo rumor un solo movimiento en toda la vasta ' extensión del páramo. Un gran pájaro gris una gaviota ó chorlito, se cernía allá arriba, en eí cielo azui-üste pájaro y yo parecíamos ser allí, bajo la inmensa bóveda, los únicos seres vivientes, n utilidad de mi visita, la sensación de aque- '$■ ¡la soledad, y elpoisterio y la urgencia de mi tarca, § todo esto me hizo palpitar ansiosamente el cora- íf a>n, El muchacho no aparecía por ninguna parte, ’v" Jt-ero a mis pies-, en una garganta entre la» colinas"'- había un círculo de cabañas de piedra, y en me- dio. de ellas surgía una con techo suficiente todavfe*. para servir de abrigo contra el tiempo. Ebta debía ‘ r “fJW* 6 » d f nde se agazapaba el deecono- cido. | Al fin tenía el pie en el umbral de su escon- drijo I... j al fin tenía en el puño su secreto 1 AI acercarme á la cabaña, andando tan caute- > lesamente como lo habría hecho Stapleton al lie- '!§ ' — 183 — gar oon su red lista junto á una mariposa para- da, pude ver que, efectivamente, aquel sitio habla sido aprovechado para habitación. Un sendero bo- rroso entre los guijarrros llevaba á la arruinada \ abertura que servía de entrada á la cabaña. Todo estaba en silencio dentro do ella. El desconocido podía estar allí emboscado, ó podía andar vagando por el páramo. Se me excitaron los nervios con la sensación de la aventura. Tirando á un lado el ci- garrillo, puse la mano en la culata de mi revolver, y, avanzando rápidamente, hasta la puerta, mire al interior. La cabaña estaba vacia. Pero había on ella claros indicios de que no se- guía yo una pista falsa. Allí era, positivamente, donde vivía el hombre. Varias frazadas envueltas en un capote impermeable yacían sobre aquellas mismas losas donde en otro tiempo había dormi- tado el hombre de la edad de piedra. Las cenizas de un fuego se amontonaban en un tosco brasero. Junto á éste se veían varios utensilios de cocina y un cubo de agua csbí Heno. Un montón de cajas de lata, vacías, indicaba que el sitio estaba ocupa- do hacía ya tiempo ; y, cuando mis ojos se hu- bieron adaptado á la luz confusa, vi en un rincón un vasito de hojalata, y una botella de aguardien- te con un resto todavía. Una piedra lisa, en el centro de la cabaña, ha- cía las veces de mesa, y sobre ella había un peque- ño bulto atado con un lienzo... el mismo bulto, quizá, que había visto yo, por medio del anteojo, sobre el hombro del muchacho. Contenía un pan entero, una lengua en lata y dos cajas de duraz- nos en conserva. Cuando volví á dejar el atado en su sitio, después de este examen, el corazón me dió un palto al ver, debajo de él, una carilla de — 184 — I ZSt “¿“H ri^T 6 Mensaje. ¡Era y¿ entaí ra2¿n de a que! / 5 J'T 8,DO 3 ue hab!n - púestoTin haWa seguido óí infom?’ ? Ul ^ s ’* sobre mi rastro mu ~ nforme de este. Próbablemen* ^ aii esta *>a el ua paso, desde que , D °, había dad ° yo : hu >™ sido Observado : , eI .P ára «m, que no 6s a misma sensación de unaT" 10 ^ 0, 1 ® ie mpre / ana md sutil echada sobrT flterza mvisible de d «s^a y cuidado; tan sutil °° n inf mi*a j ? n a, ® un momento supremo ta ” te ' nUí, > que só- daba cuenta de que establT i CU£ mdo uno se BUS mallas i 9U6 6Staba talmente envuelto en ™ ñ J llí ásmente ojeada por l a cabafia hnó de , modo r l ü e ochó una «f«les de nada d® ¿to nf d °, OÍ r- Per <> no v? pooonada que nie indi 9 ^ U( ^ e descubrir tam ar « hAiíSíteí ,,do '? < '*• i, oS: t Si TO «»» d«M.2. r di ÍLÍir Paraje ; “ que se preocupaba ® T'^mbres espartanas, y vida. AI ver el techo WrT 6 as comodidades de lá f 8 h/ Uertes ^ u vi»s coniDre^?f tacl ' 0 ’ 7 P ens ando en table debía ser el’pSito CU , án ñrra ° é inmu fSíSSi3tVS?« me cSTnsSntol, ° r t aquftüa entrevista, > sa^ssas a 1; d, , u ¿oíp,í, a é ■ «i». 90 » «» ojos grí, e .^l biES* “ ?• e W ™. «>, m tó£d» tL'iS’b****’' i"”' 0 ■"*■*> y alar- M. por el “eoto. T *' "* J 7 su sombrero de paño uno X f de ,a0illa páramo; y con ese amor gatu no?/** turist ’ as deI que era una de sus caraetf Jl+° aseo- personal mafia para que su barba eg f iIV ; Cas ’. se había dado f°P? ta ? Pechada corno si se hatí *“ SUaVe ? su de la calle Baker. " hallara en sus apo- á al & ufi o n ^di/e d m l iL S tras ld Í > *“?* a ¿ egría aI mano. J ~’ raien «*as i© estrechaba la f' "• — 187 — — O tanto asombro. . . ¿ eh ? ** '® 1 * fuerza es confesarlo. mucho menos que se hallaba dentro de él • sólo’ lo ~¿S“pLts U ,lu^? PaS ° S dG a ^ f - “¿mtvS 1,1,“ '«"““‘o a»* nSm. íe . cigm '“ ; mllo marcado Bradlev calle fHW d ° ?V lga ' mi ™ ¡g 0 W ?teon Puede $? la usted allí, junto al sendem. Usted la tiró sisssssr 10 - °"“ doW —.Exactamente. dad tómTrtb1e 0 p^ah ’ Y ’ °° mo 0000200 Su tenaci- me?S" fó“mS°? ‘ ¿ Y ? ómo pudo locali ^- dieron ustedes L k batida prudencia de dpfÍn^ . g 5 c,Iando cometí la ün- demf? ^ que la luna se levantara detrás Sí ; lo vi entonces. las-abSTaTtgar ?2£ ■^No; habían visto á su muchacho, y esto me dió un indicio del sitio que debía registrar. — El viejo con el anteojo, sin duda. No pude descubrir qué demonios era eso Ja primera vez que vi reflejarse la luz en el lente ; usted, en uno de sus informes, me dió después la clave del enigma. Holmes se levanto y echó una ojeada dentro de la cabafia. — I Ajáí Veo que Cartwright ha traído provfeio- nes. ¿Qué papel es éste?.., Ha estado usted, em ronces, en Coombe Tracey, ¿ no es eso ? ¿A ver á la señora Laura Lyons? — Exactamente. —Muy bien pensado. Veo que nuestras aven- guaciones han estado desarrollándose en líneas pa- ralelan; y, cuando unamos nuestros resultados, creo que habremos llegado é un conocimiento per- fectamente completo ae la cuestión. -j Ojalá í Me alegro con toda el alma de que usted esté aquí ; porque, á la verdad, la responsa- biuaad y el misterio estaban, haciéndose, una y otro, demasiado para mis nervios. Pero ¿cómo, en nombre del Cielo, ha venido usted aquí, y en qué ha estado ocupado? Lo hacia á usted en Londres trabajando en aquel caso de chantage. —Esto era lo que yo quería que usted creyese. De modo que usted se sirve de mí, y 7 sin em- bargo, no confía en mí— exclamó con alguna amar- gura.— Creo haberme hecho merecedor de mejor trato, Holmes. J Mi querido amigo, su ayuda ha sido para mí inapreciable en éste y en muchos otros casos, y le ruego me disculpe si, al parecer, me he burlado ^ P- : ; ? ’ : — 189 — de usted. A decir verdad, si lo hice fué, en parte, por su misma seguridad ; mis cálculos »bre e p » fiero que usted corría fué lo que me obligó á, vem aquí, á vigilar las cosas de cerca. Si yo hubiera estado con usted y cou sir Enrique, es evidente que mi punto de vista habría sido el mismo de ub- teres, y que mi presencia habría servido para que nuestros muy formidables enemigos se pusie- ran en guardia. De este modo, en cambio, he podi- do desenvolverme como no hubiera llegado a cerlo, probablemente, si hubiese estado viviend en el Hall ; y sigo siendo siempre un factor desco- nocido en el asunto, pronto para echar sobre el todo mi peso en el momento crítico. — Pero, / por qué tenerme á obscuras . —Porqué el que usted supiese las cosas. no nos . habría favorecido en nada, y probablemente hu^ biera servido sólo para descubrirme. querido decirme algo, ó, dada su bondad, habría querido traerme algunas comodidades, y con esto se hubiera corrido un riesgo innecesario. Traje, con- migo á Cartwright ¿se acuerda? aquel muchacho de la oficina de mensajeros... y éste ha estado en cargado de satisfacer mía pocas necesidades . un pan y un cuello limpio. ¿Qué más necesita un - Me ha suministrado, también, un par de ojos ex- tra sobre un par de piernas muy activas, y una v otra cosa han sido para mí inestimables. — ; Entonces, mis informes se han perdido to- dos?— dije con voz trémula al recordar el trabajo v el orgullo con que los habla hecho. Holmes sacó del bolsillo un lío de papeles. —Aquí tiene todos sus informéis, mi querido ami- go; y bastante ajados, por cierto, á causa de las consultas. Hice un arreglo excelente, gracias al •v ^ 190 — cual sólo han perdido un día en el camino. Tengo que felicitarlo sobre manera, doctor Watson, por ¿1 celo y la inteligencia que ha demostrado usted en én caso tan extraordinariamente difícil. Yo estaba un poco enfurruñado todavía por el engaño de que había sido víctima, pero el calor con que Hohnes hizo este elogio alejó de mi espí- ritu el disgusto. Reconocí, también, en conciencia, que él tenía razón en lo que decía ; que, efectiva- mente, había sido mucho mejor, para nuestro pro- pósito, que yo no hubiera sabido que él estaba en el páramo. —Así está bien — me dijo, al ver que se disipa- ban las sombras de mi rostro. — Y ahora, cuénteme el resultado de su visita á la señora Laura Lyons... No me ha sido difícil adivinar que usted había ido allá sólo para ver á ella, porque sé que ésta es la única persona de Coombe Tracey que podría sernos útil en el asunto. Tan es así que, si no hubiese ido usted, hoy, con toda seguridad habría ido yo ma- ñana. El sol se había puesto y la obscuridad se exten- -i día sobre el páramo. El aire estaba helado, y nos • metimos en la cabaña en busca de abrigo. Allí, sentados uno al tádo del otro, á la luz del crepús- culo, le conté mi conversación con la dama. Tan- to interés despertó en Holmes mi relato, que tu- ve que repetir parte de él una y dos veces para que Be diera por satisfecho. —Esto es muy importante — dijo cuando hube terminado. — Viene á llenar un boquete que yo no había podido cerrar en este asunto tan complejo. Usted sabe, quizá, que existe una intimidad es- trecha entre esta, señora y el individuo Staple- ton... \ I Wt-i " - ’ 1 • — No sabía nada de eso. « —No cabe ninguna duda al respecto. Se ven, se escriben, hay una inteligencia completa entre ellos. Ahora bien: estas relaciones ponen en nuestras manos un arma muy poderosa. Si pudiera usarla, aunque sólo fuera para separarlo a el do su mu- jer... — ; De su mujer? ' , , Amigo Watson, voy á darle abora algunas in- formaciones, en cambio de todas las que usted me ha suministrado. La señora que ha pasado hasta aquí por hermana, es, en realidad, la esposa ele St — ¡Santo Dios, Holmes 1 ¿Está seguro de lo que dice? ¿Cómo hubiera permitido él, entonces, que sir Enrique se enamorara de ella ? Lo de que sir Enrique, se enamorara no podía hacer daño á nadie, salvo al mismo sir Enrique. Buen cuidado tuvo el hombre, eso si, de que sir Enrique no le hiciera el amor á su mujer, como us- ted mismo lo vió. Repito que esta señora es la es- posa y no la hermana de Stapleton. —Pero, ¿para qué esta superchería tan ela- b °™ Parque Stapleton prevíó que ella podría serle muchísimo más útil si la presentaba en el carác- ter de mujer libre. Todos mis instintos disimulados, todas mis va- gas sospechas, tomaron forma de repente y se concentraron sobre el naturalista. En este hom- bre impasible, descolorido, con su sombrero de pa- ja y su red de cazar mariposas, me parecía ver algo terrible... un ser de infinita paciencia y astucia, de cara sonriente y corazón sanguinario. ¿Este, es, entonces, nuestro enemigo ' 1 ¿ H . te estique nos perseguía en Londres? —Así descifro yo el enigma. -I&SSf""' debS h ‘ b “ 8al¡do de *“»■ f a Si? a V i SÍble ’ medi ° °° n Í etura ble, se diseñó el tantasma de una monstruosa infamia en medio de deadc> meb aS ^ 1Wr tanfco tiem P° me habían ro- tad P ero > ¿ está seguro, Holmes? ¿Cómo sabe us- ted que esta mujer es la esposa de Stapleton ? . .7 a - Primera vez que se vió con usted ¡ hombre se olvidó de contarle un fragmento real de autobiografía, que, me atrevo á decirlo, ha de ha- 1™!™!°^° f ™. ucha * veces - Este individuo, como usted me lo hizo saber, ha sido maestro de escuela en el Norte de Inglaterra. Ahora bien • no trLT ° I ? ás i AoÜ de «*““■ el de un maes- tro de escuela. Existen agencias escolares por me- dio de las cuales se puede identificar á todo-hom- bre q u e haya ejercido esta profesión. Una ligera mvestigación me hizo saber que una escuela se había arrumado en atroces circunstancias, y que el ^opietano de ella había desaparecido con su Todas las señas concordaban, salvo el nombre que era diferente. Y, cuando supe que el desaDa- r ? C ^ fi había s,d ° aficionado á la entomología P la identificación fué completa. Las tinieblas se desvanecían, pero las sombras ocultaban mucho todavía. —Entonces, si el hombre es casado, ¿qué clase de reiaciones son las que tiene con él, según usted dice, la señora Laura Lyons? — pregunté. -Este es uno de los puntos que las pesquisas ae usted han puesto en claro. Su entrevista con Ja señora Lyons ha despejado muchísimo la si- uacion. Yo no sabía nada do que existiera un proyecto de divorcio entre ella y su marido. Aho- ra bien : como la señora Lyons cree que Staple- ton es un hombre libre, espera, sin duda, llegar á ser su esposa. 0 . — ¿Y cuando se desengañe? Bueno ; entonces puede resultar que la dama ños sea útil. Lo primera que tenemos que hacer añora es verla, los dos juntos, mañana mismo. Liga, W atson, ¿no cree usted que hace ya bas- tante rato que está fuera de su puesto? Usted de- bería estar ahora en Baskerville Hall. Las ‘últimas bandas rojizas se habían desvane- cido en Occidente, y la noche había cerrado sobre paramo. Unas cuantas estrella» empañadas cen- telleaban en un cielo color violado. —La última pregunta, Holmes— dije, levantán- dome,— Seguramente, no hay ya necesidad de se- crekf entre usted y yo. ¿Qué significa todo esto? ¿Qué ge propone él? La voz de Holmes se hizo profunda al contes- arme. —Se trata de un crimen, Watson. . . de un cri- men refinado, alevoso, á sangre fría. No me pre- gunte detalles. Mis redes van estrechándose sobre , así como las de él están sobre sir Enrique* axT graClaS ,V 8ted ’ af i°ra ya está casi en mi poder /1 ■?. UT J pebgro puede amenazamos. El de que dé golpe antes de que nosotros estemos en situación de hacer lo mismo. Un día más, dos cuando mucho* y mi caso estará completo ; pero hasta entonces, cuide á su protegido tan solícita- mente como una madre amorosa vela por su hijo JBl Sabueso.— 23 ' emhara« !“ *f dtí Í e hoy está Justificada; y, « n usted de’él ¡ Siga? ^ D ° 86 hubiera se P arad ° tenw f n ^, te f? ble “' u, n Prolongado alarido de SlTf ' SU l g Í de re P en t& del páramo SÍ^-lSt™ snto h0rmraK> - "* * h< *“ 1 *- BU X es se " babía PUfto de, pie en un salto, y vi su sdueta, negra y atlética, á la entrada de laca- t ba ?’ «>n los hombros agachados, la cabeza es- t rada hacia adelante, sondeando la obscuridad ^ Silencio I JM grito había sido estridente á causa dp su vp hemencia, pero parecía haber salido de algún si- tio lejano en I a sombría llanura. De prontovoC á resonar en nuestros oídos, más cerca, más W te, más desesperado que antes. iDótdL i, WíK? temb !‘ b * ««><• boj».-’ curidad á> ° re< ^ dÍ]e ’ BefiaIando un sitio en la obs- , ~~No, ab ^ niá» bien. °, fcra vez - el grito do agonía cruzó los aires de la “í-"* “fe J “fe q Z ZZ ’ -7 , un n 7j ec ! nudo se unió entonces á él - un fuñido profundo, ahogado, musical, y, s ¡n ftm „ n2uKr t9 ’ qU ! ° recía y decrecía como™ ^F1 1 h d ° T COQS * ante del mar agitado. --¡El sabueso!— gritó Holmes.—, Venga Wat a™” 8 *' 1°»" “<*•' |S¡ será 'j. ZLT.t — 195 — ms' s ^ . Holmes había echado á correr velozmente por i el párarrio, y yo lo eeguía, pegado á sus talones, Y entonces, de algún sitio en el terreno quebrado que teníamos delante, partió un grito desgarra- dor, un clamor postrero, y en seguida resonó un i golpe sordo, pesado. Nos paramos y escuchamos. Ningún otro ruido rompió el silencio opresivo de aquella noche sin viento. Vi que Holmes se llevaba la mano á la frente, como si se sintiera trastornado. Luego dió con el pie un golpe en el suelo. — ¡Nos ha vencido, Watson! ¡Llegamos dema- siado tarde ! — ¡ No, no 1 ¡ Seguramente no I — j Qué loco he sido al no haber obrado ! Y us- ted, Watson, i vea lo que sucede por estar su pues- to abandonado ! Pero ¡ por Dios I que si ha suce- dido lo peor, nosotros hemos de. vengarlo. Echamos A correr ciegamente a través de la obscuridad, chocando contra las peñas, abriéndo- nos paso por entre las retamas espinosas, jadean- do al subir las lomas, precipitándonos por las pen- dientes, siempre en dirección al sitio de donde ha- bían salido lo» terribles alaridos. Toda vez que llegábamos á una altura, Holmes miraba ansiosa- mente á su alrededor : pero las sombras eran den- sas, y nada se agitaba sobre la tétrica superficie del páramo. — ¿Ve usted algo? — Nada. — Pero, oiga... ¿qué es eso? Un quejido ahogado acababa de herir nuestros oídos. De pronto lo sentimos otra vez... á nues- tra izquierda. En esta parte, una loma peñasco- „ ea venia á terminar bruscamente en una escarpa, —m — rasa y alta, que dominaba una meseta sembrada de^ guijarros. Sobre el suelo escabioso de esta me- seta ee veía un bulto negro, irregular. Corrimos Hacia él, y sus vagos contornos se delinearon en una forma precisa. Era un hombre, caído de bru- ces con la cara contra el suelo, la cabeza dobla- da debajo del pecho formando un ángulo horri- ble, la espalda arqueada y el cuerpo apelotonado como si fuera á dar un salto mortal. Tan grotes- ca era esta actitud que por un momento no me di cuenta de que, en el quejido aquel, el infeliz había exhalado su alma. Ni un murmullo, ni un susurro salía ya del bulto sombrío «sobre el cual nos inclinábamos. Holmes le puso la mano en- cima, y la retiró en seguida con una exclamación de horror. La trémula luz del fósforo que encendió entonces iluminó sus dedos llenos de coágulos y el horrible, charco que iba ensanchándose poco á poco debajo del cráneo aplastado de la víctima. E iluminó también algo más que nos paralizó el co- razón ó hizo bambolear nuestras cabezas... r el cuerpo de sir Enrique Baskervillel Era imposible que Holmes y yo no reconociéra- mos aquel traje de lanilla particularmente roji- za., el mismo que vestía el baronet el día que vmo á vemos en nuestro departamento de la calle .Haker. No hicimos más que vislumbrarlo apenas, y, en seguida, el fósforo formó pábilo y se apagó, * tal como se había apagado la esperanza de nues- tros corazones. Holmes soltó un gruñido, y su ca- ra se destacó blanca -entre las sombras. 1 b es tia 7 bestia í — grité con los puños apretados.— (Oh, Holmes í ¡ Nunca me perdonaré el haber abandonado á nuestro amigo á bu suerte ! —Yo soy más culpable que usted, -Wat son. Pa« ra tener la acusación bien completa y redondeada he comprometido la vida de mi cliente. Este es el golpe más rudo que haya sufrido en mi carre- ra. Pero ¿cómo podía creer?... ¿cómo podía creer que él arriesgaría su vida saliendo solo al páramo, á pesar de todas mis prevenciones ? — j Que hayamos oído sus gritos !... ¡ Dios mío, qué gritos 1... [y que no non haya sido posible saL vario! ¿Dónde está el sabueso, esa bestia infer- nal que le ha causado la muerte? ¡ Quién sabe si no se ha puesto á acechamos emboscado entre es- tas rocas I ¿Y Stapleton, dónde está? j Ha de pa- gar esta infamia 1 — Sí, la pagará. Yo me cuidaré de eso. Tío y sobrino han sido asesinados... uno, mortalmente horrorizado al ver á una bestia que creyó sobrena- tural, el otro, estrellado aquí, en su desesperada carrera para huir también de ella. Pero ¿ cómo pro- bar ahora la complicidad del hombre y de la bes- tia ? Salvo por el gruñido que hemos oído, no po- dríamos jurar la existencia de esta última, puesto que sir Enrique ha muerto, evidentemente, á con- secuencia de la caída. Pero juro á Dios que, por astuto que sea, el individuo ha de estar en mis mano» dentro de veinticuatro horas. Estábamos de pie, uno á cada lado del cadáver destrozado, con el corazón lleno de amargura, ago- biados por aquel desastre repentino é irreparable que había llevado á un fin tan lamentable todos nuestros largos y fatigosos esfuerzos. A pocó sa- lió la luna; entonces trepamos á la cresta de la escarpa de donde ea había precipitado nuestro po- bre amigo, y desde esta altura contemplamos el páramo lleno de sombras en parte plateado, en parte lóbrego. Allá lejos, á muchas millas de dis- y. *. m ^“^ 0 sóto l ^rp“¿do? b dÍ!T' 1 ¡ Ti fi *“ ella. J udí 61 P uño en dirección á ^-¿Por qué no nos apoderamos de él ahora mis- vidIo N r^ec a a C v:d^ n M 7 f ^ completa. El indi- tremo. No basta nn I a8 ^ U ^° ^ astft e * último ex- probar. Y si darnL puede escapársenos. P falso > el canalla — ¿Qué haremoB entonces? b». strr£ ,! * : ,'‘ w •«* ^ ao- zs?* *» SMss: X r j á pto, “ 0 ' destacaba netamente sobre |? bre eh cadáver 'Lueíot TJP^ ¡ncli,larae *>■ y á rejr de la manera, había P ucsto á brincar tándose hacia mí me eetrechaba^ 5 ^^ pred P ¡ ' la máno. ¿ Podía ser aquel Shíriíck Sí^ 6 pre tan severo ^ ¿ «neriook Holmes, siem- hubiera oreído posible ]W° ¿ S * F 1181110 ? ¿Quién estado? ^ bh Ue S ar á verlo en semejante L a barba í. ¡La barba í. . . ¡ El hombre tíeri6 barba 1... — ¿Barba? — ¡No es el baronet L,, ¡Es... mi vecino el pre- sidiario L . . Con precipitación febril dimos vuelta al cadá- ver, y la barba pringosa apuntó hacia arriba, á la luz clara y fría de la luna. No podía haber error pósible en la identificación de aquella frente com- bada, da aquellos ojos de animal, hundidos. Era, positivamente, la misma oara que yo había vis- Jumbrado á la luz de la vela entre las rocas.,, la cara de Selden, el criminal. Entonces, instantáneamente, todo se hizo claro para mí. Becordó que el Baronet había regalado á Barrymore sus ropas viejas. Y Barrymore había dispuesto de ellas, evidentemente, para ayudar á Selden en su fuga. Botines, camisa, gorra... todo era de sir Enrique. La causa que había determi- nado 6Bta tragedia estaba bastante obscura toda- vía ; pero, al fin y al cabo, el hombre se habla hecho acreedor á la pena de muerte, según las leyes de su país. Con el corazón rebosando de gratitud y júbilo recordó á Holmes el regalo del baronet á Barrymore. — Entonces, las ropas han sido la causa do la muerte de este infeliz — dijo Holmes. — Se ve bas- tante claro que el sabueso ha sido puesto sobre la pista por medio de algún objeto de sir Enrique... así se explica quizá que el animal haya persegui- do á este hombre^ Pero la cosa es muy entraña, á pesar de todo ; ¿ cómo pudo saber Selden, en la obscuridad, que el sabueso estaba sobre su ras- tro? — Lo habrá oído. de “"SÍ. h T h ° de oir 61 ladl ? d <> de un peno s *£££&£ i trecho* desde el moS h debldo oorre r largo lo olfateaba. ¿ C< - amigo se mclinó haciendo un saludo'; —le dijo ted FÓpid ° PaFa reoonocer á las persona» do'7 : nS^!^ almente, ' P ue , sto 1 ue estamos esperan- £n HÍ ' fed aqUl jW* que lle S ó ^ doctor Wat- gedia. a U g ^° U8ted á tíem f*> de ver una tra- q "t^ 5 UeS n ° íen g° Ia menor duda de lo sucedí Tendré “T 6XplÍCa Perfectamente — [Ahí ¿Se marcha usted mañana V —Esa es mi intención. Espero, sin embargo, que su visita habrá hecho alguna luz sobre estos sucesos que nos tienen in- trigados. Holmes se encogió de hombros. — Uno no puede tener siempre el buen éxito que espera.; Un investigador necesita hechos, no le- yendas ni rumores. Este no ha sido para mí un caft sa^factorio. Mi amigo hablaba en el tono más tranco y des- preocupado. Stapleton seguía mirándolo fijamen- te. Después Be volvió á mí. , y r— Yo estaría porque llevásemos este pobre hom- bre á mi casa, pero el verlo le causaría seguramen- te tal susto á mi hermana, que no me animo á proponer este recurso. Creo que, si le cubriésemos a cara con algo, podrá estar seguro aquí hasta el lía. Y aei se hizo. Resistiéndose luego al ofrecimien- to de hospitalidad que- le hizo Stapleton, Holmes Se dirigió conmigo á Baskerville Hall, dejando al naturalista que regresara solo. Mirando hacia atrás, vimos la figura de éste que se alejaba leu- júnente por el vasto páramo; y detrás de ella; aqp&eí borrón negro sobre la plateada meseta, qfue revelaba el sitio donde yacía el hombre que tan hoi|i|áe fin había tenido. — j/Va estamos, al fin, cuerpo á cuerpo I— dijo Holifies, mientras cruzábamos el páramo.— j Qué nervios los del individuo I j Cómo pudo conservar su entereza ante lo que debe haber sido p^&a él un g^lpe fulminante : el ver que la víctiááa de sus maquinaciones era otro hombre ! Se lo dije á usted en Londres, Watson, y se lo repito ahora: $ nunca hemos tenido un adversario más digno de maestro acero, — Siento que él lo haya visto á usted. — Yo también lo sentí al principio. Pero no ha- bía medio de. evitarlo. — ¿Qué efecto cree usted que puede tener en los planes del individuo el hecho de que él sepa que usted está aquí? — Esto puede obligarlo á ser más precavido, co- mo también puede llevarlo á tomar en seguida me- didas desesperadas. Como la mayor parte de los criminales inteligentes, éste ha de confiar dema- siado en su propia habilidad y ha de imaginarse que nos ha engallado por completo. — ¿Por qué no lo hacemos arrestar ahora mis- mo? — Mi querido Watson, usted ha nacido para ser hombre de acción. Su instinto es siempre hacer algo enérgico, Pero, suponiendo por un momento que lo hiciéramos arrestar esta noche, ¿qué dé- monios adelantaríamos con ello? No podemos pro- bar nada contra él. j En esto estriba toda su dia- bólica astucia ! Si el hombre estuviera sirviéndo- se de un instrumento humano, podríamos con- seguir alguna p.rueba contra él; pero si tenemos que sacar al perro á la luz del día, éste no nos ayudará ó poner á su amo la soga al cuello. —Pero hay lugar á la acusación, positiva- mente. -—No tenemos ni la sombra de un fundamento. . . No hay más que sospechas y conjeturas. Nos echarían del tribunal á carcajadas si nos presentó - semqai con semejante historia y con semejantes pruebas. — Tenemos la muerte de sir Carlos. — 205 — — Que apareció muerto, sin una señal SUS colmillos? Todo el mundo sabe^por^upuesto, que un perro de presa u0 ¿ ar j os había muerto nosotros nos cona a qu . Pero tenemos do esto noche? — No estamos mejor, tampoco, con a ,,, m« siquiera djer al TIÍo dol m r£ rsi'ar: S «da lo acusación, y pensar que «*> Se ton 1. pena de que corramos cnalqu.er ue. — 206 — -¿ Va á subir? 1MS de -BaskerviUe Hall. te. <1“ w ocul diga nada á sír EnrimicT’ pa , abra ’> W at.son. No jelo que piense íuTlT a Í sabues ^ Dé! rndo , tal como Stapleton ha & ba ocu - creer. El hombre tendrá as/ M . quendo facemos las OJ *dalías por q Ue tendrá m,T J ° reS nervios para en que, si recuerdo bien í nañana - día ha comprometido á comer íof v de usted > 86 -V .yo también * aqueUa gente. di vaya sofo? Estese. ^iSf^T y dejar que ra, aunque hayamos Helado / íác,Im , ent e. Y aho- comer, me parece que Istí > d ® mas,ado tarde para que no tengamos ganas de cenar! mZÓn para XIII tendiendo las redes ''■r"á Sheriock^HotnTst 8 i^orn 6r <•! r, iporaba que los sucesos ¿> ,• ^l 0 IHr ^ día - que \ ' landres. Al-//, i, ' fe i un i explicamos al baronet todo aquello de nuestra aventura que nos pareció prudente poner en su co- nocimiento. Pero antes tuve que desempeñar la misión desagradable de comunicar la noticia de la muerte de Selden á Barrymore y á su mujer. Esto ha de haber sido para él un alivio enorme ; pero ella lloró amargamente, con el delantal en la cata, iara todo el mundo, Selden había sido el crimi- nal empedernido, medio animal y medio demonio ; pero para ella, Selden filé siempre la criatura vo- luntariosa de su niñez, el chiquiUo que eüa había conducido de la mano. Muy malo ha de ser, en lo Hoi bombre que no tenga siquiera uno que P 5 estado aburriéndome en la casa todo el día, desde que Watson salió esta mañana— dijo el baronet. Me parece que merezco alguna conflan - za, desde que he cumplido mi promesa. Si no hu- biera jurado no salir solo, hoy habría pasado un» velada muy entretenida, porque recibí un recado de. Stapleton pidiéndome que fuera ó verlo. —No tengo la menor duda de que habría pasa- do usted una velada muy entretenida — dijo Hol- mes secamente.— A propósito, ¿no sabe usted que liemos estado llorándolo en la creencia de que era usted el que se había quebrado Ja mica? Sir Enrique abrió grandes los o ¡oh. — ¿Cómo así? Aquel desgraciado estaba vestido con las ro- pas de usted. Temo que su sirviente, d que se las dio, tenga que ser molestado por la policía. —-No es probable. Me parece, que no estaba marcada ninguna de esas piezas. —Es una suerte para él... Mejor dicho, es una suerte para todos ustedes, puesto que todos us- — 208 ¿ir* .«E °,s “!■» ¿ ■¿ P ero qué {,<,,, xcremo acusadores SS4i6l h S zit^ mente cliffníi Si( ^° un asnnf^ j c Us ^ e d davía Jm , y implicado H« v “ • “femada. de Iu z 6 108 C,la]es r>eceJtamZT S punto « *>- ZotKv° ™”“ “ó%r°s ? o, ¡" m ' “■»» s v™‘s»» s ¿ sra»««3£ «is ^f r ( J ue es usted e J DP w ^dispuesto á decía »r- — ^sr.tLfffS ,< ^“HsiS r pSÍ3te/ **•■*»•*> per- *pf ZoT¿l K '"-p°tS $¿ ™SS X¿ - bihdades están por que nuestro problemíta que- dará resuelto muy pronto. No tengo duda... Holmes se interrumpió de pronto, y clavó los ojos en el vacío, encima de mi cabeza' La luz de la lampara daba en su rostro, y tan absorto estaba este y tan rígido, que podría haber sido el de una estatua clásica, de finísimo relieve, la personifica- cion de la vigilancia y de la expectativa. —¿ Qué hay ?— exclamamos los dos á un tiempo. ude ver, cuando mi amigo bajó la mirada, que se esforzaba por reprimir una emoción íntima. Sus mociones estaban serenas, pero sus ojos brillaban de jubilo. —Disculpen la admiración de un perito— dijo indicando con la mano la línea de retratos que cubrían el muro que tenía delante.— Watson no quiere admitir nunca que yo conozco un poco de arte, pero esto es simple celo de su parte, porque nuestras vistas sobre la materia son diferentes. Añora, bien: esta es, realmente, una serie muv hermosa de retratos. J . Me alegra oir decir á usted eso — dijo sir Kn- nque mirando con alguna sorpresa á mi' amigo. - lo no pretendo saber mucho sobre, estas cosas, y sena mejor juez de un caballo ó do un novillo, que de un cuadro. No sabía que tuviera usted tiempo para ocuparse de cuestiones de este género. — bé lo que es bueno cuando lo veo, y ahora lo estoy viendo. Aquél es un Kneller, altaría aquella dama de seda azul, allá arriba.. Y aquel bravo caballero de peluca, debe ser un Jleynolds. bupongo que todos son retratos de familia. — lodos. ¿Sabe usted los nombres? B,. ni} more ha estado instruyéndome especial. El Sabueso. —14 cióntjfcaSfbien: 7 qUe pued ° dat ' la ^ siSfa'SSfSar. StéSpsSit ¿ "i este caballero frente á mi Ani j , Ciopelo negro y encajes? '" ste de ter * derecho á fe es el perverso Hu^o e 40(308 «“estros males, ese los Baskerville No'p! ^ í e ff renó e l Sabueso de olvidamos de éí. PK>babIe llc 8^mo s á M lr é el retrato con interés y sorpresa Sr Parece un s s é Á° d F s ® más corpulenta y más brusca g Una P ersona el nombre y lafechT b 1647 au4 f ntlcidad > porque tela. ’ 1647 > estan al dorso de la I¡ CUad P ¥ ™J» USiSZ St” d “” sl f srií r s? 0 ° ‘ » o »p<»«^ >nu s .íd! 7 ur¿° Me llevó otra vez á l pen f ar0le p tos de mi amigo, do el camTno con 1 1 ^ d ° festines > alumbran- vantó ésta ó p i f a u ? / 0 su palmatoria, y le- gS» al luío “ *““* * *■«*«<*- .otoJ p t — 211 — ¿Ve. usted algo aquí? Contempló el ancho sombrero con plumas, los bucles en espiral, el blanco cuello do randa, y el rostro estirado, severo, encuadrado por todo eso. No era una fisonomía hosca, sino acicalada, rígida y áspera, con labios finos y apretados, y ojos fríos é intolerantes. — ¿Lo encuentra parecido á algún conocido su- yo ? — Tiene algo de sir Enrique por la mandíbula. — Un leve indicio, quizá. Pero espere un mo- mento. Se subió á una silla, y sosteniendo siempre la luz en la mano izquierda, arqueó el brazo derecho y lo asentó sobre el ancho sombrero y sobre los en- sortijados bucles. — j Santo Dios ! — exclamé asombrado. Era la cara de Staple-ton la que surgía de la tela. — i Ajá ! Ahora lo ha visto. Mis ojos están habi tuados á examinar caras y no sus adornos. La primera condición de un investigador es la de que pueda ver á través de un disfraz. — ¡ Pero esto es maravilloso! ¡ Podría sor el mis mo retrato de Stapleton ! — Si; es un interesante caso de atavismo, que parece ser tanto físico como moral. K 1 estudio de los retratos de familia, es suficiente pnm conver- tir á un hombre á la doctrina de. la roe ru -limación. El individuo es un Baskerville... esto os evidente. — Y con intenciones respecto á la sucesión. — Exactamente. Esta casualidad del retrato nos. ha suministrado uno de los eslnbou. s cuya falta era más notable. ¡Lo tenemos al hombre, Wat- son! j lo tenemos!... Y me atrevería á jurar que 4 la , " 0C| " > estari '««'oteando £rs S£*' S e/ e — s 4 — ° : en^unrí f,! p * mrse d «> “adío, Holmee prorrumpid por el camino de u£es “ ““ dijo y’ sZreZeyp 1 ? 7 Un 410 de «' al1 ta rea— me en su sitio, y ahora va á empezar el arrastro \ „ -° H “ “Z* t esosp * d ? 1» «Oteó las Sta. ¿jua estado ya en el páramo? eetowrp d“e" SÉ? S SrSS ¿s es*«4f*íb — Buen l ori® nnqUe - ¡Ah ' Ü( 1 UÍ , stól 213 do un plan de batalla con el jefe del estado ma- yor. — Esta es mi situación precisamente. Watson estaba pidiendo órdenes. — Entonces, yo hago otro tanto. — Muy bien. Usted se ha comprometido, según tengo entendido, á comer esta noche con nuestros amigos los Staploton. — Y espero que usted vendrá con nosotros. Son gente muy hospitalaria, y estoy seguro do que so alegrarán muchísimo de ver á usted. — Temo que Watson y yo tengamos que irnos hoy á Londres. — ¿A Londres? — Sí; me parece que hemos de ser más útiles allá en estas circunstancian. Al baronet se le alargó visiblemente la cara. — Creía que ustedes me iban á acompañar hasta el fin de este asunto. El Hall y el páramo no son sitios muy agradables cuando uno está solo. — Mi querido amigo, debe usted confiar en mí sin reserva, y hacer exactamente lo que le indi- que. Puede decir á sus amigos que, bubióntmos te- nido mucho gusto en ir con usted, pero que asun- tos urgentes han exigido nuestra presencia en Lon- dres. Sin embargo, esperamos estar de vuelta aquí muy pronto. ¿Se acordará usted de transmi- tirles, este mensaje? — Si usted insiste, en irse... — No hay otra alternativa, se lo aseguro. Vi en la frente nublada del baronet cI ostrecho Enmpen ; q Ue es mu ^ , , use al camino de usted tomar naturalmente ,^ ^ -Haré tal como usted dice á SU casa ’ ‘ u y 'en. Quisiera salir de aquí lo más pron- — 215 — to posible, después del desayuno, para poder lle- gar á Londres esta misma tarde. Me sorprendió mucho este programa, aunque re- cordaba que Molinos había dicho á S tupición, la noche anterior, que su visita terminaría, al día si- guiente. No había cruzado por mi monto, sin em- bargo, la idea do quo mi amigo podía llegar a ma- nifestar el deseo de que yo lo acompañara, ni al- canzaba á coltíprondor cómo podíamos estar los dos ausentes en un momento que él mismo había declarado ser crítico. IVro no había más quo hacer que obedecer sin reserva . di- modo que nos d(^ pe- dimos de nuestro apesadumbrado amigo, y un par de horas después estábamos en la estación de Coombe Tracey, donde despachamos el roche, que emprendió el viajo do regreso. Mu muchacho estaba esperándonos en el andón. — -A sus órdenes, señor dijo'á Tlolmes. — Toma este tren para Londres, Cartwright. En cuanto llegues dirige un telegrama á sir Enri- que Baskerville, con mi firma, diciéndolo que si sé encuentra mi cartera de apuntos, quo se me lia perdido en su casa, que me la envíe á Maker Street, por correo certificado. — Está bien, señor. — ilhora vé á preguntar en el telégrafo de la estación si hay algo para mí. El muchacho volvió con un telegrama que Mol- mes me pasó. Decía: «Becibí despacho. Voy allá »con auto de prisión sin firma. Llegaré cinco cua- renta. — Lestrade . » — Es la contestación del mío do osla mañana... Este hombre es el mejor de los profesionales, á mi juicio, y quizá lleguemos á necesitar tsu ayu- da. Ahora, Watson, creo que en lo mejor que po- — 216 — demos pensar, si queremos emplear bien el tiem w % h ‘7 u “ «sd HISPE ouT 1 ®; ®t n ^ a , Laura L y° ns estaba en su oficina v «brií I» ent-.-evis.ta SnTal rl *4sss* fegte&an; C.»: Q p “vS»«vSLÍe ,. No hay ninguna relación. extraorfÍMria, S< pOT cierto^^ero ^creo Aflora T* 1Pm ° S de Io S rai ' de J ar sen tada esta relación ’ á ^e? — 217 — sar de todo. Quiero ser completamente franco con usted, señora LyoUs. Considerarnos que este caso es, en resumen, un caso de asesinarte, en el que están complicados, no sólo su amigo, el señor Sta- pleton, sino también la esposa de ésto. La dama so puso de pie bruscamente. — I Su esposa 1- exclamó. — Sí ; la cosa no es ya un secreto. I ja persona que ha estado pasando por hermana de él es en realidad su esposa. La señora Lyons lmbín vuelto a sentarse. Sus. manos se aferraban á los brazos <* ciarme de mi marido M? i conse &uía chvor- de una ““«do, el infame, ha dicho una sola n* !k V 1103 ’ en «sumen, mé ¿por qué?. Yo o"! de verdad. ¿ Y por qué® Vero ahora veo qHthV® bien “*>. frumento en sus Vanos , pí * m f s , que urL ins- yo leal con él. si él nunca Vu V habría de ser qué habría de procurar Vivará ? ami 8 0? ¿Por cías de sus maldades 9 P r de Ias consecuen- qurera, q ue no hay nada T¿ l*™ U8ted lo ^ Una cosa le juro; y es au - q « V ga que °<*4tar. *a, no pensé de 1 escribí ,a «*- go“° “ “ MÍSno g» e» mTLfjor'HS" —El relato de^stoiT Ivc-mog^h ^' HoiInes - “7 penoso, y quizá será SsÍÉj Serle , á uste d tealgS; e eSdé hecho U Ei ed si J? ’^Smo 8 la carta ,o fuó la de que ustVobtendVla ^ 1“ 6 , pam ' : l " los para los gastos judicial & a a ^’ u ^ a de sir r¡u manda de divorcio J eK que exi 8"->< —Exactamente. J ^ que, aun cuando éJíT/i. — 219 — pobre, dispondría hasta del último penique para remover los obstáculos que nos separaban. El hombre parece ser de un carácter muy ín- tegro. Y luego, ¿no supo usted nada hasta que ieyo en el diario la noticia de la muerte de sir Carlos ? — Nada. ¿ Y le hizo jurar el el más absoluto secreto so- bre su cita con ol anciano? —Me lo hizo jurar. Mo dijo que la muerte de sir Carlos era muy misteriosa, y que se nonneelia- ria de mi seguramente, si salían A luz los hechos. Me asustó para que guardara silencio. —Justamente. Pero usted tenía sus sospechas... Ea dama titubeó y bajó los oios. —Yo lo conocía bien -dijo. Pero, si él Iml.ie ra sido leal conmigo, yo habría procedido siempre, íespecto á él, como lo hice entonces. —Creo que, en resumen, usted ha hecho una buena escapada— dijo Holmes.— Usted lo bu ta- ñido a el en su poder, y él lo sabía, y, sir go, usted está viva. Durante algunos meses ha estado usted andando muy coree del borde de un precipicio Bueno. Ahora no tenemos míe; que ha- cer que desearle á usted un buen rifa, señora ■byons y decirle que es probable que muy pron- to vuelva á tener noticias nuestras. “y#* 1 ®" 18 * «o redondea, y las dilioultades 'f n reduciéndose unas tras otras, delante, de nos- otros— elijo Holmes cuando estábamos de vuelta en la estación y esperábamos la llegada del expre- Lon , dre 9.- Pronto estaré en rendiciones de poder-condensar en un todo único y coherente uno dedos crímenes m¡$ singulares y sensacionales de estos tiempos. Los estudiosos de criminología han — 220 — de recordar los casos análogos de Grodno en la eD 1866, ,y ’ P ° r su P uesto > los crí- menes de. Anderson en la Carolina del Norte • pero nuestro caso presenta algunos rasgos que lé son enteramente propios. Hasta este momento, “o podemos formular una acusación cla- ramente determinada contra este hombre tan as- Í’ P a er ° mu , cho nie sorprendería el que esto no domtr an ' eglado h °y mismo, antes de irnos á El expreso de Londres entró rugiendo en la es- tación, y im hombrecito, especie de bulldon dé S U °cSn a Wam te ’ Salt ¿, de un 00(5116 de primera^ cla- en cZ n ° on él un a P r6 tón de manos, y vi en seguida, por la manera respetuosa como mira- do el h »” bre h *w» .pS- do bastante desde el tiempo en que, por nrimem vez, había trabajado junto con mi amigo. Recordé en aquel momento el desdén que las teorías del Se°“itíc!; ib '“ !m,vooado e ” to ” oe « « 01 kom- —¿Tenemos algo bueno?— preguntó. Holmes re ds 8° rdo desde hace años— dijo y doR horas por delante hasta el mo- mento en que tengamos que ponernos A pensar #1°- Me Parece que sería bueno que las em- pleáramos en tomar algún alimento”- después Lestrade, trataremos de quitarle á usted de. la ¡mr- ganta la niebla de Londres, haciéndole respirar por un momento el aire puro de la noche en el i n, bueno!... No creo, entonces, que llegue á olvidar usted nunca la primer visita que le haga! — 221 — XIV EL S AHUESO DE LOS BASKEHVILLK Uno de los defecto» do Sherloek Holmes, si realmente puede llamarse a esto un defecto, i ia el de que se mostrara siempre poco dispuesto a comunicar íntegramente su» planes A otra perso- na, hasta, el instante mismo de su realización. En parte, esto provenía sin duda de su naturaleza despótica, que se complacía en dominar y en ad- mirar á los que tenía A bu alrededor. En P* 11 * < también, de su cautela profesional, que lo incita- ba á no aventurarse nunca. Pero lo cierto es que esto resultaba muy penoso para los que actuaban como agentes ó ayudantes suyos. Mucluin veces ha- bía tenido yo que sufrir por esta causa, pero nunca he penado tanto como en el curso de. aquel largo viaje en medio de la obscuridad. El momento de la terrible prueba había llegado ya ; al lili íbamos á hacer el esfuerzo final ; y, sin embargo, Holmes no decía nada; y yo, apenas si me era dado hacer otra cosa que conjeturar cuál podría '-'rr el curso de sus operaciones. Mis nervios se eslíe mecieron anticipadamente cuando, por fin, el viento helado que nos azotaba el rostro, y los espacios negios, huecos, á cada lado del camino angosto, me reve- laron que estábamos ya en el páramo. Cada tion- co de los caballos, cada vuelta de las ruedas, iba v “ ai ‘ ‘ ”»«*« S^HfSlSS ^r^¿é¡E tt$ £T‘* * No Lcstade? —Mií ^ son ñó. dró tambiénln C boltilí° S pantaI °ne s puestos i -^GlfectElllpnfo 7V/r * “ « M. «mato, seB „ hS“",1“S™* r P 0 r^M CMeoto “ &£*? ■;■ ■• •'• ‘ * "' ''llnllin ,| ( . 223 — nuestra jornada. Tengo que pedirle que camine en puntillas y que cuchichee apenas. Nos metimos cautelosamente en el sendero co- mo si nos dirigiéramos á la casa ; pero Hoírm-s nos mandó liacer alto cuando estuvimos á unas doscientas yardas de ella. , bastante- -dijo. — Estas rocas, á la dere- cha, íorman una cortina admirable. ¿ V amos á esperar aquí? ,in~ifrÁ 61 sitl ° os cxt, cle.nle para mui embosca- fli 1 , e " "ffijero, I .estrado. Untad ha (S d ? ntl '° lle ÍI'a' á un sitio des- de el cual podía ver el interior da la pieza, á tra- vés del vidrio descubierto. rioüe v a cií a qu ® dos hombres en ella : sir En- rique y btapleton. Estaban sentados, de perfil á a ventana, uno á cada lado de la ¿Sdo! fumaban cigarros y tenían por dolante café y vino. S? I fe ha 5S a animadamc »‘®. I’cm el bar o - net paiecía pálido y preocupado. Tul vez el pen- — 224 — sarmentó de aquella caminata solitaria á través . ominoso paramo pesaba de una manera opre- siva en su espíritu. Estaba observándolos cuando vi que Stapleton se levantaba y salía de la pieza, en tanto que sir itnnque llenaba otra vez su vaso y se retrepaba en la silla, chupando el cigarro. Oí el chirrido de una puerta y el vivo crujir de la arena bajo las pisadas de alguien. Estas pisadas pasaron por junto á mí, á Jo lar- g° del camino que. corría del otro lado de la pa- red detrás de la cual estaba yo agazapado. Miran- do por encima de ella vi que el naturalista iba á detenerse delante de la puerta de una casuclm aislada en un ángulo de la huerta. Giró la llave en la cerradura de esta puerta, y, al entrar el naturalista, salió de allí un rumor curioso... como de retozos. Sólo estuvo adentro un minuto, ó co- sa asi. En seguida volví á oir el ruido de la llave, y el naturalista pasó por delante de mí y entró otra vez en la casa. Lo vi reunirse á su huésped Entonces me deslicé cautelosamente hasta el lu- gar donde estaban esperándome mis compafietfH y les contó lo que había visto. n7^ ¿I)ÍCe ustec ^ Watson, que la mujer n<> *g|á allí/ me preguntó ILolmes cuando hube Imiih nado mi relato. — No la he. visto. —¿Y dónde puede estar, entonces, ai I, luz en ninguna pieza excepto en la corma * —No me imagino dónde puede cafar He dicho ya que sobre la Gran flotaba aquella^ noche una niebla densa v blanca. Venía arrastrándose lentamente en dnvrnúu uosotros y formaba ya de aquel lado una, • ? m j m * c. i e do mura- — m lia baja, pero gruesa y bien definida. La luz de la luna caía sobre ella y le daba ol aspecto de un gran ventisquero reluciente, en cuya superficie descansaran las cimas de los picachos y de las colinas distantes. Holmes había vuelto la cara ha- cia ella, y gruñía impacientemente al observar su pausado movimiento. — Viene hacia nosotros, Watson. — ¿Importa algo eso? —Muchísimo. En realidad, esto sería la única cosa en el mundo que podría desbaratar mis pla- nes. Pero el baronet no ha de tardar mucho aho- ra. Ya son las diez. Nuestro buen éxito, y la mis- ma vida de él, pueden depender de que salga un- tes de que la niebla esté sobre el camino. La noche era clara y hermosa sobre nuestras cabezas. Las estrellas brillaban frías y radiantes, mientras la luna, en cuarto creciente, bañaba b> da la escena con una luz suave é incierta. Delante de nosotros se alzaba la masa obscura de la casa, con su techo crestado y sus ehi meneas erizadas, que se destacaban rígidamente sobre ol cielo sembrado de lentejuelas de plata. Anchas ba rras de luz dorada salían do lnn ventana** bajas, extendiéndose sobre la huerta y el páramo. Una de estas ventanas so cerró do pronto. Los sirvien- tes se. retiraban de la cocina. Sólo quedaba la luz del comedor, donde los dos hombres, el pér- fido dueño de casa y su desprevenido huésped, continuaban charlando y fumando sus cigarros. Minuto tras minuto, aquella frazada blanca, la- nuda, que cubría la mitad del páramo, iba acer- cándose á nosotros. Ya los primeros hacecillos la niebla empezaban á rizarse sobre el cuadrán- gulo de la ventana iluminada. La pared trasera { El Sabueso —15 226 — do la huerta se había hecho invisible, y los árbo- les surgían entre un remolino de vapor blanco. Veíamos los festones brumosos que venían resba- lándose sobre las paredes laterales de la casa y doblaban las dois esquinas arrollándose lentamente hasta formar un cúmulo dentro, sobre el cual flo- taban el piso alto y el techo como un bosque ex- traño en un mar fantástico. Tíolmes asentó ner- viosamente su mano sobre la roca que teníamos delante, ó impaciente, dió con el pie un golpe en el suelo. — Si no sale antes de un cuarto de hora, en- contrará el camino cubierto por la niebla. Dentro de treinta minutos no podremos vernos ni las ma- nos. — ¿No convendría que fuéramos á colocamos atrás, en terreno más alto? — Sí ; creo que sería mejor. Entonces, á medida que el banco de niebla se desbordaba hacia nosotros, nosotros fuimos retro cediendo delante de él hasta que estuvimos comí á media milla de la casa; pero aquel denso m&l v blanco, plateado por la luna en su borde guperiot 4 , seguía extendiéndose lenta é inexorablemoul. — Nos alejamos demasiado — dijo Holnso. debemos dar lugar á que el hombre sea nleaiusd.. antes de que llegue adonde estamos. Ten* m. n que quedarnos aquí á toda costa. Holmes se puso de rodillas y pegó «•! .•!•!•• d suelo. — ¡Gracias á Dios! Me paroco que lo oigo El rumor de unos pasos precipitad- » - -n » | •!«'» > \ silencio del páramo. Agazapándola mtn l,i pie- dras miramos ansiosamente el cerr<> movible, ri- beteado de plata, que teníamos delante. Los. pío 227 — sos iban haciéndose más fuertes ; y de pronto, abriéndose paso á través do ln niebla, como Si ésta fuera una cortina, apareció ni hombre que es- perábamos. Echó á su alrededor una mirada de sorpresa, al salir á la claridad do ln noche, estre- llada. Talego siguió andando rápidamente por el sendero, pasó por junio á donde estábanlos, y se alejó, cuesta arriba, por la dilatada pendiente. Al caminar miraba continuamente a un lado y a otio, como si se sintiera incómodo. — ¡Chis! exclamó Ilolmes, y oí el cric del gati- llo de su revólver. -¡Miren 1 ¡ nld viene ! Se oía un débil pero vivo \ continuo redoble de pisadas, en el mismo eora/.óii d<- aquel banco de niebla flotante. La nube estaba ya como a cin- cuenta yardas de nosotros. \ los Iré:; tenismos cla- vados los ojos en olla, sin saber qué horror iba a surgir de allí repentinamente. Me acerque mas a Holmes y le dirigí una. rápida mirada. Pistaba pá- lido, poro su expresión era triunfante y sus ojos chispeaban á la luz de la luna; y de pronto, vi que los desviaba bruscamente para ('lavarlos, rí- gidos, en un punto, y que. sus labios se entre- abrían asombrados. En este mismo instante, Ijor- trade dió un grito de terror, y He ochó de bruces al suelo. Yo me incorporé, asiendo con mano iner- te mi revólver, fulminado también por la espanto- sa aparición que había saltado á nuestros ojos de entre los misterios de la niebla. Era un perro, un perro enorme, negro como el carbón; pero un perro como no han visto nunca igual ojos mortales. Salía fuego de su boca entre- abierta ; sus ojos brillaban como ascuas; el ho- cico, los colmillos y la papada se lo delineaban con fulguraciones trémulas. Ni el cerebro más — 228 — desordenado habría concebido nunca en sus sue- ños delirantes un monstruo más salvaje, más in- fernal, más aterrador que aquel bulto negro, de cabeza llameante, que surgió repentinamente á .nuestros ojos. A grandes saltos avanzaba el enorme animal por el camino, siguiendo los pasos' de isir Enrique. De tal modo nos paralizó su aparición que, antes de que nos repusiéramos, el monstruo había pasado ya por delante de nuestro escondite. Entonces Holmes y yo hicimos fuego sobre él á un tiempo, y el animal lanzó un aullido horrible ; lo que nos demostró que uno de los proyectiles, por lo me- nos, lo había alcanzado. En vez de pararse, sin embargo, continuó su carrera. A lo lejos, sobre el sendero, vimos entonces á sir Enrique que se ha- bía dado vuelta y miraba hacia atrás, con los bra- zos alzados, la cara blanca á la luz de la luna, los ojos clavados ansiosamente en el monstruo que! lo perseguía. Pero el grito de dolor de éste había dispersado todos nuestros recelos á los cuatro vientos. Si monstruo era vulnerable, era también morí a! podíamos herirlo, podíamos también matfl Nunca he visto correr á un hombre como Holmes entonces. Me considero bástanlo de piéis,, pero él me dejó tan atrás como jado yo al pesquisante. Delante de n< mientras volábamos por el camino, oían tos que, unos tras otros, daba ¡ir Km. .,u junto con ellos, el sordo rugido de ht K nh. I !. gué a tiempo de ver el animal Huitín soler nu v íe tima, echarle al suelo y tirarlo nim d- id» liada m la garganta. Pero Holmes lo había descargado ya en el flanco los cinco tiros rei4anie>; d«* i¡u revúl ver. Y lanzando un aullido do agonía y tirando al aire un zarpazo inútil, el gigantesco animal cayó de espaldas, agitando furiosamente sus cuatro re- mos hasta que se ochó flojamente do costado. Me agaché, jadeando, y puso en su cabeza llamean- te, horrible, ol cañón do mi revólver; pero no tu- ve que soltar ol gatillo. El animal había muerto. Sir Enrique yaoía insensible donde había caí- do. Le arrancamos el cuello de la camisa, y liol- mes balbució una acción de gracias, cuando vi- mos que no tenía- señales de herida alguna, y que el auxilio había llegado ¡i tiempo. Los párpados de nuestro amigo se estremecieron ya c hizo un dé- bil esfuerzo para moverse. Postrado lo introdujo en la boca su frasco de aguardiente, y dos ojos espantados se clavaron en nosotros. — ¡Dios mío! — murmuró.- -¿Qué era eso'/ ¿Qué era eso, en nombre del cielo? — Sea lo que fuere, ya está muerto-— dijo Mol- mes. — Hemos volteado al fantasma de los Hns- kerville para toda la eternidad. Aun cuando sólo se hubiera tímido en mienta su tamaño y &u fuerza, era terrible >i animal que yacía á nuestros pies. No era un dogo puro, ni tampoco un mastín puro; pero parecía ser una combinación de ambos... flaco, salvaje, y tan grande como una leona joven. En aquel momento todavía, á pesar del aniquilamiento de. la muerte, sus enormes quijadas parecían estar gol cando una luz azulada, y sus ojillos hundidos y crueles te- nían un círculo luminoso. Puse la mano Bobre el hocico fulgurante, y al levantarla, mis dedos ar- dieron y brillaron en la obscuridad. — j Fósforo ! — exclamé. — Sí ; una ingeniosa preparación de ese simple — dijo Holmes, husmeando el animal.— Pero no hu- biera habido olor alguno capaz de perturbar su po- deroso olfato. Tenemos que pedir á usted mil per- dones, sir Enrique, por haberlo expuesto á este susto. Yo estaba preparado para, un perro de pre- sa, pero no para un animal como éste. Y la niebla no nos dió tiempo para recibirlo como debíamos. — Usted me ha salvado la vida. — Después de haberla puesto en peligro. ¿ Se siente con fuerzas para quedarse solo? — Dénme otro trago de aguardiente, y estaré*, dispuesto á cualquier cosa. Gracias. Ahora, si quie- ren ayudarme á levantarme... ¿Qué se proponen hacer? — Dejarlo á usted aquí. No está usted para rná» aventuras esta noche. Si quiere esperarnos, algu- no de nosotros vendrá más tarde á buscarlo y lo acompañará á su casa. El baronet intentó ponerse de pie, pero entuba todavía mortalmente pálido, y todo el cuerpo le temblaba. Lo ayudamos á aproximarse, á una o» ca, en la que se sentó, temblando siempre ; y m cubrió el rostro con las manos. — Vamos á dejarlo solo — le dijo Hohnou.MH | preciso que hagamos lo que falta todavía de nwm tra tarea, y los momentos ison precioso». U* * un sación ya está lista; lo único que nos bilí» i * es el hombre. — Hay mil probabilidades contra untt «b ipin lo encontremos en la casa — continué JMum do volvíamos rápidamente sobre muslo- - puf el camino. — Estos disparos deben haUib- le . h<» ver que se le ha descubierto el juego, — Estábamos algo lejos, y I haya amortiguado. — sai — "El ha venido siguiendo al sabueso, pala 11 - mes sacó de allí la lámpara, y no quedo un solo rincón de la casa por registrar. lVro no pudimos descubrir señal alguna del hombre. Kn el piso alto, B.in embargo, uno do los dormitorio» (‘ataba ce- rrado. . — ¡Aquí adentro liay alguien 1 grito hostmüe. — ¡ Oigo un ruido 1 ¡ Abran la puerta ! Se. oyó dentro de la pieza un gruñido y un roce muy débil. Holmes asestó con la planta del pie un golpe contra el tablero, justamente arriba de la cerradura, y la puerta se abrió. Ib-volver en mano, lo^ tres nos precipitamos dentm de. La pieza- , ... Pero allí tampoco había Señalen del Imrible y provocador bandido que buscábalo» l uí cambio, nos encontramos con un espectáculo tan extraño y tan inesperado, que por un momento nos que- damos mirándolo estupefactos. La pieza había sido arreglada para un museo en pequeño, y las paredes estaban cubiertas de una multitud de cajas con tapas de cristal, destinadas á guardar aquella colección de mariposas cuya for- mación había sido el pasatiempo favorito de este hombre tan complejo y peligroso. Kn el centro del aposento había una viga perpendicular, coloca- da allí en alguna ocasión para que Hirviera de pun- al viejo y carcomido tirante de madera qué ía de un extremo al otro el techo. A esta tal tenía estaba atada una persona, tan envuelta por las cuerdas y las toadas, con que. la habían aso - gura do, que en el primer momento nonos fuá po- sible discernir si se trataba de un hombre ó de upa mujer. Una toalla le ceñía la garganta, y estaba anudada por detrás, sobre la viga. Otra íe cubría la parte inferior del rostro; y, por arriba de ella, un par de ojos negros, llenos de dolor y de ver- güenza, y de ansiosas interrogaciones también, se clavaban en nosotros. En un instante, arrancamos la mordaza y desatamos las ligaduras 2 y la Beño ni Stapleton se desplomó á nuestros pies. La hermosa cabeza se le cayó sobre el pecho, y pude ver en su nuca la clara roncha rojiza de un latigazo. —¡Qué bruto! — exclamó Holmes. — ¡ Aquí, Limo trade! ¡su frasco de aguardiente! Pónganla mi una- silla. Se ha desmayado de dolor y de extenúa cion. La señora volvió á abrir los ojos. — ¿ Se ha salvado él f— preguntó.— ; Se lia emm pado ? No se nos puede escapar, (señora. —No, no; no me refiero á mi marido. Si» Ihm que ¿ se ha salvado ? —Sí. — ¿Y el sabueso? — Está muerto. . La señora Stapleton dió un largo imiili». • |< vio. —¡Dios sea loado! ¡Dios sea loado ! ,n!, ( míame ! ¡ Vean cómo me ha pílenlo I Se anemangó la blusa, y viiuoi uhi ) t < > i i « • i* ijm tenía los brazos completamente llenos de carde- nales. — Pero esto no es nada... nada dijo . — \ El pen- samiento y el alma es lo que me lm torturado y corrompido! Estaba dispuesta ¡i sufrirlo todo... el mal trato, la soledad, una vida de oto ruó desenga- ño... todo, todo, con tal «pie pudiera marino A la esperanza do que. me amaba ; pero ahora ya sé que en esto también me ha engañado . . ya sé que no he sido para él más que un instrumento. Y la infeliz estalló en vehementes sollozos. — Usted no debe guardar nina eniisideracioneB á su esposo — le dijo I lobuna. Idganon, pues, dón- de, podemos encontrarlo. Si usted lo lm ayudado á él alguna vez en sus maldades, ayúdenos ahora A nosotros, y habrá expiado así su milpa. — Sólo puede haber huido A un sitio dijo ella; — á una mina de estaño abandonada, en un islote que está en el centro de la Ciénaga. Allá mu don- de escondía su perro, y allá también lmbía lincho sus preparativos para poder contar non un refu- gio. Allá es, donde debe estar ahora. El banco de niebla cubría nonio una cortina de lana blanca la ventana, Huimos acerró á ésta la lámpara. - — Vean — dijo. — Nadie podría eneonlrnr el ca- mino á la Gran Ciénaga esta noche. La señora Stapleton se echó á reír bruscamen- te, batiendo palmas. Sus ojos y raía dimites brilla- ban de alegría, de júbilo feroz. — El podrá encontrar el camino que lo lleve al fondo de la Ciénaga, pero no por encima de ella — exclamó. — ¿Cómo va á poder ver mi una noche así las varillas del sendero? Las plantamos juntos, los dos, para marcar el camino á través de la Cié- 234 naga. ¡ Oh ! ¡ Si hubiera podido ir á arrancarlas hoy ! ¡ Entonces sí que estaría ahora á merced de ustedes ! Nos pareció evidente que toda persecución era imposible mientras la niebla no se levantara. Por consiguiente dejamos á Lestrade en posesión de la casa, y Holmes y yo, volvimos con el baronet á Baskerville Hall. Ya no había por qué ocultar á nuestro amigo la historia de los Stapleton, y el hombre soportó valientemente el golpe cuando su- po la verdad respecto de la mujer que amaba. Pero la emoción de. las aventuras de la noche ha- bían desconcertado sus nervios; y, antes de que llegara el nuevo día, yacía delirante, con una lie- bre altísima, al cuidado del doctor Mortimer. Uno y otro estaban destinados á dar juntos la vuelta al mundo, antes de que sir Enrique volviera á sm* el hombre sano y animoso que había venido á ’1 1 1 glaterra á hacerse cargo de la ominosa herencia. Y ahora paso rápidamente á la conclusión esta singular historia, en la que he tratado -I. l,, cer partícipe al lector, de aquellos sombríos !. ,u..n a y de aquellas vagas sospechas que j3or tanto firmp«i nublaron nuestras vidas, y que terminaron ¿i um manera tan trágica. En la mañana siguiente á la noche de h muer- te del sabueso, la niebla se había levantad**, >, guiados por la señora Stapleton, fttin i« al ¡alio donde el naturalista había encontrad** >m puno u través del pantanal. Pudimos nirdn hn-n 1 * >< 1« » « I horror de la vida que esta pobre mujer halda II* — 285 - vado, al ver la ansiedad y el júbilo .con que nos puso en la pista de su marido, ha dejarnos en una estrecha península do tierra firmo y 'tobera que iba á terminar en punta en el inmenso y prolun o 10 Desde el extremo do esta península, una peque- ña vara plantada aquí y allá hacía ver por dónde iba serpenteando «‘1 sendero, de mata en mata, en- tre el juncal, en medio de aquellos cubiertos de verde espuma y de aquellos tembladales in- mundos- que cerraban ol paso al extraño. Gañas vigorosas y plantas aeuátiean obscuras y viscosas enviaban nuestro olfato un <>.oi a. po- dredumbre y un pesado vapor nnasnmtieo, mien- tras que un paso en falso nos sumergía mas do una vez hasta el muslo en el fangal sombrío, tem- bloroso, que se agitaba á nuestros pies con suaves ondulaciones, en un círculo de muchas yardas, ha Gran Ciénaga se asía con tenaces garras a nues- tros talones á medida que andábamos , y, 1 can* nos hundíamos en ella, era corno si alguna mano perversa fuera atrayéndonos hacia aquellas ama s tras profundidades... tan firme y tan resueltamen- te nos retenía. Sólo una vez vimos señales de que alguien había pasado por aquel camino peligroso antes que nosotros. Entre una mata de hierba ca- na que surgía sobre el lodo, se destacaba un pe- queño bulto negro. Holmes se hundió hasta la cintura al desviarse del sendero, para peder reco- ger aquel objeto, y, & no haber estado allí nosotros para sacarlo á la rastra, nunca habría vuelto a poner los pies en tierra firme, hevantó un viejo botín negro en el aire. «Meyers, Toronto, Cana- dá», se leía impreso sobre el cuero en la parte in- terior. * - p ^ len V n * 3año de fango — dijo Holmes ks el botín perdido del baronet 1 Arrojado aquí por Stapleton en su fuga —Exactamente. El hombro ir, , ot , s , ?e S tÍ£' bi T ¿ SfóT&'SSLS 2 í¡ ”*», podía,,™ ;■" mente imposible descubS pi s “dS ent at 1 ' ."I ffi d róJ§^ e ^ I< ^ U 5 l ^¿ e r 8nteban s ® (,l '« p ” sim » 4 »“*« - nuestros'oios 11 ^ h f-® Ua Se P resen tó entoiaum í. hombre tan perverso P * ¿ Pam B " " ''' 1 sffiSSr* » rumas desmorona „|.i* ,, ., |( | H los mineros, barridos de allí, sin duda alguna, por las fétidas emanaciones del pantano que los cerca- ba por todas partes. En una d<- estas casuchas, un grapón de hierro con un cadena y una cantidad de huesos roídos revelaban el sitio donde el sabueso había estado encerrado. Un esqueleto con un me- chón de pelo gris adherido á él, yacía entro aque- llos restos. — ¡ U)n perro 1 — exclamó 1 tolmos, j Por Júpiter, que es un podenco! El pobre Mortimer no volve- rá á ver más á su regalón. Perfectamente ; no mo parece que este lugar contenga ucc.ivtos que ya no hayamos sondeado. El hombre podía ocultar á su sabueso, pero no podía silenciar su voy,, y de aquí salían aquellos gritos que ni aun de día era agrn dable oir. En caso necesario podía encerrarlo en la casucha de la huerta de su casa ; pero oslo re presentaba siempre un riesgo, y sólo al llegm* el día supremo, aquél que él consideraba corno el término de todos sus esfuerzos, era cuando He atro vía á llevarlo allá. Esta pasta, aquí, en esta caja, es sin duda alguna el compuesto luminoso con que untaba al animal. La idea le fue sugerida, por supuesto, por la historia del sabueso diabólico de los Baskerville, y por su propósito de imitar por medio del terror al anciano y débil mí r Carlos. No me maravillo ahora de que el infortunado Rolden haya corrido y gritado aquella noche, como hizo también el baronet , cuando vió entre las tinieblas del páramo que un monstruo semejante seguía á saltos sus pasos. Este ha isido un ardid muy há- bil ; por cuanto, aparte de la probabilidad de cau- sar por medio de él la muerte misteriosa de la víctima, ¿qué campesino se habría aventurado á examinar de cerca á semejante fantasma cuando, — 238 — Smifí ? S A- Íe mUC Í 1 T’ Ue S ara á v erlo en el y so lo'rpnifo d h° a USted en Londres > Wateon, y so Jo repito ahora: nunca, hasta hov hemos oue el m f ar CaZa í a , un hombre más peligroso Sülturalv w, Vemd ° f te , D ? r a( l uí tan triste se- ? 7 -¡ y Holmes extendió su largo brazo se /saípLdaTJ 1 ^ ext0nsión í^páda de cieno perderse 1 ) d verde, que se desarrollaba hasta ^ k as rojizas lomas del páramo. XV UNA OJEADA RETROSPECTIVA Era una noche cruda y brumosa, de los último,* H ?‘r» j *>«• Mit,:;:: enwcios, junto a la estufa llameante, en la sala WsTiV d ‘ ? partame nto de la calle Baker. I V, ' vonshfm «F? de sestea visita á I»,, onshire, Sherlock Holmes había tenido cinc ( miiu parse de dos asuntos de la mayor imporUn.il» en el primero había puesto en evidenSa 2i conducta del coronel Upwood en eJ fainus,, . cándalo entre jugadores del club Nonpnrplí . V W 1 el segundo había defendido á la inft.. noia de Montpensier de la acusnciún ,|, . que pesaba sobre ella con motivo de la ,1, ¡,‘ lU de su hijastra, la señorita. Caten. !ZÍZ recoi dará, apareció seis iupsch dm.im,-., viva v I casada, en Nueva York. Mi ami¿T!S» d, !,,' — 239 — mor excelente con motivo del triunfo que había obtenido en toda una serie de difíciles ó impor- tantes asuntos, y por esto pudo inducirlo á que ex- plicara los detalles del caso do liíiskerville. Desde hacía tiempo estaba esperando yo pacientemente aquella ocasión , porque sabía muy bien que. Hol- mes no permitía minea que se mezclaran los casos unos con otros , ni estaba dispuesto en nin- guna ocasión á distraer su mente precisa y lógica de la obra que estuviera considerando, para con- centrarla en recuerdos del pasado. Ahora bien: sir Enrique y el doctor Mortime.r sr hallaban on- tonces en Londres, en víupi'ios d< emprender el largo viaje que le había sido recomendado al pri- mero para el restablecimiento completo de sus nervios alterados, y habían venido á visitarnos aquella misma tarde ; de modo que era natural que el tema del caso de Baskervillc se ofreciese, espon- táneamente en la conversación. —Todo el hilo do los bucgbor en osle asunto — • dijo Holmes, — desdo el punto de vista del hom- bre que se llamaba Stap letón, era sencillo ,y rec- to; aunque, para nosotros, que al principio no te- níamos por qué saber el motivo de sus acciones, y no podíamos conocer sino una parto de las cosas, aquellos hechos hayan parecido execsivainonte complejos. Después de terminado el asunto tuve dos entrevistas con la señora Btapleton, y el caso se ha aclarado de tal manera que no creo que haya quedado ya un solo detalle seríelo para nos- otros. Usted encontrará unas cuantos notas al respecto en la letra B de mi lista catalogada de casos. — Pero tal vez quiera usted tener la bondad de — 240 — ríe de hechos™ 6 ™ 0 ' ' a Un bos< 3 u ®J<> de toda l ft m , que foT Sme^eZdos Jf DO P ,,edo g4¡Lir centración mental intensa ¿ momona - La con. so; el d © borrar todo lo oue ha" 6 U j efecto curio- que en un momento dado í paBada Bl bogado Punta de los dedosy S P n 6 ? u . ca usa. en cutirla con cualquier zurito ^^diciones dé dis- semanas de andar pork» twn & c , ab ' 6 de un a ó dos e. ella por completo. Lo mismo ° S S ° baolvida do cada asunto nuevo viene á oÓn^ T, pasa á mi : Wr, y Ja señorita Sarére X del aado mis recuerdos de Ba’X nT 1 ?? 10 - ba bo- na, algún otro problemita oÍ n le HaIL Mafia- f me > desalojará á su t ín'o ® . 6 ? ará á confiár- francesa y a J canalla üZoZ* o- bem ? osa dama < 2 Ue se refiez^e al ca^n i n i ^ ln em bargo, por «' M» de los suceso* toís*;??""' 8 - dfi pueda, y usted puedp vn ^ Rimadamente como olvidar en mi r e ff 1GCOTda ™o lo que UeguTá »blecido, a fuem'de'loda dída™™ 8 ht i n dejad<> esta ' »m.ha no mentía, y que e] ^. q V? eI retrato de fe. »un BaskerviUe. Era hiiv! ’? dlvldu o era realmente >Jervill e , hermano me^deXT 1 , E ° geJio Ba - »de n Una , re P u tación siniestra Z^Za 08 ’ ■ q ' le hu .V' 5 »de según se decía, había mf, S ? d perica, d„„ »Pero lo cierto es oue !« [ , , rto s °ltero. »temdo un hijo- el m r S - 6 i babla casado, v hald» ^verdadero erfei ¿Xo de" 0 ** <»>.V» n »duo se casó con Lu^Oaí,' 8 " pad J’' indi vi- »mqueña ; y, desmifa ¿ aiG1 *> una costa :r tidad d ® diner o S púwi™s cnX; x)n8iderab, ° » P0r eJ da Vande]eur, P vino7ir e l«t bl0 nomb, * e a Inglaterra, huido, y 241 — »Yorksliii( i , , " r ‘« lrtn oriental de ' nzon tuv.» para tentar esta ftffií t, r il ”T'"' f '"' ,mta: dorante. , , . 1 ^ iii lic( lio relucí ñu con un nrecenfor l S»IV" ™ '"«'“k 1 ™. »en { ■ lundundo una empresa >>cn la que. esto fuera el todo. Pero l'Vaser e] nre ce P tor, murió, y la ..«ruel, | m |,/ a empezado >>bien, iuu bajando rápidamenle .leude <4 despees >>Xn?enti^lr ia ' ' '• " eomt :ar< ■' >>suf s s pleton ’ y sfiSwrjftB í así s »Museo Británii , Hup< "" el •." ran '"“ | " '! SffS ,.£me„‘d”oS“ rk h a£r =V?oS a lr£t: :»s» - »imi¡rlMTilo»“L“taTa".^l líí ¡i!. *•* El Sabueso.— 16 242 »trumento y á correr cualquier riesgo. Su primor »acto fué establecerse tan cerca de Baskervillfi »Hall como le fué posible; y el segundo, entablar »relaciones con sir Carlos Baskerville y con sus »demás vecinos. »E1 mismo sir Carlos fué el que le contó lo del »sabueso legendario, preparando así el camino do »su propia muerte. Stapleton,' como seguiré 11a- nmándolo, sabía que el anciano padecía del cora- »zón, y que una fuerte impresión lo mataría. Lo »sabía por el doctor Mortimer. Había oído decir, » también, que sir Carlos era supersticioso y que »había tomado muy por lo serio la horrenda tradi- »ción. Su ingenio le sugirió inmediatamente un »medio de provocar la muerte de sir Carlos, por »el cual sería muy difícil que pudiera sospecharse »que esta muerte había sido criminal. »Una vez concebida la idea, procedió á llevarla »á cabo con extremada sutileza. Un maquinador »vulgar se habría contentado con valerse de un »sabueso salvaje; pero el empleo de medios artifi- ciales para hacer satánico al animal fué un ras- »go genial de su parte. Compró el perro en Lon- »dres, en casa de Boss & Mangles, en Fulham »Boad. Era el más vigoroso y feroz de los que allí »había en aquel momento. Se lo llevó oonisigo por »la línea de Devon Norte, y recorrió á pie una »gran distancia á través del páramo á fin de coi id u- »cirlo á lugar seguro sin que lo viesen. En sus cacerías de insectos había aprendido ya á inter- inarse en la Gran Ciénaga de Grimpen, y en ella ihabía encontrado un escondrijo seguro para el »animal. Lo metió allí y se puso á esperar la oca- »sión de aprovecharlo. »Pero ésta tardó algo en llegar. No era posible — 243 — »sacar de noche de su cusa al anciano caballero. » Varias veces el individuo anduvo rondando el »Hall con su aliado, poro sin resultado. Durante estas rondas infructuosas fué cuando algún cam- »pesino vió al perro, con lo que la leyenda dol sa- »bueso infernal recibió una tuinvu coniirrnación. » Stapleton había esperado que su mujer le Herviría »para atraer á sir (darlon á su ruina . p< it>, cuando »llegÓ el momenh >, (día se dci I |M , r:i(l;i »mente, indep('iidienl <• ¡ negó de lu numera mus »resuelta á tratar de enrcdai id anciano en una »pasión sentimental que pudieiu ponerlo mi manos »de su enemigo. No buho amena/, as ni golpes, »siento decirlo, «pie lograran qu» bnn mi resolu- ción. No «pieria tener nada (pie ver uheolutameu- »te en el asunto, y, por un tiempo, el individuo estuvo sin saber qué hacer. »La solución (lo sur dificultades llego, al fin, »con la circunstancia do >bíáf cobrado afición > resolvió hacerlo ministro de »su caridad cerca de ¡upadla inh de/, mujer, la ue- »ñora Laura Lyons. Stapleton se bahía pn senta- »do á ésta como soltero, y luthía adquirido com- pleta influencia sobre ella al darle ú entender »que, en caso de que cousigu’au'a divorciarse de su »marklo, él sería su esposo. Sus planes llegaron »de pronto á bu punto de madure/ ruando supo »que sir Carlos estaba por dejar el Hall por con- »sejo del doctor Mortimer, con cuyas vistas él, » Stapleton, pretendía estar de acuerdo. Tenía que »obrar en seguida ó su víctima iría ¡i colocara© »fuera de su alcance. Por consiguiente, hizo pre- nsión sobre la señora Lyons para que esta escri- »biera aquella carta en la que suplicaba al anciano »que le concediera una entrevista la noche antes — 244 »de su partida á Londres. Después, valiéndome de »un argumento especioso, impidió que la señora »Lyons fuera á la cita, y de esta manera tuvo lu »oportunidad que había estado esperando. »Volvió aquella noche de Coombe Tracey coq »tiempo suficiente, para ir á buscar á su sabueso, para administrarle su unto diabólico, y para lie »varlo junto al portillo donde sir Carlos habría nunca, y la naturaleza grotesca, incon- cebible, de. la estratagema habla servido para »hacerla más < lien/, todavía. Lar. dos mujeres com- »plicadas en < • I caro, ln He ñora Stnplclon y la se- »ñora Laura I/yons. sintieron las nías vivas sos- pechas contra Ll-nplcton. La cñora de éste sa- »bía que su marido tenía intencionen pervorsas »respecto al anciano, y munida también la eXlBton- »cia del sabueso. La i > Lynim no sabia nin- »guna de estas cosas, poro le habla extrañado el »hecho de que la muerte del imeiuno hubiera ocu »rrido exactamente á la hora \ rn « I ii fio indicados »en una cita que t ié>l< > rom ir < 'n ib >s \ »Stapleton. Loro las dos mujeres ealaban siempre »bajo el dominio moral de Htiipleton, } ésto no »tenía nada <|Ue temer de elhe* Había realizado, »pues, con el mejor éxito, la primera parte de su »tarea ; pero faltaba la más difícil. »Eh probal) le que Sluplelon no haya, conocido »en aquellas circunstancias la e\ial encia de un »heredero en el Canadá. Kn Indo euro, muy pron- »to habrá llegado á saberlo porque mu amigo el »doctor Mortimer, le conté) tod< o loa detalles rela- »tivos. á la próxima- llegada de air !•’ 1 1 ri« | u< * Iiasker »ville. La primera idea de Kfapleton entonces fué »que el joven forastero podía ser muerto tal vez »en Londres, sin que bajara para nada a Hevons- »hire. Como desconfiaba de su mujer, desdi* el día »que ésta se había negado á ayudarlo tendiendo un »lazo á sir Carlos, no se atrevió ii dejarla sola, de »miedo de perder la influencia que tenía sobre ella. »Por esta razón la llevó con él á Londres. Se alg- »jó en el hotel particular de Moxborogh, en la calle »tas qué v¿itTelTml\"í° de Io , s MWMntm. ! » «c¡ón Waterf" */*““■ / ¡Mi áT¿ «land, cuando e ] doctor itf 1 i-° íe hlorthumber- »baronet.L aseñoro Morfamer llevó allí i »de su marid^p^rQ^p S ?® c ! la ^ a a %° d^Iog *£* «provocado por sus ial^tk^ 1 miedo < un miedo * a -escribir para ttíf 8 . tf» no se atJfó »e]Ja consideraba que do ^ a .W° aI hombre que »de b St q Tv S ' la feta llLzbM m P eli É r o. Pen- >>de Stapleton, su misma & Ca f en manos h 11 > como sabemos ro .í 10, ciaría segura «recortar % palabSs ’ ^ CUmó al expediente £ »s3je, y escribió 3a dire^M^ 00 ^ 11 el men- >>La carta llegó á si, !w Ó des %urando la letrs -PWmer I. » “j >>Era una cuestión • , 0 arnena zaba. >>c°nseg ui r alguna prenda delira?^ ‘ Sta P let J el Sis * ssif «ri — 247 »renoia rmmd <> 1 1 Nl * aquella iridiíe- **•* 7 »proln ai non tn IMn , V( .,> unl . 1 nnto mas »que parece, a roninlir.,',' V ,,,ll,n ' ll ^ > ; .V el punto »L 1, si eí íLímte ís 'JT; 0,1 re a.-li- »científicament(> mmi,.'|„ l |,', " n, " nlr estudiado y «de dilucidarlo. 1 ""h> que quizá ha «Después, á I» mai'mim ,:¡ ril ¡,. n >,, ... . «visita de nuestros ’ 'hunos la «Stapleton en el oab. < dnsidrrím'i !’| ' " " ' í’ 10 P<> r «cía de que éste sabtn , 1 |,|IVm intnn- •conocí. ml 5 “ ’ *<•„.. ., «sus procedimientos en »que la carrera crimino/' i J ’ , mr,,n(> n «roer >-io listad» áiXpí ZSTirr fe ~ •«.gerente el heebo de í? Í1 , 11 “ "™" '"■ «timos años se havan m-orinr.; i n . ** tp( ' s "I- «robos de gran inLrL«! ° ° n ” cuatro «fueron descubiertos! ^ rT Sítimo '"l '""T* "T* »que ocurrió en mavo en l' í mbos > «hizo notable por ol ñ • /’ i '' , ‘ (!,,,,rt i R c «muchacho que sornren I i ' í‘ “ n"" 1 '''" Mn ,,el «enmascarado. No ‘ " : único y «Stapleton reponía de. esln 'ti.'í'i' "1" ' l " ,ln d ? 9 U » «recursos, y que dunml i ' llennn de sus «terrible y peligroso M '" l "" l,> "" hombre ¡*¡2mS í£ff MÜW de ex. «con el mayor éxito w >House había un criado, cuyo nombre era Antonio. »Las relaciones de este hombre con los Stapleton »se remontan á varios años atrás, hasta la época »cle la escuela, de donde resulta que- él tiene que » haber sabido, necesariamente, que su señor y » señóla eran realmente marido y mujer. Este » hombre ha desaparecido, ha huido deí país. Es »sigmficativo también el detalle de que Antonio »no es un nombre común en Inglaterra, pero muy »general, en. cambio, en todos los países españoles »° i 1 i sp an oan i eri c anos . Este hombre, como la mis- »rna señora Stapleton, hablaba bien el'inglés, aun- »que con un ceceo particular. Ahora bien: yo lie » visto cruzar á este viejo la Gran Ciénaga por .1 » sendero que Stapleton había señalado. Es muy »probable, por lo tanto, que en ausencia de su amo »haya sido él el que cuidaba al perro; aunque pro- bablemente no debe haber sabido nunca qué ola- »se de servicios prestaba el animal. >>Los Stapleton se fueron, pues, á De.vonshire, » adonde los seguimos pronto sir Enrique, usted y »yo. 1 na palabra ahora respecto á las condiciones . — 240 — »en que me encontraba yo cu aquel momento. »Quizá recuerde usted que, cuando examinó la »hoja en que habían sido pegadas las palabras ^impresas, traté de ver si tenía filigrana. Para ha- »cer esto puso el papel muy rorea de los ojos, y »entonces noté que trascendía débilmente al per- »fume conocido por jazmín blanro. Hay setenta »y cinco perfumes que es absolutarnetitM necesario »que un perito en criminología pueda distinguir »entre sí, y en mi carrera se lian presentado más »de una vez casos cuya solución d< p< •u.lía del pron »to reconocimiento do un perfuna' Aquella caque »la perfumada sugería la idea de una señora, y »entonces ya empozaba á dediear yo mis ponsa- »mi entos á la señora Staplelon, I )< modo que, »cuando fuimos á Devonshirc, \«> rulaba conven »cido de la existencia do un peno do prosa, y ha- »bía adivinado también al criminal. »E1 propósito que me llevó allí fue el de vigilar »a Stapleton. Kra evidente .pie no me habría sido »posible hacer esto yendo con ustedes, pía a él no » hub.iera puesto en seguida en guardia. »Le modo que engañé á todos, á usted entre »otros, y me trasladé allá seerrluiuente. Mis pe- »nurias no fueron tan grandes como usted se ima- ginaba; pero éste cn, por otra parte, un detalle »trivial que no debo dificultar minen la investiga- »ción de un caso. Estuve la. mayor parte del tiem- »po en Coombe Tracey, y sólo hie servía de la ca- »baña cuando era necesario estar cerca del campo »de acción. Cartwright había ido conmigo, y con »su disfraz de campesino me fue muy útil, Esta- cha* subordinado á él en cuanto á comida y á ropa »limpia. Muchas veces yo lo vigilaba á Stapleton »y Cartwright lo vigilaba á usted ; de modo que yo 250 — » tiempo. ° t! " «»<* 'on IiíIoh 4 i|| >>tualmentfá 1 m/poder p U U e“¿ n " ea P"*l* »aquí, en Londres J es ®*í cuanto s,> nni.íu» >>un segundo á C¿ombe TmcVy^pVt' di »Staple.ton^ 1 en jwte ver^^^n 0 d ® »*>««•"« «establecer la identidad deél A "’ iln »supe, al fin, exactamente de fA T'" 1 ' ■' »E1 asunto se había. con-mV u ° ? ue Sf! «considerable, por G 1 ¡^ i ^Í a< ? 0 , de """ *m/ 1» wSiS, ¿tí 1 ! ff”' 1 :: 1 "" «re. Esto también lo aclaré usté!/ ° S «aunque yo había llegado va L ** P °’’ «filón, gracias á mis nroniJa A* mis . mfl w>, "dn en el páramo, yo i »to; pero el caso no podía ir tod W ^ A »rado. La mismq fn^í i- 11 .°^ av ^ a ante un ¡u «contra sir Ern4ue aurt Pnm, í ra de Sta Ploh,n «del desdichado pre 8 ’idiaHo T lnÓ CO ? Ia »co mucho en nueisfrr/ , ?°. nos a J lIC W tíiniim «prueba de £ d ® ohi »™ ••••* «haber más recurso aue pwIÍ hombre ' 1 *Wf fl „„ «manos en ] a masa, y p ara estow^f’ 10 ' «cer servir de señneU P u . teníam ° K M" 1 ' lm «««Monte dÜZpZX •' “I"" «costa de un rudo |>lpe para LL "‘’T’* ' V ' '' l «gramos completar nuesfíl ñ i' 0 r| l"»tn, lo- 251 — «asp'ecto * Inrríldc °y AlT '!" ,|lvo P ai ' a prever el «mal, ni ‘ A ' l "" ^ ol aili ' «hizo que éste apamoiowi A ¡"T ’ 0 niebla amor «Por hermana huvh P asa >' «con que el dominio', iL |,Ó " , ".‘° n, ' ró «era ilimitado, candó ,,„L. „ i ""n"" ljer no »xihar directo pam d ( ! nim . ‘ , ' ,M n,líl un au ' «resuelta á poner sobre aviso í . 08taba «pre que con ello no comnro i T"* 110 ’ 81em * »y repetidas veces procuró 1 . “ f" ’ narido; «paz de seS £li íír p,,, ' 7 ’ d )0e 8Ído ca ' »ronet le hacía la corte fV V,w í,lle el ba- «era una parte, de su nlan " ''mnque esto «tervenir entre ambos • v «!. . ■ 'i'"-? (0Jar , cle in- ‘ ' ^ 81 explosión apasionada — 252 — »rMe^ado wfiUah^ri ñera qUe S " te * ' 1 1 " > i . ho Labí^S í ^bateuna manera tan liábil. £j cfones^wf f ' and ° Ia mtimidad d ° r»3 «bÍM 00 ^ tí frecuentes v¡sii,,n ,|„ , r Jinric l ue a Mernpit House lo mío i.., i »ba. üi día de la crisis, sin embargo su .mnfe- 1 PUSO resne tamente contra él. Conocía <■„ qUe 86 había Producid I, Xabía sil llf 6 y Sabía >muier qué t.nn X’ im P ensada mentc d m. , qu ® ter ‘ ía , un a rival en el amor de él |.; n »un instante, la fidelidad de la esposa 7 e t ' ÍS. 25 í i? ' to¡b , le - í 01 hc »” b '= ana* afr, ’“ íio ae q »la muerte del baronet d la medición * 2 »sobre la familia de los Baskorvillo lograría ind . >>cir d su mujer d aceptar un hecho £g3ffid v »a guardar secreto sobre lo que sabía fe >>rece que en esto hizo un cálculo errado , »S“ifiX 1 f 0 f^Í UbÍéraiíwá estado allí nóÍ>lr!,, > su ruma se habría consumado, á pesar »este caso canoso. No creo, sin r.ubnrgo, tbt — m - » dejado por explicar ningún punto de ímpóítaii- »cia.» Stapleton* observó,— no podía tener, por cier- to, la esperanza de hacer morir dr terror á sir En- rique, como había muerto sir (‘arlos al ver el sa- bueso fantasma. El animal, mi querido Watson, era feroz y es- taba muerto de hambre; de modo que, ¡;i su pre- sencia no causaba la muerto de la víctima, servía, por lo menos, para paralizar la ro¡ mi rucia que és- ta pudiera hacerle. ^Efectivamente. Sólo queda por resolvía* una dificultad. Si Stapleton hubiera llegado ii rslar en situación de poder reclamar la herencia, , cómo habría podido explicar el hecho de que él, el he- ledero, hubiera estado viviendo con oi.ro nombre tan cerca de la posesión do su familia? ¿ Cómo ha- bría podido preséntame sin excitar sospechas y sin provocar una investigación? — Su objeción os do una dificultad formidable, v\ atson, y temo que pida usted demasiado al in- vi t arme á resolverla. Lo pasudo y lo presente es.- tan dentro del campo de mis investigaciones; pe- ro lo que pueda hacer un hombre «mi lo futuro es para mi un problema difícil de resolver. La se- ñora Stapleton había ofd< disentir la cuestión á s,u marido en varias ocasiones, y ella me ha dicho que tenía tres soluciones posibles Stapleton po- día reclamar la herencia desde Si id América, es- tableciendo su identidad ante las autoridades bri- tánicas en el país donde estuviera , do este modo conseguía la fortuna sin tener que. venir para nada a Inglaterra ; podía adoptar un disfraz prolijo du- rante. el corto tiempo que tuviera que estar en Londres; ó podía entregar á un cómplice lasprue- bas d e su identidad, y un documento en el que t